Desde
tiempos inmemoriales, la enfermedad mental ha sido menospreciada, confinada al
terreno de lo absurdo y de lo irracional e investida de un valor negativo que,
aun en la actualidad y en nuestra cultura, estigmatiza a quienes sufren
trastornos psíquicos como si estas patologías fueran motivo de vergüenza y
debieran mantenerse ocultas por miedo a la burla y al rechazo social. Para
empeorar esta discriminatoria injusticia, persiste la creencia de que los
enfermos mentales son peligrosos cuando la mayoría de ellos son muchas más
veces víctimas de agresiones que agresores porque su patología les convierte en
objetos de burla que propicia su maltrato.
Empeora
esta situación la ligereza con que los noticiarios sensacionalista tratan a la
enfermedad mental, considerándola como responsable de actuaciones violentas, un
tópico debido a la escasa información que la sociedad recibe acerca de las
enfermedades mentales y al hecho de que casi toda le llegue a través de los medios
de comunicación.
Asesinato
de un profesor de instituto por un alumno
Viene
esto a colación de tragedia aérea acaecida el 28 del pasado marzo en los Alpes
en la que perdieron la vida 150 personas y la irresponsabilidad con que los
medios de comunicación insinuaron que el siniestro pudo ser consecuencia de la depresión
que presuntamente padecía el copiloto de la nave, Andreas Lubitz,
irresponsabilidad que de nuevo se ha puesto de manifiesto al atribuir a un brote
psicótico la actuación, ayer, de un alumno de segundo de ESO en un
instituto de Barcelona.
De
entrada, puntualizaré que las probabilidades de sufrir un brote psicótico en un
niño de esta edad son mínimas ya que las psicosis suelen manifestarse alrededor
de los 18 años. En contra de una psicosis apunta la presumible ausencia
de alucinaciones y delirios en los días previos, síntomas que habrían alertado
al entorno del muchacho y que, al parecer no se produjeron.
También
descartaría un brote psicótico el hecho de que la actuación homicida fuera tan
teatral y planificada, prolegómenos que hacen pensar en otras causas distintas
a una psicosis o esquizofrenia, etiqueta que ya se le ha adjudicado al
asesino con demasiada facilidad cuando diagnosticar es un arte científico que
requiere una gran preparación por parte de quien emite el juicio diagnóstico y
un detallado conocimiento del caso (entrevista con el individuo, datos de su
entorno y de sus antecedentes patológicos...). Por ello he decidido ser cauto y
silenciaré mi presunción diagnóstica (que la tengo) hasta que no disponga de la
información suficiente para hacerlo.
El
estigma que afecta a las enfermedades mentales
Un
estigma es una especie de etiqueta que se le pone a una persona y de la que
resulta muy difícil desprenderse hasta el extremo se ser identificado por lo
que se le etiqueta y no por lo que se es. Esto sucede por la tendencia de la
sociedad a ser muy cruel a la hora de remarcar ciertas diferencias que
dificulten que una persona pueda ser aceptada. Un ejemplo claro lo encontramos
en las enfermedades mentales, víctimas de un estigma cuyo origen se remonta a
estereotipos y mitos injustos trasmitidos a través de siglos de incomprensión.
Así, quien sufre una esquizofrenia tiende a ser siempre considerado como un
esquizofrénico, cuando nunca a quien padece un cáncer o una hipertensión se le
conoce como “el canceroso” o “el hipertenso” en cualquier ámbito y contexto.
Esto da
lugar a una discriminación que condiciona que el propio individuo afectado se
autoestigmatice y asuma los prejuicios que los demás depositan en él, lo que
hará que su integración social se resienta y su posibilidad de llevar una vida
normalizada disminuya, pasando del autoestigma a la autodiscriminación y con
ello, a una elevación de las probabilidades de un fracaso en el tratamiento de
su enfermedad.
Alberto Soler Montagud
Médico y escritor
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