miércoles, 30 de diciembre de 2015

Carta abierta a Rajoy






Señor Presidente de Gobierno en funciones:

Es de esperar que los resultados electorales del pasado 20-D le hayan cogido desentrenado tras cuatro años de mayoría absoluta en los que, como máximo responsable del Gobierno de España, no ha sido capaz de conjugar una sola vez el verbo 'pactar'.

Me he decidido a escribirle esta carta sólo por ver si le hago reaccionar y evitar que acabe perdiendo el tiempo con titubeos insulsos —como es su costumbre— y durmiéndose en un mar que para nada está en calma.

Le recuerdo que no es al azar ni al paso del tiempo, sino al presidente en funciones, a quien le corresponde la responsabilidad de mover la primera pieza del tablero que decidirá la gobernabilidad tras las elecciones generales. Le hago esta advertencia por los despóticos antecedentes que le preceden después de presidir un Gobierno que ha ignorado por completo a la oposición (nunca ha querido dialogar con más fuerzas políticas que las de su propio partido) en un derroche de absolutismo caciquil que hoy hace casi imposible —más allá de la abstención de Ciudadanos— su investidura así como que el PP gobierne de nuevo.

Cuando esto se confirme, es decir, cuando sea palmario que su candidatura carece de apoyos ¿será usted tan ruin y mezquino que atribuirá la culpa de su soledad a una nueva herencia recibida, o dicho de otro modo, se atreverá a responsabilizar de su fracaso sólo a Pedro Sánchez por no querer una Gran Coalición, como parece ser su intención, tal cual hiciera durante cuatro años culpabilizando ex presidente Rodríguez Zapatero?

Acaba de finalizar la ronda de conversaciones que ha mantenido con los principales líderes que, como usted, aspiran a la presidencia y, válgame Dios, que mal le han ido las cosas si exceptuamos la anunciada abstención Ciudadanos cuando le corresponda votar su investidura.

Pedro Sánchez aguantó a su lado cuarenta y cinco escasos minutos, (contando la recepción y despedida) justo el tiempo para que el aspirante socialista le confirmara su «no» rotundo a que sea usted quien presida el próximo Gobierno; apenas tres cuartos de hora durante los cuales, intuyo que su rostro mostraría tanto pasmo y tantos tics como la noche en que su interlocutor le llamó «indecente» a la cara y ante toda España.

Tampoco Pablo Iglesias, aunque consiguieran hablar durante casi dos horas, le ha ofrecido apoyo alguno muy a pesar de que el líder de Podemos haya sido más condescendiente con usted al permitirle exponer sus argumentos, algo que al parecer Pedro Sánchez no hizo. En cualquier caso, le recuerdo que en la rueda de prensa posterior a la entrevista, el señor Iglesias dijo no coincidir «en nada [con Mariano Rajoy] respecto al futuro de España», que no piensa permitir «ni por activa ni por pasiva que gobierne el PP», así como también que cree que hay montado un gran teatro entre Pedro Sánchez, Albert Rivera y usted mientras fraguan una «gran coalición a tres». ¿Tiene algo que decir ante estas declaraciones, señor Rajoy? ¿Es cierto lo del teatro o sólo fruto del la maléfica fantasía del mandamás de Podemos en sus ansias por acabar con el PSOE igual que ha hecho con Izquierda Unida?

Entenderé que se niegue a responder a mis preguntas, pero al menos reconozca que el enrevesado berenjenal al que nos ha conducido su modo de gobernar durante cuatro años, pasmado ante la realidad, prescindiendo por completo de las iniciativas de la oposición y ganándose a pulso el rechazo de quienes ahora se niegan a ser sus socios, podría haberse evitado si en su momento hubiera reaccionado como un político decente ante las fechorías de nefastos personajes como Bárcenas, Rato, Matas, Granados y un largo etcétera.


Todo lo que le suceda es pues culpa suya. Los sondeos de opinión y las urnas dicen que la mayoría de los españoles no confían en usted. De nada le servirá ahora recurrir a clichés tan manidos como los lentos tiempos que le caracterizan, tiempos muertos de no hacer nada más que sentarse y esperar para que sean otros quienes le saquen las castañas fuego, una técnica irritantemente pasiva que los suyos le consentían pero que ya se acabó.

A estas alturas de la misiva entiendo que se pregunte cual es mi interés al escribirla, por ello le aclararé que no es otro más que hacerle una petición. Quiero pedirle que cuando se confirme su imposibilidad para formar gobierno (siempre que no tenga razón el señor Iglesias con sus sospechas de ese pacto teatral que hipotéticamente se estaría fraguando a espaldas de los españoles), sean usted y su partido quienes se abstengan al llegar la hora de votar la investidura de la presidencia.

Le pido que si nadie quiere pactar con ustedes, que al menos permitan que los demás pacten en paz mientras se hacen ustedes a un lado, con gallardía y en silencio, delegando tan noble responsabilidad en los políticos que han elegido los españoles ya que, no lo olvide señor Rajoy, los votantes expresaron mayoritariamente en las urnas que no le quieren a usted como presidente ni tampoco que el PP sea quien les gobierne. Eso de la lista más votada sólo es una falacia si se aplica a la actual situación.

Por más que diera usted brincos de patética alegría (ni para eso tiene gracia) en el balcón de la sede de la calle Génova y se empeñara en decir que su partido había ganado las elecciones, si toma papel y lápiz y hace las sumas correctas, se dará cuenta de que la victoria de los populares es matemáticamente incierta. Sume, sume los votos de quienes no les han votado, de quienes no les quieren en la Moncloa, y lo comprobará.

Como despedida quiero darle el consejo de que se cuide lo mejor que pueda, que dedique más tiempo a su familia y que se retire cuanto antes a su plaza de registrador de la propiedad  de Santa Pola. Ganará más dinero, se llevará menos disgustos y si esto hace, el tiempo le dirá que ha sido en beneficio de todos, al menos de todos los españoles.


Alberto Soler Montagud
Médico y escritor

jueves, 17 de diciembre de 2015

De "todos contra el PP" a "todos contra el PSOE"








Conforme avanza la campaña electoral, se ha producido el curioso fenómeno de que aquél "todos contra el PP" que parecía ser unánime, ha evolucionado a un surrealista "todos contra el PSOE" que ha llegado al su culmen con las reacciones surgidas tras el debate cara a cara celebrado entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. De pronto, es como si los socialistas se hubieran convertido en el enemigo a batir por parte de los otros tres partidos con aspiraciones a gobernar y nos encontráramos ante una coyuntura comprable a un silogismo en el que, en lugar de dos premisas hubiera siete.

1-Aunque las encuestas pueden –y suelen– equivocarse, es casi imposible que ningún partido obtenga la mayoría absoluta en estas elecciones.

2-Todo apunta a que el Partido Popular será el partido más votado en los comicios del 20-D.

3-La irresistible ascensión de Ciudadanos es un fenómeno sociológico sin precedentes, tanto que incluso podría ser el segundo partido más votado, siempre en función de lo que decida ese cuarenta por ciento de votantes aun sin voto decidido.

4-El PSOE se encuentra en las más bajas horas de su historia desde la Transición, y se enfrenta a la necesidad de una regeneración interna que le ofrezca credibilidad de cara a ese voluble electorado de centro e izquierda moderada del que se nutre. Todo apunta a que los socialistas  necesitarán de unos cuantos años, y algún que otro disgusto, para remontar.

5-Podemos, tras su espectacular despegue (debido más al desencanto del electorado que a méritos propios), ha ido perdiendo posiciones hasta ubicarse en una probabilidad de voto que hace inviable que Pablo Iglesias sea presidente de Gobierno, al menos por ahora y puede que tal vez nunca.

6-Izquierda Unida ofrece la imagen de un partido serio, creíble y muy valorado (aunque no en intención de voto), cuya hipotética presencia en el arco parlamentario no pasará de ser testimonial y reivindicativa de una ideología que jamás será mayoritaria y que, al igual que Podemos, no llegará a gobernar, al menos no en solitario, en España ni en ningún otro país de la Europa occidental.

7-Al parecer, el resto de partidos políticos que concurren a las elecciones generales no pasarán de ser meros comodines cuyo apoyo sólo servirá, en condiciones extremas, para decidir la investidura de una presidencia de gobierno en minoría.


Una vez que "todos contra el PSOE"  se ha convertido en el grito de guerra coral de los principales partidos, cabe preguntarse cómo y en qué beneficia esta postura a cada uno de ellos.

Si bien con el PP y Ciudadanos es fácil intuir las motivaciones, más difícil resulta entender el rédito que espera obtener Podemos al propiciar una fuga de votos socialistas que no necesariamente irán a parar a ellos sino probablemente se decanten por Albert Rivera en un alto porcentaje, lo que propiciaría una hipotética coalición de derechas.

Otra duda que se plantea son los motivos que han predispuesto a la buena relación que, de pronto, ha surgido por parte del PP hacia Podemos, acercamiento que Pablo Iglesias parece haber aceptado gustoso. Y es que no hay nada que una mejor a dos antagonistas que un enemigo en común.

Llegado a este punto dejo al lector con las premisas planteadas para que cada cual las utilice como argumentos y extraiga de ellas sus propias conclusiones hasta que la noche del domingo, una vez finalizado el recuento de papeletas, se despejen al fin las dudas o surja de las urnas un complejo galimatías en forma de puzzle cuyas piezas difícilmente encajen entre si.



Alberto Soler Montagud
Médico y escritor





miércoles, 9 de diciembre de 2015

Las mentiras electorales deberían ser un delito punible





Uno de los reproches que con más frecuencia se les hace a los políticos es su propensión a prometer lo que no van a cumplir, y seguir mintiendo al justificar el quebrantamiento de sus promesas a una ciudadanía que, incomprensiblemente y en un elevado porcentaje, tiende dejarse engañar hasta el extremo de volver a votar a quienes previamente les mintieron, un fenómeno sociológico que les convierte en carne de diván por su propensión a autoflagelarse.

Cada vez que se habla de las mentiras en tiempo de elecciones, surge la cuestión de hacer obligatorio, por ley, el cumplimiento de las promesas que se hacen a través de los programas y la necesidad de que éstos tengan, a efectos legales, la misma consideración que un contrato suscrito entre un representante y su representado, algo que de entrada parece obvio pero que, analizado con detenimiento, pone en evidencia las diferencias entre un contrato mercantil y un programas electoral así como también las similitudes entre las promesas de los políticos y los pactos matrimoniales o los acuerdos entre amigos, por poner dos ejemplos de compromisos cuyo cumplimiento depende del tiempo que perduren las condiciones con que fueron suscritos (el amor en el matrimonio y la confianza en un pacto de amistad).

Al comenzar a escribir este artículo pensaba hacer un repaso anecdótico de los incumplimientos históricos de promesas electorales en nuestro país durante la actual democracia. Luego, lo he pensado mejor y he preferido remitir al lector a datos más recientes como son las mentiras con las que el PP ganó por mayoría absoluta las elecciones de 2011, cuando ofreció crear empleo y reducir impuestos en un contexto de crisis en el que era imposible hacerlo, una circunstancia que los populares conocían tan bien como sabedores eran de esa herencia recibida que luego utilizaron para exonerarse del engaño con que habían embaucado a sus votantes.

Sin embargo, y para no sería reincidir en unos datos de sobra conocidos por el lector, he optado por centrarme en el compromiso ético que los partidos contraen con sus votantes a través de sus promesas electorales y ponderar hasta que extremo ese compromiso ético puede llegar a ser una responsabilidad legal.

¿Es ético que los políticos jueguen con la ilusión de los votantes prometiéndoles soluciones a sus necesidades más acuciantes?

¿Es decente crear falsas esperanzas en los sectores sociales más vulnerables (pensionistas, desempleados, perceptores de salarios mínimos o familias que han rebasado el umbral de la pobreza) cuando se aproximan las elecciones?

Con su socarrona inteligencia, en cierta ocasión, el viejo profesor Tierno Galván dijo que «las promesas electorales están para no cumplirse», y deberíamos hacer caso a alguien que conocía bien los engranajes de la política (Tierno era catedrático de derecho político), los criterios de elaboración de los programas electorales y el mecanismo de diseño de unas promesas destinadas a ser, para qué engañarnos, meras consignas proferidas a sabiendas de que se está mintiendo y despreciando las mínimas formas democráticas. 

Consideremos que tras las elecciones generales del 20 de diciembre, entraremos en una legislatura muy diferente a todas las habidas desde la Transición, debido a que el sistema partitocrácico atraviesa su propia crisis y nuevos partidos emergentes van a ocupar escaños (ya lo hacen a nivel municipal y autonómico) con representantes del poder civil que en nada se parecen a los políticos profesionales, savia nueva y joven que estará atenta para que no se perpetúe el modo como hasta ahora se ha ejercido la política y que ha propiciado la corrupción y el incumplimiento impune de unas promesas electorales (a veces hechas sólo con la intención de ganar elecciones) que deberían ser vinculantes para evitar situaciones como la burla del PP a quienes le depositaron su confianza en 2011.

Ahora más que nunca se impone la obligatoriedad del cumplimiento de todo lo que se prometa en unos programas electorales que deberían contemplarse como contratos para que quienes gobiernen —incluso con mayoría absoluta— se vean en la obligación de pactar y negociar la ejecución de sus ofrecimientos.

¿Cómo se podría obligar a los políticos a que cumplan sus promesas, y hacer que los programas electorales  no sean papel mojado? 

En primer lugar, la ciudadanía debería estar educada en el voto crítico para que no surgiera la inercia de depositar la confianza en quien previamente nos engañó, algo que, por sesgo ideológico, o por descarte de otras opciones, no sucede  en la práctica y hace frecuente la reincidencia de votar a un partido que no cumplió sus promesas.

En segundo lugar debería revisarse la legislación para conferir a los programas electorales una entidad de contrato (contrato-programa) según el cual se pudiera exigir que los partidos sólo ofrecieran programas realizables so pena de que el peso de la ley recayera sobre ellos en caso de incumplimiento.

De este modo, las promesas electorales hechas a sabiendas de su incumplimiento pasarían a ser un delito susceptible de ser penalizado con la convocatoria inmediata de nuevas elecciones independientemente de que no se hubiera agotado la legislatura.


Alberto Soler Montagud
Médico y escritor