Francisco
Nicolás Gómez Iglesias dejó de
ser Fran,
un anónimo veinteañero, para convertirse en El pequeño Nicolás, apodo
creado por los medios e inspirado en el personaje homónimo del guionista
francés René Goscinny más conocido
por sus personajes Astérix y Lucky Luke. Sin embargo, nada tiene que
ver Le Petit Nicolas (un niño
travieso de seis años miembro de una familia francesa de clase media en la
década de los cincuenta) con el personaje que súbitamente ha acaparado la
atención mediática española por unas declaraciones fronterizas entre los delirios y el esperpento.
Son muchos quienes especulan con que el individuo en cuestión sufra un
severo trastorno de personalidad cuando Fran asegura haber “colaborado”
con el Centro Nacional de Inteligencia (CNI), hablado por teléfono con el rey
Don Juan Carlos (“claro que tengo su móvil”), haber mantenido contactos
con la Casa Real y realizado gestiones para exculpar a la Infanta Cristina por “el
proceso judicial en que está metida” (“Con
Cristina me reuní en una ocasión.
Me dio un beso y las gracias“), así como por hacer ostentación de una galería
fotográfica y una descomunal agenda de amistades y contactos con políticos y
empresarios.
Como profesional de la
salud, podría aventurarme y hacer un diagnostico clínico del pequeño Fran, pero
no lo haré por carecer de datos suficientes para emitir un juicio. No obstante
sí que aprecio en nuestro hombre una serie de rasgos compatibles con lo que Charles
W. Dithrich Describió como “pseudologia
fantástica”, un síndrome que describe a ciertos mentirosos patológicos que,
a partir de situaciones reales, las transforman tergiversando lo que los demás llegan
a percibir. Es algo frecuente en quienes crean falsos perfiles en las redes
sociales para ofrecer opiniones que son incapaces de asumir desde su verdadera
identidad. No obstante, en el caso del pequeño Nicolás, además de crear falsas
identidades, nos encontramos también con
una presunta megalomanía asociada
a un narcisismo y un complejo de inferioridad.
Según
Dithrich, las
mentiras siempre son intencionales aunque también pueden manifestarse como
respuestas automáticas, compulsivas e involuntarias que llegan a creer quienes
las profieren. Así, quien sufre una pseudología fantástica investiría de
realidad sus fantasías dramatizando y magnificando unos pequeños retazos de
verdad que hinchan y hacen creíbles.
Un
excelente caldo de cultivo para explicar lo sucedido con el fenómeno Nicolás
(y otros tantos nicolases como deben pulular por los mentideros
sociopolíticos financieros y empresariales) es lo habitual que se vuelto la
mentira en nuestro entramado social, una práctica que, junto a la corrupción,
se ejerce con más impunidad cuanto mayor es el poder que se detenta y promueve
reacciones de rechazo por parte de una ciudadanía que, por lo general, las
espera y hasta las perdona siempre que se les permita mentir y defraudar a pequeña escala y con garantías de que no serán pillados en sus
ridículos delitos.
Pero,
volviendo al tema de este artículo, no quisiera concluirlo sin afirmar que
nunca pondría la mano en el fuego afirmando que Francisco Nicolás Gómez Iglesias sufre una pseudología fantástica asociada a una megalomanía
con rasgos de personalidad narcisista, entre otras cosas porque mi capacidad de asombro no conoce
límites y porque, hoy por hoy, soy incapaz de negar que Le Petit Nicolás tutee y llame “jose”
al expresidentes Aznar, haya asesorado a Soraya Sáez de Santamaría en el
asiento de atrás de su coche oficial o sea un espía charlie del CNI por mas que los expertos digan que el
término “charlie” no existe en el argot de los servicios de inteligencia.
Alberto Soler Montagud
Médico y escritor
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