Coincidiendo con el 50
aniversario de las muerte de Marilyn
Monroe, he leído en algún sitio que la actriz tenía un coeficiente
intelectual de 168; que adoraba leer a Tolstoi,
a Whitamn y a Milton; que recibió clases en el Actor´s Studio de Lee
Strasberg, a quien, por cierto dejó parte de su herencia. Y he concluido
que todo mito tiende a ser mitificado, sobre todo si, transcurridos tantos años
después de su muerte, aun suscita las mismas reacciones de veneración como si
aun viviera.
También he leído que el
dramaturgo norteamericano Arthur Miller
dijo en cierta ocasión que Marilyn (con quien estuvo casado cinco años) tenía
una gran biblioteca pero nunca la vio terminar un solo libro. Y no me ha
importado descubrir tamaña atrocidad, o al menos debería serlo para quienes
amamos la lectura.
De pronto, mientras
escribía el esbozo de esta crónica (que procede de un comentario que hice en
una red social) he levanto los ojos del teclado y tras encender un cigarrillo
imaginario (hace dos años que no fumo), he contemplado la foto que ilustra el
artículo y que un buen amigo, Gerardo Rivas, había colgado en Facebook junto a
un panegírico que con su fluida prosa dedicaba a nuestra querida Marilyn.
Y de pronto, no he concedido ninguna importancia a que la preciosa actriz fuera, o dejara de ser, esa rubia tonta que muchos, despectivamente, creyeron ver en ella y que aun hoy otros, debaten cuestionando su inteligencia y sus cualidades artísticas sin llegar a conclusiones determinantes.
Y de pronto, no he concedido ninguna importancia a que la preciosa actriz fuera, o dejara de ser, esa rubia tonta que muchos, despectivamente, creyeron ver en ella y que aun hoy otros, debaten cuestionando su inteligencia y sus cualidades artísticas sin llegar a conclusiones determinantes.
Porque soy consciente de
que adoro a Marilyn, y porque sé que con eso me basta. Como sé también que ese
implacable juez que es el tiempo, le ha conferido la categoría de gran actriz
cuya prestancia y “savoir faire”
delante de las cámaras fue más allá del “intrascendente y sensual contorneo de
caderas de una rubia oxigenada que era incapaz de meterse ni siquiera en su
propio papel” como algunos dijeron. Algo que Marilyn sufrió intensamente (creía
ser una mala actriz) al haber
interiorizado un sentimiento de minusvalía profesional, y hasta vital, como
consecuencia de una desgarradora baja autoestima).
Vuelvo a mirar de nuevo la foto, y esta vez sonrío y
apago el puñetero cigarrillo, que ni siquiera me ha hecho toser, alegrándome de
haber dejado de fumar.
Contemplo la foto una vez
más, ahora con embeleso, y pienso que debe formar parte de la colección privada
de mi amigo Gerardo. Y al llegar a la conclusión de que Marilyn Monroe que seguirá
viva "forever and ever"
para quienes la amamos, le doy gracias infinitas a Dios, o a quien sea, por tan
hermoso regalo.
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