Es un
hecho que Mariano Rajoy no piensa comprometerse en la lucha contra
el yihadismo ni tampoco relevar con tropas españolas a las francesas destinadas
en África hasta después de la elecciones generales. En este sentido, la
vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría fue explícita en la rueda de
prensa del último viernes, día 27 de noviembre, al declarar que Rajoy y Hollande
no mantendrían ninguna reunión a pesar de que ambos estadistas iban a coincidir
en dos cumbres internacionales, una de ellas ese mismo fin de semana.
Consideremos que el presidente francés ha mantenido una ronda de entrevistas
con líderes de varios países para buscar apoyo en su lucha contra el terrorismo
islámico, una tanda de cumbres bilaterales de las que Francia ha excluido al
presidente español, oficialmente porque el gobierno galo «entiende» que
es delicado que a un país en vísperas de elecciones generales «no le sea
fácil tomar decisiones» de gran calado como la de participar en un
conflicto bélico. Sin embargo, y aunque aparentemente quede justificada la
pasividad española, es perceptible cierta decepción por parte de Francia ante
la indefinición de Rajoy y de su gobierno, así como el hecho de que su único
gesto haya sido hacer una llamada telefónica tras los atentados del 13-N para
ofrecer a Hollande toda la ayuda necesaria, aunque tácitamente quede claro que
España no hará nada hasta después del 20-D.
Son
muchos quienes consideran a Rajoy un cobarde por supeditar su miedo a perder
las elecciones a algo tan simple como sería pronunciarse con un sí o con
un no a una intervención militar de España como respuesta al ataque
terrorista a Francia. En este sentido, también la postura de Pedro Sánchez está siendo
algo imprecisa y sólo Albert Rivera y Pablo Iglesias se han pronunciado con más
claridad, el primero a favor de una intervención y el segundo reafirmándose en
la vía del dialogo y en no responder con violencia a la violencia.
Pero,
volviendo de nuevo a Rajoy, esta indefinición, tan propia de su conocida
ambigüedad, ha sido censurada por los líderes de los demás partidos al criticar
su proclividad
a esconderse cuando surgen problemas y no mojarse por nada, o al menos, no
hacerlo como se esperaría de un hombre de Estado capaz de transmitir
credibilidad y confianza.
La
imagen de España ha quedado dañado al no saber otorgarle su presidente una
entidad propia y bien definida en lo que a política internacional respecta.
Transcurridas más de dos semanas desde los atentados parisinos, Rajoy aun no ha
matizado cual es su postura, sólo transmite ambigüedades e inseguridad con su
perplejidad y ha creado un escenario donde su lentitud de respuesta y sus
indecisos titubeos, hacen de él un político pusilánime que ni siquiera es capaz
de participar en un debate a cuatro bandas por miedo a enfrentarse cara a cara
con sus oponentes.
En
resumidas cuentas, Rajoy se está comportando como el hombre gris que aparenta
ser, un mediocre estadista que cuando surgen dificultades se parapeta detrás
del gobierno y de las instituciones, y delega en otros la responsabilidad de
dar explicaciones convincentes a su modo de gobernar.
Por
ello, es normal que muchos españoles sientan vergüenza al comprobar la
seguridad y la rapidez con que los presidentes de otros países comparecen ante
la ciudadanía en aquellas situaciones que afectan a la seguridad nacional,
infunden tranquilidad y adoptan con prontitud las decisiones propias de un
hombre de Estado. Personalmente, sentí vergüenza hace once años cuando, tras el
atentado del 11-M de 2004 a sólo tres días de unas elecciones generales, la
primera reacción del entonces gobierno del PP fue descartar la autoría por
parte de una célula islámica para evitar las repercusiones electorales del
compromiso que Aznar había contraído en la cumbre de las Azores. Del mismo
modo, hoy, mientras hago estas reflexiones, he vuelto a sentir vergüenza ante
la tibieza y el eterno “laissez faire, laissez passer” de
Mariano Rajoy, un hombre que durante cuatro años de mayoría absoluta no ha
querido consensuar con nadie y que ahora, angustiado ante una situación que le
rebasa y con miedo a asumir responsabilidades, no se sonroja al convocar a
aquellos a quienes antes dio largas y hasta negó su legitimidad por no tener
representación parlamentaria, los mismos con los que ahora quiere pactar y,
paradójicamente, los mismos con quienes tiene miedo de celebrar un debate
electoral.
Esto
es de locos y, definitivamente, Mariano Rajoy se ha ganado a pulso el triste mérito de
ser el peor presidente de nuestra reciente democracia.
Alberto Soler Montagud
Médico y escritor
Médico y escritor