martes, 19 de febrero de 2013

RATZINGER NO HA ABDICADO NI HA DIMITIDO




Cara y cruz de la renuncia de Ratzinger




El Papa Ratzinger no ha abdicado (como podría hacer Juan Carlos I), ni ha dimitido (como algunos quisieran que hiciera Mariano Rajoy. Simplemente ha ‘renunciado’ a seguir en su cargo sin que nadie tenga que darle el visto bueno por ello, aceptar su decisión ni tampoco cuestionarla. Esto es posible en base al canon 332. 2 del Código de Derecho Canónico, algo a lo que los pontífices no nos tienen acostumbrados (el último Papa que renunció fue Gregorio XII, a principios del siglo XV) por su propensión a seguir en sus puestos aun en unas condiciones físicas y mentales deplorables.



El Papa se despide en una lengua muerta

Hace pocos días, mientras Benedicto XVI pronunciaba un discurso sobre la canonización del 800 mártires, dejó de hablar del tema y dijo de pronto que se sentía cansado, que soportaba una presión muy fuerte y que iba a renunciar. Lo dijo hablando en latín, esa lengua muerta que pervive en los ritos católicos, que es la lengua oficial en el Estado de la Ciudad del Vaticano y la misma que utiliza el Pontífice cuando habla urbi et orbi (una contradicción por cierto, pues urbi et orbi es sinónimo de ‘para que todos se enteren’).
Solo la corresponsal Giovanna Chirri, una de las periodistas que cubrían el discurso papal y que domina el latín a la perfecciónn, entendió lo que acabada de decir el Santo Padre (“el latín de Benedicto XVI es muy fácil de entender”, declararía Giovanna más tarde) y corrió emocionada (“cuando di la noticia, me puse a llorar”) para divulgar la primicia a través de su agencia.


Desde mi laicismo

Compruebo que, paradójicamente, en vez de ser consecuente con el laicismo que profeso y hacer caso omiso a la dimisión papal no confiriéndole mayor significación de la que merece, me encuentro ya en el tercer párrafo de un artículo que promete ser monográfico, y al preguntarme el por qué de mi proceder, he concluido que al Papa de Roma (y a la Iglesia católica en general) se les concede en los medios un tratamiento informativo superior al de cualquier otro líder religioso, secta o creencia por una serie de motivos que intentaré resumir:

1.    El catolicismo lo profesan más de mil millones de fieles esparcidos por los cinco continentes.

2.   El catolicismo ha propagado, con gran habilidad, la creencia de que el Papa es el vicario de Cristo en la tierra y que tal condición le hace acreedor de un especial trato protocolario por parte de la diplomacia internacional. Así, independientemente de que Dios exista o no, al sucesor de Pedro se le trata con rango de Vicario de Cristo, como si el mismo Dios lo hubiera designado  para ocupar en la Tierra, de modo indefinido, el puesto que dejo su Hijo vacante al ascender a los Cielos.

3.   El catolicismo, a través de su jerarquía, ha sido muy  sagaz al saber convertir en Estado a la Ciudad del Vaticano y hacer del Papa el Jefe de Estado del país más pequeño del mundo, y por ende, que en el organigrama protocolario internacional ocupe un eslabón infinitamente superior al de cualquier líder religioso al uso.

4.   El catolicismo proclama la infalibilidad del Sumo Pontífice cuando habla ex cathedra y la imposibilidad de que el papa se equivoque cuando dogmatiza en cuestiones de fe y de moral. Esta circunstancia no pasaría de ser una anécdota irrelevante (por oponerse a la lógica racional) de no ser porque ciertos grupos sociopolíticos ultraconservadores, desde sus respectivos foros y partidos políticos, incitan a que los obispos intervengan con descaro en temas que sociopolíticamente deberían serles ajenos y quedar relegados a los púlpitos. Son  temas tan delicados como el aborto, el matrimonio y adopción entre parejas homosexuales, el control de la natalidad, la reproducción asistida, la eutanasia y tantos otros en los que los voceros de las Conferencias Episcopales y sus acólitos confunden ética y moral y consideran solo como verdadero lo contenido en el dogma católico.

5.   Ya por último, el catolicismo siempre se ha valido de unas depuradas técnicas de proselitismo y de marketing que a lo largo de la historia ha permitido que su credo y dogma se haya impuesto por doquier –incluso por las armas– y la presencia de la Iglesia católica haya sido constante a diestra y siniestra de quienes siempre han ostentado las riquezas y el poder en lo económico y social.


¿Renuncia voluntaria o impuesta?

Estas son las razones y los motivos que me han hecho claudicar y rendirme ante la evidencia de tener que escribir sobre Ratzinger, sobre su renuncia y  cuestionar la credibilidad de las razones aducidas para que haya dado tan insólito paso.

Como soy lego en teología y poco dado al cotilleo –aunque sea difícil resistirse a él cuando de intrigas vaticanas se trata, siempre tan jugosas sobre todo para un escritor– , me limitaré a recordar que no hace mucho, el Papa Ratzinger visitó y perdonó en la cárcel a su mayordomo Paolo Gabriele, allí confinado por filtrar documentos secretos que vinculaban al Vaticano con temas de blanqueo de dinero, explotación laboral, fraude económico y otros mucho más embarazosos, espinosos e impropios de quienes dicen ser hombres de Dios por guardar relación incluso con perversiones inconfesables contra el sexto mandamiento.

Son muchos quienes relacionan este Wikileaks vaticano  con la dimisión papal muy pocas semanas después de que se desatara el escándalo y, bien pensado, no sería descabellado que tal relación existiera sobre todo cuando se han argumentado unas razones poco creíbles  para la renuncia del Papa (vejez, falta de fuerzas) que nunca han sido óbice en la gerontocracia que ha mantenido en la Silla de San Pedro a muchos Papas con síntomas seniles más propios de un paciente geriátrico con criterios de ingreso en una institución para dependientes que de un líder lúcido y carismático en activo.


¿Qué pasará después de Ratzinger ?

Comparado con el del polaco Wojtyła, el papado de Ratzinger ha sido más bien breve aunque de tendencia continuista con su antecesor. Se da la coincidencia de que ambos papas nacieron en países centroeuropeos, sus pasados estuvieran ligados (aunque más por contemporaneidad que por afinidad) con el nazismo y que el segundo ha seguido la línea conservadora iniciada por el primero.

Además, tanto Juan Pablo II, como Benedicto XVI han sido siempre contrarios contrarios a las aspiraciones de cambio de los católicos aperturistas que en los años sesenta lucharon por una Iglesia abierta y no anclada al pasado.

Habida cuenta de estas circunstancias y a la vista del carpetazo que ambos papas dieron carpetazo a la modernización que presagiaban el Concilio Vaticano II, y la desautorización de los movimientos afines a la Teología de la Liberación (¿quién la recuerda?) en contraste con la simpatía de Wojtyła y Ratzinger  por grupos fundamentalistas como los Neocatecúmenos (Kikos), el Opus Dei o los Legionarios, todo hace temer que ningún cambio se producirá cuando el lugar de Ratzinger lo ocupe quien el Espíritu Santo, presuntamente, decida tras una encarnizada lucha de Poder.

Poder terrenal por supuesto.


Cambios necesarios

La Iglesia católica necesita un cambio rotundo que acabe con su política autocrática medieval; su opacidad en las formas y en el fondo; su discriminación y sexista que margina a las mujeres; su hipócrita postura ante el sexo y el celibato; su reprobable justificación y encubrimiento de las debilidades (que los laicos llamamos ‘delitos’) de quienes, al amparo de una sotana, cometen “crímenes” sexuales contra niños; las riquezas acumuladas por los hombres de Dios y la tradicional y milenaria complicidad de la jerarquía eclesial católica con políticos, empresarios y banqueros.


Por un Estado laico

Sin embargo, como es probable que quien suceda al actual Papa sea otro fundamentalista que simule hacer ‘grandes cambios’ para que todo siga como hace siglos, me siento en la necesidad de reivindicar el laicismo que no se plantea en nuestro país por miedos inconfesados e inconfesables de los gobernantes, que se plasman en  prebendas que la Iglesia católica recibe y que no se dan en ningún otro país, ni siquiera en la católica Italia.

Por ello, es necesario que avancemos con valentía y decisión hacia un Estado laico y que, desde el Parlamento, se revisen los improcedentes acuerdos con la Santa Sede de 1979, que en tantos aspectos vulneran los principios democráticos.



Alberto Soler Montagud







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