domingo, 24 de enero de 2016

EL ‘HOUSE OF CARDS’ DE PABLO IGLESIAS Y PEDRO SÁNCHEZ







Si en algo coincido con Pablo Iglesias es en mi afición por las series televisivas, sobre todo las que consiguen acaparar mi atención y hacerme reflexionar al tiempo que entretenerme. Supongo que además de los gustos televisivos serán muchas más las facetas en las que coincida con el número uno de Podemos, sin embargo con el paso del tiempo nuestras afinidades han ido disminuyendo hasta ser insuficientes para que me haya planteado votarle en la elecciones del 20-D, algo que casi llegué a hacer en las europeas cuando aun simpatizaba con el politólogo y profesor universitario por sus sensatas y comedidas participaciones en las tertulias televisivas que precedieron a la fundación de su partido. 

Pero no es del señor Iglesias de lo que hoy quería escribir sino sólo, y sin que sirva de precedente, sobre series de televisión por el paralelismo que he encontrado entre una de mis series favoritas y la situación que actualmente mantiene ocupada y en alerta a los partidos políticos en cuyas manos está  formar el próximo gobierno en España. La serie en cuestión es House of cards (traducida en nuestro país como Castillo de naipes), una suerte de drama político estadounidense en clave de thriller de intrigas alrededor de la Casa Blanca, que se adentra en un tortuoso mundo de ambición, avaricia y corrupción donde todo está permitido con tal de alcanzar el poder y beneficiarse de las prebendas inherentes a la supremacía.

Pensaba estos días que al igual que hiciera Pablo Iglesias con el Rey del España al regalarle un pack con la serie Juego de Tronos (detalle que en su día me pareció simpático y con el paso del tiempo lo considero improcedente para una recepción oficial) podría también yo enviar a la Zarzuela los videos de Castillo de naipes y, ya puestos, regalarlo también a los líderes de los cuatro principales partidos en cuyas manos está conseguir un pacto de gobierno o bien abocarnos a la convocatoria de nuevas elecciones.

Nos encontramos en una situación complicada y hasta cierto punto kafkiana por las contradicciones que afloran por parte de quienes, de pronto, dicen sí a lo que ayer consideraban impensable (la declinación de Rajoy a presentarse a la investidura o la súbita ansia de Iglesias por ser vicepresidente, crear un  nuevo ministerio y adjudicar unas cuantas carteras para Podemos) y convierten la gobernabilidad del país en una mera aritmética de síes, noes y abstenciones que equipara nuestra estructura política con un castillo de naipes (House of cards) aparentemente estable en su armazón aunque frágil en la cohesión de las distintas piezas que lo configuran, piezas que no sólo representan los distintos partidos con representación parlamentaria sino también la inseguridad que todavía sufrimos tras la crisis, la influencia fáctica de los poderes financieros y empresariales en la estabilidad económica así como en la creación de empleo, el influjo de la Comisión Europea y de la Troika en la toma de decisiones que sólo deberían corresponder a España, la escasa credibilidad en la clase política como consecuencia de una corrupción demasiado tiempo consentida, todos ellos factores que podríamos equiparar a los naipes de un castillo cuya base de sustentación fuera una pléyade de líderes políticos que aparentemente ofrecen lo mismo —sea cual sea su ideología— cuando dicen actuar movidos por el interés colectivo y nunca en busca de beneficio personal.

Sin embargo, y los hechos lo demuestran, son demasiadas las ocasiones en las que los políticos tergiversan la realidad para adaptarla a sus aspiraciones (acabar con los partidos rivales, robarles votos con engaños o haciendo la pinza a unos a costa de ensalzar a otros así como difamarse mutuamente para conseguir poltronas aunque nieguen que sentarse en ellas sus sea su última aspiración) mientras presentan a cada auditorio unas ofertas plagadas de consignas con la engañosa técnica de decir a cada cual lo que le gustaría escuchar aunque sean promesas imposibles de cumplir.

Tanto el desastre que para el estado de bienestar ha supuesto la gestión de la crisis por parte de un Partido Popular que ha convertido en un monólogo liberal sus cuatro años de gobierno, como la caída en desgracia del PSOE que ha descendido a las peores cotas de su historia desde la Transición, han propiciado la entrada en escena de unos partidos nuevos que pueden prometer y prometen lo que les viene en gana porque aun no contabilizan resultados negativos ya que nunca han gobernado (al menos no la nación), una circunstancia que les convierte en unas formaciones casi vírgenes que en ciertos aspectos contemplan el arte de gobernar como un utópico Juego de Tronos similar al de la serie televisiva medieval que tanto gusta a Pablo Iglesias, sin tener en cuenta que la aplicación de aspectos mágicos, tan comunes y admisibles en las obras de fantasía, podría lanzar de bruces contra el muro la realidad a estos neófitos estrategas con nefastas consecuencias para quienes creen en sus promesas de regeneración integral del modelo social.

Presentado ya el panorama, vayamos ahora con los líderes.

La situación actual nos presenta a un Mariano Rajoy fiel a su pasividad y con una propensión al dontancredismo cuya imperturbable actitud le hace ignorar cualquier problema, amenaza o peligro. Poco más se puede decir de este gris personaje y poco más merece que se diga de él tras sus muchos silencios y ausencias.

Mientras tanto, a la espera por parte de todos de que se desvele el misterio de la gobernabilidad, Pablo Iglesias ha sorprendido a partidarios y detractores con un inesperado golpe de efecto (sin duda muy bien estudiado) al acaparar la atención mediática tras su reunión con Felipe VI y convertirse en noticia del día al ofrecer al PSOE —en rueda de prensa y sin contacto previo con el líder socialista— una propuesta de pacto sin mas objetivo —aparentemente— que poner Pedro Sánchez contra las cuerdas y reírse en público de él y de su partido con una envenenada proposición que presagia una campaña de acoso y derribo en el supuesto de que ambos lleguen a gobernar juntos.

Muchos analistas políticos han considerado una incongruencia que Pablo Iglesias le haya ofrecido al PSOE no sólo un pacto que se contradice con sus anteriores declaraciones («nunca seré vicepresidente de un gobierno que presida Pedro Sánchez») sino también el anticipo de un gabinete con varios Ministerios y la creación de una nueva cartera (un Ministerio de Plurinacionalidad, que a Iglesias le gustaría que ocupara el portavoz de En Común en el Congreso, Xavier Doménech), sin embargo, y según mi criterio, este órdago a los socialistas no deberíamos considerarlo sólo como una provocación ni una salida de tono sino mas bien como la más clara declaración de cuales son las verdaderas intenciones y objetivos de Podemos y hasta donde son capaces de llegar para conseguirlos.

Vayamos con el tercero en discordia. El líder socialista Pedro Sánchez, lo tiene cada vez más difícil para ser presidente de Gobierno si consideramos que la aspiración de Podemos es arrebatarle cuantos más votos mejor al mismo tiempo que muchos de sus compañeros —barones socialistas incluidos— le cuestionan su táctica y su liderazgo. Lo bien cierto es que si gobernar con el PP como socio sería impensable para Pedro Sánchez por la contradicción que supondría por su negativa previa a una gran coalición, hacerlo con Podemos (y además con los independentistas, las mareas y las confluencias) podría ser una pesadilla que allanara el terreno a Pablo Iglesias para sus ansias de arrancar aun más votos a los socialistas.

Y ya por último tenemos a Ciudadanos. De su líder Albert Rivera poco podemos decir tras el descenso de sus expectativas al quedar en cuarto lugar en las elecciones generales. Al menos, de momento, el partido naranja deberá conformarse con ser un comodín y centrar sus esfuerzos en clarificar si son o no un sucedáneo del PP y si son capaces de aportar algo nuevo al panorama político más allá de un rejuvenecimiento de la derecha. También es cierto que podría darse la opción de un Gobierno con Sánchez como presidente apoyado por Ciudadanos y con la abstención del PP en la investidura, pero esta alternativa deberíamos considerarla más como una ficción mas propia de una serie televisiva.


Como conclusión final podríamos inferir que la manifiesta ingobernabilidad y lo difíciles que se presentan unos pactos que culminen con un gobierno sólido y creíble, hacen muy probable que todo aboque en unas nuevas elecciones. O bien no. Todo es cuestión de esperar y confiar en que un mal viento no desmorone el frágil Castillo de naipes  (House of cards) en que se ha convertido la situación política española y lo que, sin duda, está siendo una nueva transición, esta vez la que conduce a la democracia más allá del bipartidismo.


Alberto Soler Montagud
Médico y escritor