Apenas se supo que la muerte de Adolfo Suárez era cuestión de horas, la
sociedad española convirtió al hombre en mito y recuperó su figura como paradigma del político que a todos
les gustaría tener al timón de una nave que zozobra en las procelosas aguas de
una crisis tanto económica como de valores. Tras el anuncio de la inminencia del desenlace, los
españoles desempolvaron los recuerdos de Suárez, olvidaron cualquier actuación censurable en su pasado y pusieron de manifiesto el
alto listón que el expresidente dejó tras de si, a años luz de la
mediocridad de los políticos
actuales tan incapaces de consensuar una salida a la crisis como de erradicar algo tan sencillo de resolver como la epidemia de corrupción que a casi
todos salpica y entre todos encubren.
Comparar a los políticos actuales
con Suárez, Carrillo, González, Fraga, Peces-Barba, Gabriel Cisneros
y tantos otros, pone en evidencia el déficit de líderes que padecemos y la desconfianza que nos inspiran
quienes ahora ofrecen una imagen de casta privilegiada y ajena a la realidad con
el agravante de su presunta corrupción. Tal parece como si al consolidarse la democracia, la clase política se hubiera confiado y convertido en personajillos de talante despótico, mentiroso y
prepotente que se expresan con eufemismos
(mas coartadas que sinceras explicaciones) y promueven
animadversión en los ciudadanos de quienes se ríen al justificar con falacias tanto errores como actos de ética reprobable que, por ser presuntos,
quedan impunes hasta que prescriben.
Es por ello que, en medio de tan deplorable panorama, al saberse
que Adolfo Suárez se moría, el subconsciente colectivo lo rescató del
poso de sus recuerdos y convirtió en mito a un anciano enfermo de Alzheimer, focalizando en él la perentoria
necesidad de disponer de un líder a quien seguir. Y así, en pocas horas la
imagen de Suárez experimentó una metamorfosis que sociológicamente se explicaría por concurrir en él ciertas cualidades que sólo coinciden en personajes
extraordinarios (reales o imaginarios) de la historia de la humanidad. En
primer lugar su valentía (no se tiró al suelo ante la amenaza de un teniente coronel
golpista). También el altruismo y la limpieza moral que todos
le reconocen (pagó los tratamientos contra el
cáncer de su mujer y su hija hipotecando su casa de Ávila hasta que Banesto ejecutó la
hipoteca cuando ya no pudo hacer frente al pago). En tercer lugar el carisma de Adolfo Suárez y la entereza
con que hizo su personal transición desde la fama al olvido con un aura de
fascinación propia de un héroe solitario aferrado a sus convicciones, uno de esos líderes naturales a quienes sus mas próximos acaban traicionando y abandonando.
Si a todo ello añadimos el desencanto que impregna a nuestra sociedad, huérfana de referentes éticos, harta de corrupción, víctima de los peores
índices de desempleo de su historia reciente y con la mayor desconfianza jamás
conocida hacia sus políticos (hoy se les considera uno de los tres grandes
problemas que azotan al país), es comprensible que incluso los menos proclives a
la mitomanía se hayan apuntado al suarismo como quien se agarra a un clavo
ardiendo. Por ejemplo quien esto escribe y que, transcurrida la preceptiva semana de tregua para
que las ideas se enfríen, puede reconocer y reconoce que echa también en falta a políticos de talla como fuera Adolfo Suárez González.
Alberto Soler Montagud
Médico y escritor
En su momento no le voté. Había temores de que su procedencia política nos llevaría a un proceso incierto . Su personalidad fué adquiriendo valor a partir del 23 F . En un gesto valiente nos hizo intuír sus valores. Los que lo hundieron ahora se han apresurado a homenajearlo para tapar su poca altura política.
ResponderEliminarY lo de la relación Iglesia -Estado no tiene arreglo .Comentó en un programa TV el acertado medico alicantino: " esta jodienda no tiene enmienda". Y se ha visto en el funeral de estado que se le hizo a Suárez . Después de todos los homenajes civiles estaba ya fuera de lugar , creo que debería haber sido un acto familliar . Por si fuera poco el gazapo intencionado de Rouco. . Aún nos pasa poco.