A veces me siento como un
objeto sociológico víctima de la manipulación mediática y fáctica. Algo así me
sucedió la pasada Semana Santa cuando los medios radiotelevisivos ofrecieron una
información contradictoria que se repitió en el puente del primero de mayo,
al alertar en un mismo informativo de los estragos de la crisis para
luego lanzar el mensaje subliminal de que los hoteles de la costa estaban a
rebosar por las minivacaciones primaverales. Fue como si, de pronto, la realidad
se fraccionara en otras dos totalmente distintas: la de la crisis galopante con
colas en los comedores de Cáritas y la de un país boyante donde casi todos
pueden disfrutar de unas vacaciones extemporáneas.
Me resultó curioso que
ningún medio (progresista o conservador) analizara la contradicción de que la
cifra de seis
millones de parados
fuera compatible con colas kilométricas de vehículos desplazándose desde el
interior a la costa. Tuve la impresión de que todos los medios se sumaban a la
consigna de "España va bien, ya no hay crisis", utilizando el turismo
(producto nacional por excelencia y fuente de divisas en el franquismo) como
cantera de puestos de trabajo, al menos durantes unos días y como falso
reflejo de una sociedad próspera. Sin
duda, a las altas esferas les interesaba dar un toque de atención para que el
subconsciente de cada ciudadano, en vísperas de las elecciones europeas, registrara un "no estará todo tan
mal cuando media España se va de puente”, relativizando así la angustia de la
crisis y sus efectos sobre la clase media.
Al mismo tiempo, me resultó
significativo que sólo 15.000
trabajadores y parados acudieran a la manifestación estrella del primero de
mayo, celebrada este año en Bilbao, y no llegué a entender que, con la precariedad
de empleo que azota a la población activa, millones de ciudadanos estuvieran de
vacaciones mientras Cándido, Toxo y otros líderes del sindicalismo patrio, sólo
consiguieran reunir a unos cuantos que aun se creen representados y defendidos por
ellos.
No me fue difícil llegar a
la conclusión de que los verdaderos penitentes de la llamada semana santa y los
verdaderos trabajadores (ahora parados) que protestan los días uno de mayo, donde
en verdad se manifiestan es en las
lentas procesiones de vehículos que les
trasladan a la costa. Cómo y de dónde obtienen –con su no trabajo declarado por muchos de ellos– los ingresos que les
permitan sufragar tantos días de asueto, es una cuestión digna de análisis que
se escapa de la intención de este artículo, con el que sólo pretendo hacer
reflexionar a quienes se apuntan a la filosofía de "que sean otros quienes
me arreglen lo mío, que yo soy escéptico, no me fío nadie y, además, ni
entiendo de política ni quiero entender".
Alberto Soler Montagud
Médico y escritor
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