domingo, 29 de noviembre de 2015

Rajoy o la cobardía de un presidente









Es un hecho que Mariano Rajoy no piensa comprometerse en la lucha contra el yihadismo ni tampoco relevar con tropas españolas a las francesas destinadas en África hasta después de la elecciones generales. En este sentido, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría fue explícita en la rueda de prensa del último viernes,  día 27 de noviembre, al declarar que Rajoy y Hollande no mantendrían ninguna reunión a pesar de que ambos estadistas iban a coincidir en dos cumbres internacionales, una de ellas ese mismo fin de semana. Consideremos que el presidente francés ha mantenido una ronda de entrevistas con líderes de varios países para buscar apoyo en su lucha contra el terrorismo islámico, una tanda de cumbres bilaterales de las que Francia ha excluido al presidente español, oficialmente porque el gobierno galo «entiende» que es delicado que a un país en vísperas de elecciones generales «no le sea fácil tomar decisiones» de gran calado como la de participar en un conflicto bélico. Sin embargo, y aunque aparentemente quede justificada la pasividad española, es perceptible cierta decepción por parte de Francia ante la indefinición de Rajoy y de su gobierno, así como el hecho de que su único gesto haya sido hacer una llamada telefónica tras los atentados del 13-N para ofrecer a Hollande toda la ayuda necesaria, aunque tácitamente quede claro que España no hará nada hasta después del 20-D.

Son muchos quienes consideran a Rajoy un cobarde por supeditar su miedo a perder las elecciones a algo tan simple como sería pronunciarse con un o con un no a una intervención militar de España como respuesta al ataque terrorista a Francia. En este sentido, también la postura de Pedro Sánchez está siendo algo imprecisa y sólo Albert Rivera y Pablo Iglesias se han pronunciado con más claridad, el primero a favor de una intervención y el segundo reafirmándose en la vía del dialogo y en no responder con violencia a la violencia.

Pero, volviendo de nuevo a Rajoy, esta indefinición, tan propia de su conocida ambigüedad, ha sido censurada por los líderes de los demás partidos al criticar su proclividad a esconderse cuando surgen problemas y no mojarse por nada, o al menos, no hacerlo como se esperaría de un hombre de Estado capaz de transmitir credibilidad y confianza.

La imagen de España ha quedado dañado al no saber otorgarle su presidente una entidad propia y bien definida en lo que a política internacional respecta. Transcurridas más de dos semanas desde los atentados parisinos, Rajoy aun no ha matizado cual es su postura, sólo transmite ambigüedades e inseguridad con su perplejidad y ha creado un escenario donde su lentitud de respuesta y sus indecisos titubeos, hacen de él un político pusilánime que ni siquiera es capaz de participar en un debate a cuatro bandas por miedo a enfrentarse cara a cara con sus oponentes.

En resumidas cuentas, Rajoy se está comportando como el hombre gris que aparenta ser, un mediocre estadista que cuando surgen dificultades se parapeta detrás del gobierno y de las instituciones, y delega en otros la responsabilidad de dar explicaciones convincentes a su modo de gobernar.

Por ello, es normal que muchos españoles sientan vergüenza al comprobar la seguridad y la rapidez con que los presidentes de otros países comparecen ante la ciudadanía en aquellas situaciones que afectan a la seguridad nacional, infunden tranquilidad y adoptan con prontitud las decisiones propias de un hombre de Estado. Personalmente, sentí vergüenza hace once años cuando, tras el atentado del 11-M de 2004 a sólo tres días de unas elecciones generales, la primera reacción del entonces gobierno del PP fue descartar la autoría por parte de una célula islámica para evitar las repercusiones electorales del compromiso que Aznar había contraído en la cumbre de las Azores. Del mismo modo, hoy, mientras hago estas reflexiones, he vuelto a sentir vergüenza ante la tibieza y el eterno laissez faire, laissez passer de Mariano Rajoy, un hombre que durante cuatro años de mayoría absoluta no ha querido consensuar con nadie y que ahora, angustiado ante una situación que le rebasa y con miedo a asumir responsabilidades, no se sonroja al convocar a aquellos a quienes antes dio largas y hasta negó su legitimidad por no tener representación parlamentaria, los mismos con los que ahora quiere pactar y, paradójicamente, los mismos con quienes tiene miedo de celebrar un debate electoral. 

Esto es de locos y, definitivamente, Mariano Rajoy se ha ganado a pulso el triste mérito de ser el peor presidente de nuestra reciente democracia.




Alberto Soler Montagud
Médico y escritor

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