lunes, 28 de abril de 2014

¿Por qué hay tanta abstención en las elecciones europeas?







A falta de menos de un mes para que se celebren los comicios europeos, el ambiente preelectoral refleja la apatía e indiferencia de unos ciudadanos que, mayoritariamente y según todos los pronósticos, optarán por la abstención tal y como sucedió en  1999, 2004 y 2009, convocatorias en las que hubo porcentajes de participación inferiores al 50% y que en la última apenas consiguió el 43%.

Buscando explicaciones plausibles a tan elevado abstencionismo y a la  indiferencia del electorado español hacia la Europa comunitaria, tal parece como si el subconsciente colectivo considerase a las europeas como unas elecciones de segunda división, sensación que empeora conforme se consolida la idea de los votantes de que el Parlamento Europeo es un cementerio de elefantes políticos donde se premian servicios prestados (con un sueldo excelente) o se aparta de la política nacional a quienes ya no dan mas de si. Con estas premisas, es comprensible la indiferencia que la ciudadanía muestra por la eurocámara, contemplándola con la lejanía propia de algo que es ajeno a sus intereses por no subjetivarse efectos beneficiosos y/o desconocer los asuntos que se debaten en Bruselas.   

Juega una gran baza en la génesis de este desinterés,  la apática desinformación que ofrecen  los medios –y la clase política– sobre los temas comunitarios, que son percibidos por la ciudadanía como si de asuntos extranjeros se tratara. Es comprensible entonces que si el ciudadano siente la política europea como algo distante y distinto a la que se realiza a nivel nacional, o bien opte por abstenerse o, si decide votar,  no lo haga en clave comunitaria –craso error por cierto– sino aplicando el mismo criterio con que lo hace en las elecciones generales, autonómicas o municipales. 

Como consecuencia de todo lo hasta aquí expuesto, la idea de una Europa comunitaria no ha cuajado en el fuero interno de los españoles. En una reciente encuesta (Eurobarómetro Estándar) realizada en noviembre de 2013, al preguntar a los encuestados si creían que su voz contaba en la UE, sólo un 29%  dijeron que sí frente a un elevado 66%  que opinó que su voz no importaba en el Parlamento Europeo.

Con estos ingredientes, y casi a punto de que comience la campaña electoral, es casi seguro que tampoco en 2014 habrá una alta participación, pronóstico que se agrava por la mala imagen que de la eurocámara se tiene en los países más perjudicados por la crisis en los que la administración europea, ha obligado a sus gobiernos débiles y títeres –como el español– a  masacrar a las clases mas desfavorecidas que, en consecuencia, no perdonan tal obediencia al ejecutar unas medidas de austeridad –órdenes de la administración europea– que les han perjudicado  mientras se destinaban millones  para reflotar a los grandes bancos.

Aunque la conclusión final sea que Europa, como idea comunitaria, no interesa ni importa al español medio convocado a votar, dejo constancia de que el objetivo de este artículo no es justificar el abstencionismo ni tampoco propiciarlo, sino analizar la apatía ante el acto de votar y entenderla en su origen para que el lector reflexione, extraiga sus conclusiones y obre en democrática consecuencia.



Alberto Soler Montagud
 Médico y escritor




martes, 15 de abril de 2014

España no es laica, ni aconfesional.






Esta imagen podría ser de los años cuarenta, pero es actual.



Muchos políticos católicos como Ana Botella o Alberto Ruíz-Gallardón alardean de que “el nuestro es un Estado laico, no confesional” como clara muestra de la confusión que al respecto  propician con su falso laicismo y que sólo la realidad clarifica, al confirmar con los hechos que España no es laica ni tampoco confesional. Intentaré explicar porqué a largo de  este artículo.

Si, conceptualmente, un estado  aconfesional es aquél que no reconoce como oficial a ninguna religión y un estado laico el que aboga por la independencia de cualquier confesión religiosa, nada de ello se da en nuestro país donde la omnipresencia del catolicismo en actos institucionales lo convierte de facto en la religión oficial del Estado.

Con un sesgo algo retorcido, hay quienes afirman que España es un país con tendencia a la separación Iglesia-Estado y neutralidad ante las religiones tomando como referencia el artículo 16 de la Constitución donde se menciona las "relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones". A este respecto, Jaime Bonet (profesor de Derecho Eclesiástico) dice que a España se la podría considera como un país laico con "separación mitigada" entre Iglesia y Estado al tener que "cooperar" con las religiones.
Lo que sí queda claro es que, ni socialistas ni populares han querido nunca replantearse la relación Iglesia-Estado pese a que ese mismo artículo 16 de la Constitución diga también que "ninguna confesión tendrá carácter estatal", una contundente declaración de principios pese a la cual es posible que en España, una ministra de empleo pida ayuda a la Virgen para salir de la crisis o un ministro de Interior le conceda a otra virgen (María Santísima del Amor) la más alta medalla al mérito policial, esperpento digno de un país de opereta y de unos ministros que, aunque tengan derecho a profesar sus creencias, también tienen la obligación de no hacer ostentación de las mismas en actos oficiales.
De esto se colige que España nunca será laica ni aconfesional mientras se sigan celebrando misas en los funerales de Estado y otros actos  institucionales tanto civiles como militares. Tampoco lo será mientras la Iglesia Católica disponga de una “x” en la declaración de la renta y no la haya para cada religión o, aun mejor para ninguna, pues ningún impuesto debería sufragar gastos religiosos.
Tampoco España será laica ni aconfesional mientras la Iglesia Católica (y otras confesiones) estén exentas de pagar el IBI, mientras se siga enseñando religión en las escuelas públicas en lugar de hacerlo en locales religiosos o mientras haya crucifijos (o se expongan motivos religiosos como belenes) en edificios públicos cuya presencia pueda afectar a la libertad de los fieles de otras creencias o quienes no profesan fe religiosa alguna.
Ya por último, no será laica ni aconfesional mientras el Estado siga otorgando indultos a presos con motivo de la festividad de Semana Santa, y lo que es más grave, indultos no concedidos tras el estudio de sesudos juristas sino a propuesta de los miembros de las cofradías de penitentes que deciden que presos del ámbito de su provincia deben quedar en libertad.
Es un hecho que la separación Iglesia-Estado seguirá siendo un tema irresoluble mientras España se comporte como una democracia frágil y asentada sobre el estigma de ser un país de pandereta, curas y caciques que, al amparo de la tradición, mantiene vigentes ciertas prácticas contrarias a la libertad, la dignidad y hasta la cordura.


Alberto Soler Montagud

Médico y escritor.