sábado, 14 de julio de 2012

... Y DIOS HABLÓ A MARIANO NOÉ Y A ANDREA FABRA








Dedicado a


El decimosexto de los cuarenta días (con sus cuarenta noches) previstos para la travesía del Diluvio, Dios quiso que cesara la lluvia y la lluvia cesó; al menos lo suficiente para que Mariano Noé pudiera salir a la cubierta del arca que había construido. 

Una vez afuera, en la superficie de la nave y contemplando de nuevo el cielo tras más de dos semanas de forzoso encierro en el arca, Mariano Noé encendió un cigarrillo y empezó a fumar con mucha más ansiedad que necesidad de nicotina. Pensativo, el patriarca, añoró algunos momentos previos a la universal tormenta mientras veía moverse el agua desde la zona más convexa de proa. De pronto, Mariano Noé percibió que alguien se le acercaba por detrás. Era su ahijada Andrea, la hija de su amigo Carlos, el mismo hombre que antes de retirarse al Monasterio de Carabanchel le regaló sus gafas de sol ("allí a donde voy, amigo mío, no las necesitaré por muchos años"), las mismas que en ese momento llevaba puestas Mariano Noé porque Dios había querido que el sol saliera, al menos durante una hora, aquella la mañana del decimosexto día de la travesía.

- Precisamente contigo quería hablar, Andrea –dijo Mariano Noé al percatarse de la presencia de la muchacha.


- Vos diréis padre adoptivo mío –respondió la chica con un puntito de descaro heredado de su verdadero padre, un toque de arrogancia que siempre incomodaba a Mariano Noé.


- He revisado en la bodega la sección de mamíferos del bosque y no he encontrado la pareja de gacelas que te encomendé traer a la nave. ¿A caso olvidaste cumplir mi orden, Andrea? –dijo Mariano Noé empleando un tono que intencionadamente era mitad enérgico y mitad condescendiente.


- Así es, querido padre adoptivo. Una vez más tenéis razón. Lo olvidé. Pero debo decir que, en el fondo, me alegro, pues nunca me gustaron las gacelas


- ¿Y que vamos a hacer sin esos dos animales de Dios, muchacha? ¿Como repoblaremos de gacelas los nuevos bosques y cumpliremos el mandato del Señor si nos falta la pareja de macho y hembra que te encargué? 

- ¿Debo responder con toral sinceridad, padre adoptivo querido...? –dijo Andrea con un mohín desafiante.


- Con total sinceridad, Andrea –respondió Mariano Noé asintiendo - ¿Qué   será de la fauna del bosque tras tu olvido?


- Si le he de ser sincera, mi respuesta es…: ¡Que se jodan!


- ¡Andreaaa! -bramó Mariano Noé - ¿Acaso ignoras que Él te escucha?
 ¿No te enseñaron que Él lo oye todo? ¿No temes al Creador que hastiado de la perversión humana ha arrojado sobre la tierra un Diluvio como castigo?

- ¡Pues, que se joda también Él ! –dijo la chica con un desaforado descaro rayano en la provocación.

De pronto, resonó un terrorífico estruendo. Fue como si se rasgaran las alturas y comenzó a caer del cielo agua y piedra al tiempo que el sol desaparecía como por arte de magia. El día  se hizo noche y desde lo alto se escuchó una voz clara y potente que proclamaba su autoridad y producía pavor a quien la escuchaba, ya fuera hombre o animal. 

- ¿Qué es lo que has dicho, Adrea? –atronó la voz de Dios.


Temblando, la muchacha cayó de rodillas y se percató de que había provocado al Creador. Por primera vez en muchos años la descarada  y consentida Andrea, la niña pija de Canaán como todos la llamaban, tuvo miedo de perder los privilegios que le habían sido prometidos por intercesión de su padre adoptivo el sexagenario Mariano Noé, hijo de Lamec. Andrea, que amaba tanto el poder como su verdadero padre un buen favor y un mejor contrato, rectificó y le dijo al Señor: 


- No ha sido mi deseo ofenderos, poderoso Señor, Creador del cielo y de la tierra.


- ¿Entonces, porqué has dicho lo que has dicho, deslenguada criatura? –dijo Dios al tiempo que con gran puntería lanzaba dos rayos, uno a cada lado del arca, dando tal susto a mariano Noé que le cayó la colilla ya apagada que aun mantenía entre los labios.

- Cu… cuando he dicho ¡Que se jodan!, -la voz de Andrea sonó temblorosa y fingidamente temerosa- no fue mi intención ofenderle, Señor. Ni tampoco ofender a las gacelas, hermosas criaturas, pues no me refería a ellas.


- ¿A quien entonces Andrea?
 ¿A quién te referías? Habla ahora o calla para siempre.

- ¡A los socialistas señor, a los socialistas!
 ¡Me refería a la bancada socialista del Congreso!

"Claro, ¿A quien si no?" reflexionó Dios en silencio como reprochándose a si mismo de que algo tan obvio se le hubiera pasado por alto. Precisamente a Él que iba de sobradillo desde hacía miles, que digo miles, millones de años.

- ¡Andad ya pareja de haraganes! –dijo el Creador adoptando un tono bonachón-.  Entrad los dos en el arca que estáis hechos una sopa. Y tú, Mariano Noé, quítate esas gafas oscuras, que ya no hace sol y pareces un mafioso.

Mientras Mariano Noé y Andrea obedecían y entraban a la zona de camarotes a través de la escotilla central de babor, el Creador se despidió de ellos como hacía cada vez que exhibía sus poderes (en el fondo era un niño, y mucho más conforme se hacía mayor). Dios movió las manos haciendo filigranas con los dedos como hacen los magos antes de empezar un truco y, súbitamente, extendió teatralmente los brazos y lanzó un nuevo rayo acompañado de un sádico trueno que ensordeció a los tripulantes del arca. Hombres y animales dejaron de oír y no fue hasta el vigésimo día de navegación que recuperaron la audición, justo cuando faltaban aun veinte días con sus veinte noches para el ansiado fin de su larga travesía.


Cumplido el plazo, y tras comprobar Mariano Noé (previo envío de una paloma que se jugó el tipo por una ramita de olivo) que el proceso de retiro del agua era el deseado, le pidió permiso al Señor y Él le permitió salir del arca junto a su familia y a todos los animales: todos menos la pareja de gacelas que no reaparecieron en la tierra hasta que un día el Señor provocó una mutación en una antílopes africana preñada que siempre soñó tener hijos mas esbeltos y rápidos que ella.


Nota.
La actuales gacelas han hecho realidad el sueño de aquella antílope preñada que no se cita en la Biblia, pues alcanzan sin dificultad una velocidad punta de 97 kilómetros por hora y mantienen velocidades promedio de 56 kilómetros a la hora con un consumo mínimo de hierbas y arbustos.



1 comentario:

  1. Hala, que bestia! Tú no, Don Alberto. Bruta Ella, la emotiva tía franca esa; la explicita que, arrebatada de ardor, le puso voz a los aplausos; a esa que, luego, los aplaudientes, al verse en peligro de evidencia la negaron tres veces; la espontánea, sincera y coherente que se atrevió a ser autentica dejando salir lo que iba dentro de su ser; la sacrificada; la que pagó por todos recibiendo dos collejas, una oficial y otra de su propia peña. Una para cumplir y la segunda para quedar bien, ..o menos mal.
    Moraleja: está claro que se puede aplaudir, pero no verbalizar lo aplaudido
    ¡Jo, que cinismos!

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