lunes, 29 de julio de 2013

EL ACCIDENTE DE GALICIA REABRE VIEJAS HERIDAS EN VALENCIA







A última hora de la tarde del pasado miércoles 24 de julio, tras conocer la noticia de un trágico accidente ferroviario en Galicia, sentí una gran conmoción e, involuntariamente, rememoré el día 7 de julio de 2006 cuando un convoy de la línea uno del metro de Valencia descarriló en la curva de un túnel con un saldo de más de cuarenta muertos y otros tantos heridos graves. Dos hechos luctuosos (uno estaba sucediendo, el otro aun me dolía)  se fundieron en mi mente conforme los medios de comunicación informaban desde Galicia, y yo percibía la sensibles diferencias de cobertura y difusión que los hacían parecer tan distintos.

¿Por qué el accidente de Valencia no alcanzó siquiera la mitad de cobertura mediática de lo que contemplábamos en la pantalla del televisor los teleespectadores de casi todo el mundo?, emergió de mi subconsciente como una duda espontánea y cierta rabia por la discriminación a las víctimas de Valencia.

De pronto, tuve la sensación de que la luz diurna que alumbraba la escena del accidente de Galicia, que todo sucediera al aire libre en una zona poblada y la inmediata colaboraciónn ciudadana desde el minuto cero, contribuyeron a que todo fuera distinto (dentro de una macabra similitud) si se comparaba con el accidente de Valencia.

Aun no sé por qué, pensé en lo improbable que sería que nadie tuviera momento la sangre fría de escamotear pruebas o hacer desaparecer un libro de incidencias –por poner un ejemplo– con la intención de maquillar los resultados de una ulterior investigación.

Me resultó chocante que, pese al drama que se representaba ante mis ojos, todo lo percibiera de un modo tan claro y diáfano. Y pensé cuan distinto habría sido si el accidente se hubiera producido en un corredor subterráneo, circunstancia que en Valencia, en 2006, dificultó que el acceso de ayuda al punto cero fuera tan rápido como se habría querido y propició que la oscuridad del túnel se aliara, siempre presuntamente, con las siniestras intenciones de quienes tenían prisa porque todo pasara y se olvidara cuanto antes.

Aunque no sea este el momento de hacer comparaciones sino sólo de estar al lado de las víctimas de Galicia y de sus familiares, no puedo evitar pensar que lo que ellos sufren ahora es un dolor que en Valencia aun es lacerante porque la herida de nuestro accidente no se ha cerrado por mucho que el carpetazo de un simulacro de comisión de investigación diera por concluido el asunto.

Por mas que intento centrarme sólo en el drama de Galicia, me resulta difícil no ver las diferencias que saltan a la vista y preguntarme cuantos muertos hacen falta para que una tragedia se convierta en noticia internacional. O también, si esa relevancia no está en función del cómputo de cadáveres sino del mezquino afán de algunos por mantener oculta una verdad que les perjudique o incluso, que eclipse el ambiente de júbilo que se espera en una ciudad que ha invertido millones de euros para recibir al Papa.


Conclusiones finales

1-Independientemente de que el maquinista del tren siniestrado en Galicia, Francisco José Garzón, llegara a reconocer su parte de culpa por una distracción inherente a la condición falible del ser humano, debería considerarse que un accidente de esta magnitud nunca obedece a una sola causa sino a una concatenación de muchas de ellas.

2-Es este un asunto demasiado serio como para emitir juicios gratuitos y permitir que se nos vaya de las manos. Todo el mundo está opinando y ya hay medios que apuntan que una baliza que cuesta 14.000 euros podría haber evitado el descarrilamiento, lo cual, puede ser cierto, pero tal vez sea especular con lo que sólo una investigación puede esclarecer.

3- Sin ánimo de justificar a nadie ni faltar al inmenso respeto que merecen las víctimas y sus familiares, es necesario un análisis exhaustivo que descubra las causas sin criminalizar apriorísticamente a nadie; que contemple el carácter multifactorial de este tipo de tragedias, que delimite todas las responsabilidades y ya por último que sirva de lección aprendida y ejemplo a seguir para la prevención de accidentes futuros.

4- Por la empatía y la buena disposición que percibo por parte de las autoridades autonómicas y estatales (que es justo reconocer), presiento que en Galicia sabrán tratar y recordar con respeto a sus víctimas, no se ocultará información ni se engañará a los ciudadanos en lo referente a este accidente. Al menos, ese es mi deseo para que, pasados unos años, no sean necesario promover manifestaciones para saber que ocurrió el 24 de julio de 2013 ni tampoco exigir que se depuren responsabilidades.

5- Quiero manifestar mi inmenso respeto, condolencia y solidaridad con las víctimas del accidente ferroviario de Santiago de Compostela y sus familiares.





Alberto Soler Montagud
Médico y escritor

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