Al
parecer, el Partido Popular se acaba de percatar de que la democracia
española adolece de limpieza en muchos de sus políticos e instituciones y ha
propuesto un pacto de regeneración
democrática que aspira a consensuar con todos los partidos parlamentarios.
Sin embargo, parecen poco sinceras las inquietudes de los populares por manifestarlas justo cuando el bipartidismo se resiente tras la
irrupción de una nueva formación –Podemos– que en pocos meses se ha convertido
en la tercera fuerza en intención de voto gracias al desencanto de una
ciudadanía estafada que difícilmente se fiará del súbito afán regenerador de quienes han propiciado la actual degeneración democrática con sus tibias respuestas ante los casos de
corrupción en su partido.
José Luis Centella,
portavoz de la Izquierda Plural, ha sido contundente al afirmar que “el PP no
tienen autoridad política ni ética para hablar de regeneración democrática
mientras su ex tesorero Bárcenas siga en la cárcel y aun no se hayan explicado
los motivos en el Parlamento”.
Aunque
algunas de las proposiciones regeneradoras
de los populares suponen un cambio de rumbo (por ejemplo, la regulación de los
indultos que hasta ahora rechazaban) y otras serían hasta bien recibidas por
casi todos los partidos (como la reducción en el número de aforados o la
imposición de un tope en los gastos de campañas electorales), resultan del todo increíbles –las propuestas– cuando al mismo tiempo, el partido en el Gobierno quiere imponer una
reforma de la ley electoral que les permita obtener más alcaldías para mantenerse en el poder ahora que las encuestas les descabalgan de la mayoría
absoluta.
Tan
unánime es la oposición de todos los partidos a la elección directa de los
alcaldes que pretenden los populares
(una cacicada que Rita Barberá quiere ampliar a las presidencias de las
comunidades autónomas) que haría imposible el consenso de regeneración democrática que pretende la
derecha. Como muestra un botón: el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, ha impuesto como
condiciones para negociar un consenso que se dé marcha atrás en la reforma electoral así como la retirada de la contrarreforma de la ley del
aborto y de la ley de seguridad ciudadana.
Sin
embargo, y pese a esta reacción técnica por parte de los socialistas, se intuye cierta connivencia de intereses en lo concerniente al interés de las dos
formaciones mayoritarias para preservar el bipartidismo. Llama la atención la postura de Alfonso Guerra al apostar por un
“cambio de rumbo” en la relación entre la derecha y los socialdemócratas a fin de prevenir la
proliferación de los “neofascismos y los neocomunismos, dos monstruos que
estaban dormidos desde hacía años [y que ahora] renacen de sus cenizas”, dicho
como clara alusión a Podemos aunque sin citar al partido que lidera Pablo Iglesias.
Si bien es cierto que la crisis económica, social y de valores ha ocasionado en Europa una pérdida de confianza y un renacimiento de fascismos y de posturas comunistas extremas, no es menos cierto que la
reacción de regeneración democrática que
ahora propone la derecha española, y también el ansia de los socialdemócratas
por buscar un entendimiento entre los dos partidos mayoritarios (el cambio de rumbo al que alude Alfonso
Guerra), tienen un tufo sospechosamente coyuntural, interesado y dirigido más a
perpetuar el bipartidismo que no a prevenir el renacimiento de monstruos a
partir de sus cenizas o beneficiar los intereses de la ciudadanía.
Y si no, al tiempo.
Alberto Soler Montagud
Médico y escritor
Médico y escritor
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