Señor arzobispo Antonio Cañizares:
Soy
consciente del frío y nada protocolario “señor arzobispo” con que encabezo esta
epístola profana (no le confiero el trato de eminentísimo reverendísimo, ilustrísimo
o excelencia) pero he optado por
dejar constancia, ya desde el principio, de que su rango jerárquico, y tal vez
su persona, no me merecen respeto alguno.
Dejé
de respetarle hace mucho tiempo, desde aquellas fotografías en las que apareció
usted ataviado –¿o debería decir disfrazado?– con una capa magna de color rojo y más de cinco metros de longitud, con la
que, mas que príncipe de la Iglesia, parecía usted la princesa Diana el día de
su boda con Carlos de Inglaterra. Dicen los teólogos que el alma humana aspira a alcanzar
un elevado y superior ideal al que se puede llegar a través de dos caminos, el
de la humildad o el de la soberbia, un pecado por el que usted se dejó
arrastrar, concomido por la ambición de mostrarse como superior al resto de los
mortales, el día que se emperifolló de aquella grotesca guisa.
Dejé también de respetarlo cada vez que leía en la prensa alguna de sus declaraciones homófobas tan dañinas, y propias del sector ultraconservador de la jerarquía eclesiástica al que usted pertenece. Por cierto, señor Cañizares, cuánta hipocresía la de su Iglesia y que cruel el dolor que usted y sus afines han infligido al hacerse los ciegos desde su farisaica mojigatería al no reconocer que en el clero abundan los homosexuales y que la Iglesia es un refugio encubierto de gays, algo sabido por todos y que ustedes callan mientras condenan la homosexualidad como aberración y pecado.
Pero
no es la soberbia, ni tampoco su hipócrita homofobia el motivo por el que le
dedico esta epístola, sino por la carencia de amor al prójimo que ha puesto de
manfiesto en sus recientes declaraciones en el Fórum Europa Tribuna Mediterránea
donde, además de atreverse a afirmar que no ha aumentado la pobreza en España en
«las proporciones tan enormes que dicen [porque no veo] a la gente pidiendo en
la calle más que antes y no veo a más gente viviendo debajo de un puente» y
afirmar que la recuperación económica en estos últimos cuatro años de recortes
sociales es una realidad, aunque usted reniegue de entrar en «connotaciones
políticas».
La iniciativa de esta epístola profana hay surgió cuando usted
advirtió, en el Forum Europa, sobre
el peligro de la masiva acogida de refugiados procedentes desde países como Siria,
una invasión que sin vergüenza ni caridad, comparó con un Caballo de Troya para
Europa. Dijo textualmente: «Seamos lúcidos y no dejemos pasar todo porque hoy
puede ser algo que quede muy bien, pero que realmente sea un caballo de Troya
dentro de las sociedades europeas y en concreto la española» para, acto
seguido, preguntarse con su vocecita meliflua y amanerada si «¿Esta invasión de
emigrantes y de refugiados es todo trigo limpio?; ¿Dónde quedará Europa dentro
de unos años, siendo que con la que viene ahora no se puede jugar [porque] no
se puede jugar con la historia ni con la identidad de los pueblos».
Ante la idea de que un príncipe de la Iglesia católica pudiera
considerar que el cuerpecito muerto del pequeño Aylad Kurdi no era trigo limpio sino una especie de
alien salido de un maléfico Caballo
de Troya, fueron tantas las reacciones de repulsa que, finalmente, no ha tenido
usted más remedio que cambiar de registro (imagino que sometido a presión y en
contra de sus ideas) para pedir «perdón a los muy queridos refugiados,
perseguidos y emigrantes venidos a España en los últimos meses». Con un teatral
victimismo lamenta el linchamiento que ha sufrido tras haberse «manipulado» una
palabras que niega haber pronunciado —un nuevo pecado a añadir a la lista, esta
vez la mentira— sin reparar en lo fácil que es volver a escuchar lo que dijo a
través de los videos que pululan por la red.
Ay señor arzobispo, cuan viperina y emponzoñada se ha mostrado
su parlanchina lengua durante estos últimos días. Es obvio que no se ha parado
a reflexionar en el gran parecido que deberían tener aquellos desharrapados que
seguían a Jesús de Nazaret (discípulos y apóstoles incluidos) cuya apariencia
física, fisonómica y étnica (consideremos que Siria es un país del entorno
neotestamentario) los haría hoy indistinguibles de los parias a los que usted
abomina por no ser trigo limpio. No quiere admitir, señor arzobispo, que tal
vez el mismo Jesús sea uno de los
ancianos o niños sirios, afganos, palestinos o sirios, y también uno de los
hombres y mujeres que huyen de una guerra cruel y de una muerte segura. ¿Quién
se lanzaría a un éxodo tan doloroso y abandonaría sus raíces si no fuera por
pura supervivencia y por instinto de protección propio y de sus seres queridos?
¿Cómo un presunto hombre de Dios y para más señas arzobispo y cardenal ha
podido ser tan cruel al hablar de un modo tan despreciativo de unos seres
humanos que sufren horribles penurias? ¿Dónde queda la caridad cristiana tras
sus declaraciones?
Soberbia, hipocresía,
falta de caridad y mentira son cuatro de los pecados que se le pueden atribuir a la
luz de lo expuesto en esta epístola profana, pero estoy convencido que de haber
sido más extensa, habrían aflorado muchos más, no obstante, considero oportuno
poner punto y final a la misma. Usted, señor Cañizares, tiene la ventaja de
creer en un dios que le perdonará todas las barbaridades que profirió en el Forum Europa, pero quiero dejarle
constancia de que quien esto escribe es incapaz de otorgarle perdón alguno por
ello.
Alberto Soler Montagud
Médico y escritor
Médico y escritor