Me ha
sucedido en otras ocasiones, pero esta vez he decidido confesarlo: el pasado
mes de mayo recibí un sobre procedente del partido que lidera Mariano Rajoy
en cuyo contenido se me hacía ciertas ofertas a cambio de una contraprestación
por mi parte.
Pero
vayamos por partes. La mañana del sábado 24 de mayo, jornada de reflexión
electoral previa a las elecciones europeas, tomé conciencia de la situación al
sentarme a mi escritorio para revisar la correspondencia atrasada. Era un
montoncito de cartas remitidas con motivo de las elecciones al Parlamento
Europeo, y tras un repaso somero de las mismas, antes de tirarlas a la
papelera experimenté tres profundas decepciones.
La
primera fue constatar que los principales partidos políticos, además de conocer
mi nombre y dirección, tenían la desfachatez de pedir mi voto tras ignorarme
desde la anterior campaña electoral, no interesarse por mis necesidades como
ciudadano y ni siquiera enviarme una felicitación en mi cumpleaños como hacen
los grandes almacenes.
La
segunda decepción fue reparar en el inmenso dispendio de tiempo y dinero que
deben suponer las campañas electorales cuando su único objetivo es que los más
débiles tomen irreflexivas decisiones, amén de denigrar la dignidad de las
papeletas de voto mezclándolas, en un buzón convencional, con correspondencia
de bancos, recibos, folletos de publicidad de cerrajería, fontanería o, en el
peor de los casos, de comida china a domicilio.
Mi tercera
y última decepción –sin duda como influencia de la generosidad que los
informativos atribuyen al Partido Popular en materia de sobres– fue no
encontrar billetes de dinero en el que el PP envió a mi casa, pues además de un
folleto con unas falaces promesas electorales (las ofertas antes mencionada)
y la petición de que les votara como contraprestación, sólo me encontré
con una lista de nombres en una papeleta encabezada por un tal Cañete y
un sobre donde introducirla cuando fuera a votar.
Honradamente,
no sé que habría hecho si en la carta de los populares (o de cualquier otro partido) me hubiera
encontrado con dinero. Es probable que por cinco euros hubiera denunciado el
hecho y por un fajo de quinientos me lo hubiera pensado. O tal vez no, pues ignoro
los límites de ese grado de corrupción que todos debemos alojar en un
rinconcito de nuestra conciencia. Lo que sí puedo asegurar es que, al día
siguiente acudí a votar sin dejarme influenciar
–al menos conscientemente– por propaganda alguna y con la ilusión de la poder botar
democráticamente a los presuntos farsantes que viven del cuento, en buena
parte gracias a los millones de desencantados que no votan en base a un abstencionismo que tanto beneficia
al bipartidismo.
Alberto
Soler Montagud
Médico y escritor
La verdad es que con ver el Vaticano sacaría el látigo lo mismo que lo sacó cuando llegó al tempo y lo encontró lleno de mercaderes, y derribó mesas diciendo: «Dios dice en la Biblia: “mi casa será llamada: ‘Casa de oración’.” Pero ustedes la han convertido en cueva de ladrones.».
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