miércoles, 30 de enero de 2013

LA CORRUPCIÓN EN LA POLÍTICA: APROXIMACIÓN SOCIOLÓGICA










Hablamos de corrupción en el ámbito político cuando se utiliza el poder público en beneficio privado por parte de quienes lo ostentan, una situación frecuente pero no exclusiva de las autocracias no democráticas ya que también en los estados democráticos se recurre a prácticas enviciadas como un modo habitual de enriquecerse quienes actúan al amparo de la impunidad conferida por un estatus o cargo público. Cuando esto se da con reiteración, la sociedad que lo sufre tiende a fragmentarse en una minoría de ricos y una mayoría de pobres por la consecuente depauperación de la clases medias.



Instauración de la corrupción

Una vez la ciudadanía se acostumbra a las praxis corruptas de sus dirigentes y las asume como un fenómeno consustancial e inevitable, surge una sensación de desprotección, una tendencia al individualismo y un escepticismo que aboca en una falta de compromiso social por parte de los ciudadanos.

Consideremos que, desde una perspectiva social, los miembros de una colectividad tejen una red de expectativas recíprocas cuyo buen funcionamiento depende de la confianza que cada cual deposita en que los demás hagan lo que de ellos se espera. Pero cuando esto falla –sobre todo porque los dirigentes anteponen su ambición al interés colectivo– surgen crisis de desconfianza en la población y falta de credibilidad en el estamento político.


Individualismo fatalista, presentismo y cultura de la inmediatez

Es en este contexto cuando se manifiesta el llamado síndrome del individualismo fatalista consistente en una tendencia del ciudadano a priorizar sus aspiraciones individuales por encima de sus deberes colectivos, así como el fatalismo de sentirse abocado a un destino que haría inútil cualquier tipo de queja u oposición.

Conforme la corrupción va extendiendo sus tentáculos, además del individualismo surge el fenómeno del presentismo como promotor de actuaciones individuales en la creencia de que solo el presente importa mientras el pasado y el futuro pasan a ser irrelevantes. Es un fenómeno vinculado a la cultura de la inmediatez que busca placer en el presente y merced al cual el individuo aspira a alcanzar, en menos tiempo y con poco esfuerzo, metas cada vez más altas.


Un cóctel explosivo

Las perspectivas empeoran si al presentismo y a la inmediatez se asocian con situaciones como una crisis económica galopante, tasas de desempleo en crecimiento imparable, la tendencia de los miembros de la sociedad consumista a acceder a todo lo que se publicita en los medios, la propensión a contraer créditos difíciles de asumir, el conformismo ante un estatus de eternos adolescentes por parte de millones de jóvenes con dependencia parental incluso en la treintena o la proclividad a consumir remedios que proporcionen ‘gratificaciones inmediatas’ como ciertas drogas o el alcohol, sustancias cuyo uso suele asociarse con la frustración, la falta de expectativas laborales y la desconfianza en el sistema social al que se pertenece.

Cuando estos ingredientes se mezclan en una coctelera y quien la agita es un barman corrupto, el resultado es un trago amargo y difícil de asimilar sin sufrir las consecuencias.


Abstenerse de votar por desencanto

Hay una cadena ‘causa-efecto’ que se ve activada al ponerse en marcha la corrupción en el sistema que origina el desencanto de unos ciudadanos que reaccionarán adoptando posturas individualistas, presentistas y consecuentemente con una apatía participativa en las cuestiones sociales. Paulatinamente se instaurará un abúlico ostracismo que frenará el ímpetu cooperante del individuo y una de las consecuencias será la alta tasa de abstención cada vez que se convoquen elecciones.

Transformación sociocultural y recuperación del control de las instituciones

La lucha contra las prácticas corruptas debe siempre asociarse a un plan de transformación sociocultural dirigido a prevenir (o combatir si ya se ha instaurado) la creencia fatalista de que la corrupción es inevitable e imposible de vencer.

Otro puntal es la lucha contra el inmovilismo de una sociedad resignada, a través de actuaciones encaminadas a recuperar el control de las instituciones y ofrecérselo –por cauces democráticos– a unos gobernantes honestos que estén sometidos a las leyes como cualquier otro ciudadano y que actúen como servidores electos y no como oligarcas.

Colofón

Los ciudadanos no comprometidos con sus obligaciones participativas deben ser consecuentes ante la incoherencia de que una minoría (quienes acuden a las urnas) decida quien debe gobernar durante cuatro años mientras ellos guardan un silencio abstencionista y asumen la corrupción como algo inevitable contribuyendo de este modo a una progresiva auto-desintegración  la sociedad.


Alberto Soler Montagud






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