Nada mas regresar de un viaje estival en el
que me abstuve de leer prensa y escuchar informativos en general (lo suelo
hacer de vez en cuando para limpiar mi mente de actualidad sociopolítica), me
encontré con que el alcalde popular de Valladolid, Francisco Javier
León de la Riva, machista recalcitrante y reincidente donde los haya, había
declarado en una entrevista radiofónica sentir “cierto reparo” a subir en los
ascensores, “depende con quién” y debido a que “entras en un ascensor, hay una
chica con ganas de buscarte las vueltas, se mete dentro contigo, se arranca el
sujetador y sale dando gritos diciendo que la han intentado
agredir”. Ante tal sarta de desatinos, vino a mi mente el recuerdo
de un zafio comentario del personaje en cuestión dirigido a
la entonces ministra de Sanidad Leire Pajín ("… cada vez que la
veo la cara y esos morritos pienso lo mismo, pero no lo voy a contar
aquí") y sentí de inmediato la necesidad de plasmar mi opinión en un breve artículo.
Debido al inevitable
sesgo que como médico asumo, así como mi propensión al diagnóstico psiquiátrico
automático, me planteé si tal vez el señor De la Riva sufría en silencio (como
sucede con las hemorroides) una virginitofobia (o miedo a la
violación), una ginefobia (o miedo a las mujeres) y quien sabe si
tal vez una venustrafonia (o miedo a las mujeres hermosas),
fobias todas ellas asociadas –en su particular caso– a una claustrofobia,
concepto de dominio público que alude al miedo a ciertos lugares cerrados como,
por ejemplo, los ascensores.
Por supuesto, no descarté que la escena del
relatada por el político vallisoletano (él sólo en la cabina de un ascensor en
compañía de una fogosa mujer) respondiera a una fantasía sexual
que su subconsciente le impulsó a verbalizar en un momento de locuaz euforia.
Es un hecho que el
impresentable De la Riva, alcalde casi perpetuo de Valladolid, se ha labrado una fama de político machista por sus frecuentes salidas de tono dirigidas,
sobre todo, contra féminas del PSOE. Y no deja de ser curioso que muy pocas
veces desde la cúpula del PP, partido del que es miembro destacado, se le haya recriminado por ello.
Hagamos memoria.
Durante un mitin, en
2007, De la Riva dijo de la entonces candidata socialista a la alcaldía
de Valladolid, Soraya Rodríguez, que "cualquier día dicen que he
violado a la candidata, pero la verdad es que habría que...." puntos
suspensivos con los que el nefasto personaje cuestionaba el dudoso atractivo de la dama.
Independientemente de las carcajadas que su grosero comentario provocaron en la
audiencia, llama psicopatológicamente la atención la gran fijación que por el sexo
y la violación tiene este alcalde popular.
También a Carme
Chacón le dedicó De la Riva un desafortunado exabrupto al definirla como
una "señorita pepis vestida de soldado" coincidiendo con su
designación como ministra de Defensa, detalle que añade un nuevo elemento
–esta vez una filia en lugar de una fobia– de connotaciones sexuales
como es la agalmatofilia (o fijación sexual por las
muñecas), quedando incluso patente el hipotético atractivo fetichista
que para el alcalde vallisoletano pudiera tener una mujer vestida de militar.
De todo lo expuesto
podríamos extraer varias y lamentables conclusiones, pero me quedaré sólo con
una, concretamente el impresentable talante intelectual y ético de cierta casta política que sigue aferrada a los principios que rigieron
durante cuatro décadas de infausto recuerdo en nuestro país: cuarenta años de
privación de libertades a la ciudadanía y de talante chulesco por parte de quienes
–usté no sabe con quien está hablando– eran designados para preservar una moral nacional-católica que sistemáticamente vulneraban; una casta definitoria
de quienes, entre otras aberraciones, discriminan y minusvaloran a las mujeres
por considerarlas inferiores a los hombres; una casta que, en suma, no es mas
que la caspa que adorna la piel de cordero con la que se disfrazan para
parecer demócratas cuando no son mas que unos toscos impresentables y
autoritarios.
Alberto Soler
Montagud
Médico y escritor
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