El affaire de
Ponferrada con la moción de censura pactada entre ediles del PSOE y el exalcalde popular Ismael Álvarez,
condenado en 2002 por acoso sexual, es una gota más
que colma en el vaso de la paciencia de quienes están hartos de las aberraciones
en el ámbito político de este denostado país, la mala praxis de políticos
movidos por dudosos intereses y las actitudes prepotentes o incalificables como
el pulso que mantiene el PP con Luís Bárcenas sin que nadie en el partido (y
aun menos en el Gobierno) se atreva a llamar a las cosas por su nombre y
reconocer que su exsecretario les está chuleando y chantajeando mientras ellos actúan
con la cautela propia de quien siente miedo.
Y es que, la
cadena de acontecimientos iniciada en 2009 con la trama Gürtel sigue sorprendiéndonos cada día
–a quien esto escribe ya le cansa– con unas noticias más y más kafkianas
que nos hacen sentir en las manos de delincuentes de cuello blanco y Rolex de oro en la muñeca contra los que nada se puede –nada se sabe, nada se quiere– hacer para
restituir la dignidad que el país y la sociedad en general ha perdido como consecuencia de la corrupción.
España convertida en un hazmerreír internacional
España se ha convertido en un
esperpento de cara a la opinión pública internacional. Quienes están en la cúpula
del tinglado que es el poder político, no dicen mas que tonterías y ambigüedades sin explicar razonadamente cuestiones tan simples como por qué un
individuo como Luis Bárcenas ha podido enriquecerse tanto y en tan poco tiempo.
La
situación rebasa los límites del surrealismo y deja desnudo y al descubierto a
un pobre Mariano Rajoy, devaluado y presto a obedecer ordenes de Alemania
mientras lleva como puede el miedo que siente ante quien fuera el presunto
testaferro de su partido.
Es evidente
un progresivo deterioro de las instituciones públicas. Hasta en la monarquía
nos encontramos con un Rey díscolo –aunque arrepentido– enfrentado a un
yerno desmandado y ambicioso que tiene en jaque a un monarca que, no lo olvidemos, es un hombre de carne y hueso al que, inconcebiblemente, la Constitución le confiere una anacrónica y medieval inmunidad que al
parecer ha hecho extensiva a una de sus hijas, la no imputada Cristina.
Es necesaria una sociedad civil
comprometida
La situación global (las peores cifras de paro jamás imaginadas,
recortes drásticos en el estado de bienestar, desaparición progresiva de las
clases medias, desahucios, suicidos…) ha llegado a unas cotas de
alarma social tal altas que se impone la necesidad de una sociedad civil
comprometida que deposite su confianza en una clase política que sea capaz de acabar
con la corrupción y adoptar medidas valientes que –por poner un ejemplo–
beneficien a quienes son desahuciados de sus casas por culpa de la crisis en
lugar de inyectar capital a quienes crearon la debacle y encima los desahucian.
Ni los partidos actuales ni los políticos que forman parte de ellos
parece que sean los más adecuados para sacar a los españoles del agujero negro en que
ha caído el país. Al menos no si perseveran en su actual modo de actuar. Hay
quien aboga porque surjan nuevos partidos, aunque tal vez sería
más simple que se reconstituyeran los ya existente y se diera paso a una nueva generación
de políticos profesionales, honestos y sensibilizados con lo que ocurre en el
mundo real.
Son necesarios nuevos políticos y nuevas
formas de hacer política
Son
necesarios políticos de nueva casta, políticos de vocación que no consideren
su beneficio personal como un objetivo prioritario. Unos políticos valientes
que se atrevan a luchar contra la corrupción y las injusticias sociales. Que, por supuesto, estén bien pagados pero no de un
modo desproporcionado. Se deberían establecer para ello unos topes tanto en el ‘suelo’ como en el ‘techo’ de sus salarios a fin de que nadie entrara en la política para
enriquecerse ni tampoco la gestión pública se perdiera a un buen profesional por no poder pagarle de acuerdo a su valía. El beneficio de pagar bien a un político redunda en un provecho para la sociedad, mientras que pagarle desorbitadamente o permitir que se enriquezca delinquiendo, desestabiliza y denigra el sistema.
Incompatibilidad absoluta entre lo público
y lo privado en los políticos
Sería
necesaria una incompatibilidad absoluta –y hasta vitalicia como en algunos
países– entre lo público y lo privado de tal modo que, al dejar la política, se impidiera
a quien la ejerció que se relacione con el ámbito privado (y no como ahora que a los salientes se les regalan cargos en empresas tipo Endesa, Telefónica o también en entidades financieras). Podrían incluso pactarse retribuciones complementarias
vitalicias para quienes dejen la política a cambio de que no se vinculen en su futuro profesional con
empresas que guarden relación con sus antiguas competencias en la gestión
pública. Estos planeamientos, que escandalizarán a muchos, son a larga ética y
económicamente rentables. Mas bien, muy rentables.
Políticos que asuman sus responsabilidades
Debería
exigirse a los políticos que asumieran las responsabilidades inherente a sus
actuaciones (tanto éticas como civiles y penales) de tal modo que si incumplen
sus promesas electorales (a las que debería conferirse un valor contractual), prevarican
o quebrantan cualquier ley, la justicia les investigue ipso facto –sin
aforamientos ni prebendas inherentes a su condición– y los aparte de su cargo hasta
que se demuestre su culpabilidad o inocencia tal cual sucede cuando se sospecha que un policía pueda ser corrupto y se le aparta del servicio mientras
es investigado.
Urge una respuesta colectiva de la
ciudadanía
Siendo que no parece haber un sistema mejor que la democracia, deberíamos
impedir que este sistema se deteriore, se desarticule y hasta se descomponga como
ocurre con la corrupción que afecta a nuestro país, un país que no es corrupto en
su esencia sino solo víctima de la corrupción de algunos de sus políticos,
empresarios, financieros y hasta ciudadanos de poca monta.
Además de quejarse y rasgarse las vestiduras en tertulias de barra de
bar y acudir a manifestaciones para gritar contra la corrupción y los recortes, los ciudadanos, en
vez de volver a sus casas y esperar a que otros resuelvan sus problemas, deberían
unirse en una respuesta colectiva en forma de participación activa en organizaciones
representativas donde sea posible dar cauce a sus reivindicaciones.
Si esto fuera así, las cúpulas de los partidos, el comportamiento de los políticos, la utilidad de los sindicatos, la relación del mundo empresarial con los trabajadores y hasta la banca cambiarían radicalmente en su forma de actuar. Y los beneficiados serían quienes ahora más sufren las consecuencias de la crisis.
Si esto fuera así, las cúpulas de los partidos, el comportamiento de los políticos, la utilidad de los sindicatos, la relación del mundo empresarial con los trabajadores y hasta la banca cambiarían radicalmente en su forma de actuar. Y los beneficiados serían quienes ahora más sufren las consecuencias de la crisis.
Que nadie lo dude.
Alberto Soler Montagud
Considero un error acotar la realidad natural en compartimentos políticos. Así, prescindo de acometer ensayos con títulos como "flora de España", o "fauna navarra", por entender que mezclan churras con merinas.
ResponderEliminarComo la corrupción forma parte de la naturaleza de todo ser humano, le aplico el mismo principio, y así me resulta poco alentador que un ensayo sobre la corrupción se ciña al coto político de España, o al de los políticos.
El hazmerreir puede provocarlo la cultura española (eso sí es un coto natural), que hace sinceras y cándidas reflexiones sobre sí misma. Lo que se lleva en otras culturas (en las que también reina la más absoluta corrupción) es la hipocresía y la falta de vergüenza en su uso.