domingo, 27 de julio de 2014

Las claves del conflicto judío-palestino





De nuevo el conflicto palestino-israelí es cabecera de todos los informativos y la opinión pública se decanta a favor de los débiles y en contra de Israel, quinta potencia militar mundial e invasora de casi todo el stado que en su día le diera cobijo. ¿Será válido el reduccionismo de considerar a los palestinos los buenos y a los judíos los malos? Obviamente, responder con un monosílabo sería simplificar demasiado cuando la inmensa mayoría carece de datos veraces para formar su propia opinión ya que los medios aportan informaciones sesgadas y partidistas. Por ambas partes.

Sería bueno hacer memoria. En 1947, la ONU aprobó la división de Palestina en una región árabe y otra judía que acogiera la oleada inmigratoria que le llegaba tras la Segunda Guerra Mundial. Pocos meses después Israel decidió convertirse en Estado, expandirse y los países árabes vecinos le declararon la guerra. En 1964, se creaba la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y en 1967 se libraba la “Guerra de los Seis Días”  en la que Israel derrotó a la coalición árabe adueñándose de la Península del Sinaí, la Franja de Gaza, Cisjordania, Jerusalén y los Altos del Golán. Como reacción a la invasión judía, en 1987 surgió Hamás, una organización nacionalista islámica, independiente de la OLP y reivindicativa de un estado islámico en la zona ocupada. Por carecer de infraestructura militar, la estrategia de Hamás fue el terrorismo al que siguieron ataques con cohetes a Israel.

Y así sigue el conflicto hasta hoy, mientras los argumentos esgrimidos por ambas partes promueven confrontaciones bélicas y repercusiones diplomáticas con un claro partidismo projudío por parte de los EEUU (también de la ONU) debido a la influencia financiera ejercida por el lobby israelí norteamericano. En este contexto, mientras los sionistas acusan a los palestinos de terroristas (opinión que extrapolan a todos los musulmanes), los palestinos censuran el victimismo exculpatorio de los judíos y les acusan de comportarse como los nazis hicieron con sus antepasados. Obviamente, ambos argumentos son extremistas y fruto de una desinformación propagandística bilateral, pues ni todos los judíos son sionistas que apoyan las acciones militares de su ejército, ni todos los palestinos son terroristas por más que Hamás se haya erigido defensor de sus derechos.

De hecho, un elevado porcentaje de palestinos y de judíos sólo desean que la guerra termine y convivir en paz. Hay palestinos que asumen una cesión no invasiva de parte su territorio, y del mismo modo hay judíos que no aprueban la ocupación por la fuerza de los territorios palestinos. Pero la guerra es un hecho y la población civil no es la responsable sino quienes detentan el poder, propician el odio, fomentan la violencia, actúan movidos por fanatismos e intereses económicos y plantean el conflicto como una cuestión étnica y religiosa, aunque en realidad sea un choque de intereses que empeora la pasividad de la ONU y la UE así como el partidismo de los EEUU que, lejos de intervenir por la paz con la misma vehemencia que en Irak o Afganistán, son los primeros suministradores de armamento al potente ejército de Israel para que ataque a un pueblo diezmado que a veces sólo se defiende con piedras y muchas más es utilizado como escudos humanos por un fanático terrorismo. Las víctimas son pues los pacíficos civiles (palestinos y judíos) a quienes sus respectivos líderes aleccionan para perseverar en el odio y en unos conceptos abstractos imbuidos a fuerza de consignas que agravan la intolerancia.

Sin embargo, muchos años de guerra no han llegado a resolver un conflicto cuya única solución sólo será posible a partir de un entendimiento arbitrado por la ONU, los EEUU y la UE quienes, hasta ahora, sólo han ofrecido sus buenos deseos como pasivos espectadores.

Como colofón, manifiesto mi condena a la masacre del ejército de Israel contra el pueblo palestino, las brutales acciones terroristas de Hamás y quiero dejar constancia de que, pese a mi amistad con varios miembros de la Comunidad Judía y mi solidaridad con el judaísmo por su histórico sufrimiento como pueblo, no comparto el sionismo y rechazo la violencia y la xenofobia que ha seguido a la fundación artificial de un nuevo país en base a razones étnicas, históricas y religiosas.

Alberto Soler Montagud

Médico y escritor

lunes, 14 de julio de 2014

Hoy, Jesucristo no sería cristiano






Si se produjera la anunciada segunda venida de Jesús de Nazaret y habitara de nuevo entre nosotros, es muy probable que su modo de actuar sorprendiera a propios y extraños. Michel Benoit, ex monje benedictino y Premio Nobel de Bioquímica (1963), defendía su convicción de que si Cristo regresara hoy a la tierra “podría ser asesinado por la Iglesia” ante lo “incómoda” que resultaría su presencia por lo “peligrosos” de sus postulados para la religión-tinglado que en torno a él se ha montado. No es descabellado imaginar que Jesús tuviera que contratar a unos guardaespaldas antes de convocar a la cúpula eclesial para censurar su injerencia en los asuntos terrenales y la ostentación de poder y riquezas que durante siglos han detentado –sobre todo el catolicismo– mientras la pobreza en el mundo sigue sin erradicarse.

Es de esperar que Jesús, en el siglo XXI, despotricaría contra los poderes sociopolíticos que hipócritamente imponen su ética en nombre de Dios y en beneficio de ellos mismos y el objetivo de sus críticas iría desde el conservadurismo protestante de los EEUU hasta el partidismo que la Iglesia Católica ha exhibido en tantos conflictos sociopolíticos a lo largo de la historia: desde su cómplice silencio ante las masacres perpetradas por sanguinarios gobernantes, hasta la cruel violencia de las Cruzadas o la evangelización de las Américas a golpe de espada.

No es necesario estar instruido en teología para intuir que, en su segunda venida, Jesús simpatizaría con las llamadas comunidades cristianas de base, unos grupos que –como la teología de la liberación nunca han sido gratos a los ojos del Vaticano por su visión excesivamente social del cristianismo y su anteposición del amor al prójimo –sobre todo a los pobres– a la obediencia debida a la jerarquía eclesial.

Presumiblemente, el Jesús de nuestros días adaptaría sus enseñanzas de antaño a la realidad social del siglo XXI y lucharía contra el desigual reparto de riquezas, las cómplices relaciones de la Iglesia con los poderes fácticos, la marginación de colectivos como las mujeres y los homosexuales, la hipócrita imposición del celibato, el uso del preservativo, las técnicas médicas de fertilidad, la investigación con células madre, y un largo etcétera con el que la Iglesia manipula a los más crédulos castrando la libertad de quienes cumplen sus preceptos.

Como colofón de esta reflexión, imagino al Cristo de la hipotética segunda venida, dando una rueda de prensa vía satélite y posicionándose ante la crisis económica con propuestas que no agradarían al mundo político, económico, empresarial y financiero en general, así como tampoco a las conferencias episcopales que con tanta facilidad movilizan masas para defender futilidades como el concepto de matrimonio, y sin embargo no convocan manifestaciones cuando hay decenas de miles de familias desahuciadas o millones de niños viviendo bajo el umbral de la pobreza.


¡Ay de vosotros hipócritas!
¿Porque devoráis las casas de viudas y como pretexto hacéis largas oraciones?
¡Por esto recibiréis mayor condenación!
(Mateo 23:14)




Alberto Soler Montagud

Médico y escritor



lunes, 7 de julio de 2014

Yo he recibido sobres del PP





Me ha sucedido en otras ocasiones, pero esta vez he decidido confesarlo: el pasado mes de mayo recibí un sobre procedente del partido que lidera Mariano Rajoy en cuyo contenido se me hacía ciertas ofertas a cambio de una contraprestación por mi parte. 

Pero vayamos por partes. La mañana del sábado 24 de mayo, jornada de reflexión electoral previa a las elecciones europeas, tomé conciencia de la situación al sentarme a mi escritorio para revisar la correspondencia atrasada. Era un montoncito de cartas remitidas con motivo de las elecciones al Parlamento Europeo, y tras un repaso somero  de las mismas, antes de tirarlas a la papelera experimenté tres profundas decepciones.

La primera fue constatar que los principales partidos políticos, además de conocer mi nombre y dirección, tenían la desfachatez de pedir mi voto tras ignorarme desde la anterior campaña electoral, no interesarse por mis necesidades como ciudadano y ni siquiera enviarme una felicitación en mi cumpleaños como hacen los grandes almacenes. 

La segunda decepción fue reparar en el inmenso dispendio de tiempo y dinero que deben suponer las campañas electorales cuando su único objetivo es que los más débiles tomen irreflexivas decisiones, amén de denigrar la dignidad de las papeletas de voto mezclándolas, en un buzón convencional, con correspondencia de bancos, recibos, folletos de publicidad de cerrajería, fontanería o, en el peor de los casos, de comida china a domicilio.

Mi tercera y última decepción –sin duda como influencia de la generosidad que los informativos atribuyen al Partido Popular en materia de sobres– fue no encontrar billetes de dinero en el que el PP envió a mi casa, pues además de un folleto con unas falaces promesas electorales (las ofertas antes mencionada) y la petición de que les votara como contraprestación, sólo me encontré con una lista de nombres en una papeleta encabezada por un tal Cañete y un sobre donde introducirla cuando fuera a votar.


Honradamente, no sé que habría hecho si en la carta  de los populares (o de cualquier otro partido) me hubiera encontrado con dinero. Es probable que por cinco euros hubiera denunciado el hecho y por un fajo de quinientos me lo hubiera pensado. O tal vez no, pues ignoro los límites de ese grado de corrupción que todos debemos alojar en un rinconcito de nuestra conciencia. Lo que sí puedo asegurar es que, al día siguiente acudí a votar sin dejarme influenciar –al menos conscientemente– por propaganda alguna y con la ilusión de la poder botar democráticamente a los presuntos farsantes que viven del cuento, en buena parte gracias a los millones de desencantados que no votan en base a un abstencionismo que tanto beneficia al bipartidismo.



Alberto Soler Montagud

Médico y escritor