miércoles, 22 de abril de 2015

¿UN BROTE PSICÓTICO EN UN NIÑO DE TRECE AÑOS?






Desde tiempos inmemoriales, la enfermedad mental ha sido menospreciada, confinada al terreno de lo absurdo y de lo irracional e investida de un valor negativo que, aun en la actualidad y en nuestra cultura, estigmatiza a quienes sufren trastornos psíquicos como si estas patologías fueran motivo de vergüenza y debieran mantenerse ocultas por miedo a la burla y al rechazo social. Para empeorar esta discriminatoria injusticia, persiste la creencia de que los enfermos mentales son peligrosos cuando la mayoría de ellos son muchas más veces víctimas de agresiones que agresores porque su patología les convierte en objetos de burla que propicia su maltrato.
Empeora esta situación la ligereza con que los noticiarios sensacionalista tratan a la enfermedad mental, considerándola como responsable de actuaciones violentas, un tópico debido a la escasa información que la sociedad recibe acerca de las enfermedades mentales y al hecho de que casi toda le llegue a través de los medios de comunicación.


Asesinato de un profesor de instituto por un alumno

Viene esto a colación de tragedia aérea acaecida el 28 del pasado marzo en los Alpes en la que perdieron la vida 150 personas y la irresponsabilidad con que los medios de comunicación insinuaron que el siniestro pudo ser consecuencia de la depresión que presuntamente padecía el copiloto de la nave, Andreas Lubitz, irresponsabilidad que de nuevo se ha puesto de manifiesto al atribuir a un brote psicótico la actuación, ayer, de un  alumno de segundo de ESO en un instituto de Barcelona.
De entrada, puntualizaré que las probabilidades de sufrir un brote psicótico en un niño de esta edad son mínimas ya que las psicosis suelen manifestarse alrededor de los 18 años. En contra de una psicosis apunta la presumible ausencia de alucinaciones y delirios en los días previos, síntomas que habrían alertado al entorno del muchacho y que, al parecer no se produjeron.
También descartaría un brote psicótico el hecho de que la actuación homicida fuera tan teatral y planificada, prolegómenos que hacen pensar en otras causas distintas a una psicosis o esquizofrenia, etiqueta que ya se le ha adjudicado al asesino con demasiada facilidad cuando diagnosticar es un arte científico que requiere una gran preparación por parte de quien emite el juicio diagnóstico y un detallado conocimiento del caso (entrevista con el individuo, datos de su entorno y de sus antecedentes patológicos...). Por ello he decidido ser cauto y silenciaré mi presunción diagnóstica (que la tengo) hasta que no disponga de la información suficiente para hacerlo.


El estigma que afecta a las enfermedades mentales

Un estigma es una especie de etiqueta que se le pone a una persona y de la que resulta muy difícil desprenderse hasta el extremo se ser identificado por lo que se le etiqueta y no por lo que se es. Esto sucede por la tendencia de la sociedad a ser muy cruel a la hora de remarcar ciertas diferencias que dificulten que una persona pueda ser aceptada. Un ejemplo claro lo encontramos en las enfermedades mentales, víctimas de un estigma cuyo origen se remonta a estereotipos y mitos injustos trasmitidos a través de siglos de incomprensión. Así, quien sufre una esquizofrenia tiende a ser siempre considerado como un esquizofrénico, cuando nunca a quien padece un cáncer o una hipertensión se le conoce como “el canceroso” o “el hipertenso” en cualquier ámbito y contexto.

Esto da lugar a una discriminación que condiciona que el propio individuo afectado se autoestigmatice y asuma los prejuicios que los demás depositan en él, lo que hará que su integración social se resienta y su posibilidad de llevar una vida normalizada disminuya, pasando del autoestigma a la autodiscriminación y con ello, a una elevación de las probabilidades de un fracaso en el tratamiento de su enfermedad.


Alberto Soler Montagud
Médico y escritor


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