Hablamos de corrupción en el ámbito político
cuando se utiliza el poder público en beneficio privado por parte de quienes lo
ostentan, una situación frecuente pero no exclusiva de las autocracias no
democráticas ya que también
en los estados democráticos se recurre a prácticas enviciadas como un modo
habitual de enriquecerse quienes actúan al amparo de la impunidad conferida por un estatus o cargo público. Cuando esto se da con reiteración, la
sociedad que lo sufre tiende a fragmentarse en una minoría de ricos y una
mayoría de pobres por la consecuente depauperación de la clases medias.
Instauración
de la corrupción
Una vez la ciudadanía se acostumbra a las praxis corruptas de sus dirigentes y las asume
como un fenómeno consustancial e inevitable, surge una sensación de
desprotección, una tendencia al individualismo y un escepticismo que aboca en
una falta de compromiso social por parte de los ciudadanos.
Consideremos que, desde una perspectiva social, los
miembros de una colectividad tejen una red de expectativas recíprocas cuyo buen funcionamiento depende de la confianza que cada cual deposita en que los demás hagan lo que de ellos se
espera. Pero cuando esto falla –sobre todo porque los dirigentes anteponen su
ambición al interés colectivo– surgen crisis de desconfianza en la población y falta de
credibilidad en el estamento político.
Individualismo fatalista, presentismo y cultura de
la inmediatez
Es en este contexto cuando se manifiesta el llamado síndrome del individualismo fatalista consistente en
una tendencia del ciudadano a priorizar sus
aspiraciones individuales por encima de sus deberes colectivos, así como el
fatalismo de sentirse abocado a un destino que haría inútil cualquier tipo de queja u
oposición.
Conforme la corrupción va extendiendo sus tentáculos,
además del individualismo surge el fenómeno del presentismo como promotor de actuaciones individuales en la creencia de que solo el presente importa mientras el pasado y el futuro pasan a ser irrelevantes. Es un fenómeno vinculado a la cultura
de la inmediatez que busca placer en
el presente y merced al cual el individuo aspira a alcanzar,
en menos tiempo y con poco esfuerzo, metas cada vez más altas.
Un
cóctel explosivo
Las perspectivas empeoran si al presentismo y a la inmediatez
se asocian con situaciones como una crisis económica galopante, tasas de
desempleo en crecimiento imparable, la tendencia de los miembros de la sociedad
consumista a acceder a todo lo que se publicita en los medios, la propensión a
contraer créditos difíciles de asumir, el conformismo ante un estatus de eternos
adolescentes por parte de millones de jóvenes con dependencia parental incluso
en la treintena o la proclividad a consumir remedios que proporcionen ‘gratificaciones inmediatas’ como ciertas
drogas o el alcohol, sustancias cuyo uso suele asociarse con la frustración, la falta
de expectativas laborales y la desconfianza en el sistema social al que se
pertenece.
Cuando estos ingredientes se mezclan en una coctelera y
quien la agita es un barman corrupto, el resultado es un trago amargo y difícil
de asimilar sin sufrir las consecuencias.
Abstenerse de votar por desencanto
Hay una cadena ‘causa-efecto’ que se ve activada al ponerse en marcha la corrupción en el sistema que origina
el desencanto de unos ciudadanos que
reaccionarán adoptando posturas individualistas,
presentistas y consecuentemente con
una apatía participativa en las
cuestiones sociales. Paulatinamente
se instaurará un abúlico ostracismo que frenará el ímpetu cooperante del individuo
y una de las consecuencias será la alta tasa de abstención cada vez que se
convoquen elecciones.
Transformación sociocultural y recuperación del
control de las instituciones
La lucha contra las prácticas corruptas debe siempre
asociarse a un plan de transformación
sociocultural dirigido a prevenir (o combatir si ya se ha instaurado) la
creencia fatalista de que la corrupción es inevitable e imposible de vencer.
Otro puntal es la lucha contra el inmovilismo de una
sociedad resignada, a través de actuaciones encaminadas a recuperar el control
de las instituciones y ofrecérselo –por cauces democráticos– a unos gobernantes
honestos que estén sometidos a las leyes como cualquier otro ciudadano y que
actúen como servidores electos y no como oligarcas.
Colofón
Los ciudadanos no comprometidos con sus obligaciones participativas deben ser consecuentes ante la incoherencia de que una minoría (quienes acuden a las urnas) decida quien debe gobernar durante cuatro años mientras ellos guardan un silencio abstencionista y asumen la corrupción como algo inevitable contribuyendo de este modo a una progresiva auto-desintegración la sociedad.
Los ciudadanos no comprometidos con sus obligaciones participativas deben ser consecuentes ante la incoherencia de que una minoría (quienes acuden a las urnas) decida quien debe gobernar durante cuatro años mientras ellos guardan un silencio abstencionista y asumen la corrupción como algo inevitable contribuyendo de este modo a una progresiva auto-desintegración la sociedad.
Alberto Soler Montagud
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