Ayer por la mañana, lunes
de resaca electoral siguiente a las elecciones griegas, aterido de frío, entré en la cafetería donde acudo cada día, y a punto estuve de pedir un
bocadillo y un vaso de vino griego para celebrar no sabía muy bien qué, cuando
decidí no abandonar mis viejas costumbres y puse a remojar mis barbas
en un desayuno tradicional (café con leche y tostadas) al tiempo que iniciaba
una personal jornada de reflexión, cábalas y cavilaciones al recordar que Syriza no
es un recién llegado sin experiencia (nació en 2004) sino el fruto de una
coalición de trece partidos de izquierdas que en los comicios de 2012 absorbió,
entre otros, a varios sectores del Pasok (el equivalente al PSOE español)
en una Coalición de Izquierda Radical (significado de las siglas de
Syriza) que hizo descender a los socialistas de 160 a sólo 41 escaños que,
desde ayer, ahora, apenas supera la docena.
Tomé un sorbo de
café con leche y me pregunté qué habría sucedido en nuestro país si, en su
momento, el PSOE e Izquierda Unida hubieran hecho bien sus
deberes (sobre todo el deber de los socialistas de ser fieles a su
ideología por encima de su interesada adhesión al bipartidismo) uniéndose
en una coalición que hubiera hecho frente al austericidio que sufrimos, sin dar
pie a que unos recién llegados (sin mas experiencia que la teórica y sin mas
programa que el que tomaron prestado de IU y aderezaron con unas gotas de
utopía) hayan hecho suyo el hartazgo social que promovió las movilizaciones del
15-M.
Como en mi último
artículo ya expliqué –lo mejor que supe– las razones por las que considero que
Syriza se parece más a Izquierda Unida que a Podemos, no
haré perder el tiempo al lector con nuevos argumentos ni enfatizaré en el
carácter premonitorio del oráculo griego nacido ayer,
admonición preclara de lo que pueda suceder en España de cara a las elecciones
municipales y autonómicas de 2015 y las generales de 2016.
La metáfora del
oráculo está servida, y también las inevitables generalizaciones hechas por
analistas más o menos lúcidos, generadores gratuitos de opinión, tertulianos
retribuidos, políticos al dictado de consignas ideologizadas, interesadas
e impuestas y un pueblo llano que ha recibido con ilusión las promesas de un
cambio que, no nos engañemos, no surgirá de la noche a la mañana sino sólo con
el esfuerzo de un trabajo bien hecho, en la dirección adecuada, eliminando del
camino a los parásitos que hasta ahora han vivido de los débiles anulando,
cosificando y destruyendo a la ciudadanía.
Démonos pues tiempo y tomemos a Grecia
como ejemplo y referencia que marque las las cadencias, pero sin dormirnos en la confianza de que un partido liderado por un mesías pueda hacer el trabajo, que nos corresponde a nosotros, de conseguir una sociedad más equitativa, justa
y mejor.
Hay que mantenerse
atentos y vigilante y ser conscientes de que nadie está en posesión de la
verdad absoluta, así como también que Mariano Rajoy no tiene en exclusiva la potestad de engañar al electorado con falsas promesas.
Aunque los países y
la situación socioeconómica sean distintas, observemos a partir de ahora lo que ocurra en Grecia y
extrapolémoslo, en la medida de lo posible, a nuestra realidad. Y, sobre todo,
que la sensatez nos asista si los derroteros de la Grecia liderada por Alexis
Tsipras fracasan al emprender actuaciones que aplicadas a nuestro país
fueran perjudiciales para conseguir el estado de bienestar que todos –y para
todos– deseamos.
Porque, no lo
olvidemos, la respuesta que nos ofrezca el oráculo griego a nuestras
preguntas de cara al futuro está en el viento, pero tardará su tiempo en
manifestársenos y requerirá de nuestro esfuerzo para que lo
asimilemos y extrapolemos en nuestro beneficio.
Citaré a Bob Dylan como colofón
¿Cuantos años debe existir una montaña
antes de ser erosionada por el mar?
¿Cuantos años pueden algunos existir,
antes de que se les permita ser libres?
¿Cuantas veces puede un hombre girar la
cabeza
fingiendo no haber visto nada?
¿Cuantas veces debe un hombre mirar hacia
arriba
antes de que realmente pueda ver el
cielo?
¿Cuantos oídos debe tener un hombre,
antes de poder escuchar a la gente
llorar?
¿Cuantas muertes deberán suceder
hasta que sepa cuantos muertos ha habido?
La respuesta, amigo mío, está flotando en
el viento.
La respuesta está flotando en el viento.
Alberto Soler Montagud
Médico y escritor
Médico y escritor
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