Llevamos varios años inmersos en una “crisis económica” sin
reparar en un cúmulo de circunstancias que muestran un deterioro no sólo en lo
económico y político, sino también, en lo ético. Un menoscabo que ha puesto al
descubierto una “crisis de valores” que la inmensa mayoría considera una
“normalidad” con la que nos hemos acostumbrado a convivir. Por ejemplo, no hace
mucho, los populares valencianos tuvieron imputados simultáneamente a
Francisco Camps, Carlos Fabra y José Joaquín Ripoll, tres funestos personajes
que, a la sazón, acaparaban entre ellos una presidencia de Generalitat, dos
presidencias provinciales de su partido y dos presidencias de Diputación y pese
a ello, el PP recibió el apoyo mayoritario de los valencianos, tal vez porque
estamos inmersos en una crisis de valores que precedió a la actual crisis
económica y que ahora repercute en todos.
Los cambios que produce la crisis
Por definición, toda crisis va asociada a unos cambios que
modifican el modo de vida de la colectividad que la sufre y que, si son
drásticos y afectan a los cimientos estructurales de un sistema, pueden incluso
conducir a una revolución.
Sin embargo, aunque los ciudadanos insinúen esbozos de nuevas
actitudes (disminución en el consumo y algo más de sensibilización por las
cuestiones políticas y económicas), lo que se percibe en el ambiente es más una
sensación de transición que de verdadero cambio.
Es como si a nuestra sociedad le estimulara más el retorno al
poder adquisitivo perdido que la idea de hacer una revolución.
¿Protestas
o propuestas?
Si
bien han surgido reacciones como la de los indignados del 15-M y la
sociedad empieza a mostrar su enfado y decepción con los políticos, quienes
sufren la crisis parecen tener claro qué es lo que no quieren
pero sin formular propuestas para acabar con una situación no deseada.
El
futuro es contemplado con miedo y sólo se emprenden protestas en forma de
manifestaciones porque no se ha interiorizado que esta crisis es un trance
multifactorial que afecta no sólo a lo económico sino también a otros valores
inmateriales que definen a nuestra sociedad. Son muchos quienes piensan que si
volviera la alegría consumista que caracterizó a la burbuja inmobiliaria, todo
quedaría en una crisis más de las que cíclicamente hacen acto de presencia para
sanear y renovar el panorama económico.
Por
ello, la reacción de los indignados es casi testimonial, de tipo
visceral y surgida de la precariedad que genera el desempleo y el rechazo a la
corrupción, unas respuestas emocionales que predispone a los ciudadanos (sobre
todo a los más jóvenes, los desempleados y los mas concienciados socialmente) a
las protestas y a la destrucción, mucho más que a las
propuestas y a la construcción.
Todo
queda en manifestaciones epidérmicas de una capa tan superficial que, lo que
esté por venir , es aun impredecible.
Crisis de valores
Incomprensiblemente, a nadie le escandaliza demasiado que
haya presidentes y expresidentes autonómicos imputados en casos de corrupción
(Jaume Matas) o, lo que es peor, que se les declare inocentes (Francisco Camps)
en base a la inmunidad e impunidad que asiste a los poderosos.
Tampoco
asombra a nadie que el yerno del rey ande por los juzgados como un vulgar
chorizo mientras la plebe asume, resignada, que el monarca esté libre de
sospecha cuando cualquier otro suegro, sabedor de las tropelías del marido de
su hija, estaría ya acusado de encubrimiento de delito.
Igualmente no se escuchan rasgados de vestiduras porque esté
imputado un exministro, José Blanco, por presunto cobro de comisiones. Ni
tampoco porque el PP bata récords de mayorías absolutas en la Comunidad
Valenciana conforme más casos de corrupción les afectan.
Los titulares de los periódicos nos informan cada día de
situaciones que tienen como protagonistas de actuaciones vergonzosa tanto a
políticos como a miembros de la familia real, jueces y altos cargos del sector
financiero. Son situaciones tan graves que deberían movilizar a una sociedad
que, incomprensiblemente, las contempla como algo normal y cotidiano.
Situaciones
que se oponen a la ética y a la lógica
Gran
parte de la sociedad española se considera moralmente indignada por la
falta de una ética socio-política. Es probable que esta carencia sea no sólo la
consecuencia sino, tal vez, también causa de la actual crisis económica.
Algunas
situaciones hablan por si solas y dan buena cuenta de que algo falla en la
ética de nuestro sistema:
1-
Las millonarias indemnizaciones pagadas como “premio” a ex-directivos de
entidades bancarias a las que han hecho quebrar.
2-
Una gran desconfianza en los políticos de todos los colores y dudas
sobre su capacidad para resolver una crisis que no supieron prevenir ni atajar
a tiempo.
3-
Mentiras compulsivas por parte de la clase política. Por ejemplo: el
partido que gobierna ha incumplido, en un tiempo récord, sus promesas
electorales de no subir los impuestos, no penalizar partidas “intocables” como
sanidad o educación y el compromiso de acabar con el paro. Su excusa es la
“herencia recibida”, precisamente un tema que también prometieron no
sacar nunca a relucir.
4-
A colación de lo anterior, desmoraliza que los populares carezcan de
visión hagan recortes severos en esas “partidas intocables” (así como también
en la investigación) mientras se prodigan en dádivas con los bancos que
han quebrado por la ineptitud de sus directivos.
5-
Desalienta también que esos mismos bancos expropien las viviendas a
las verdaderas víctimas de la burbuja inmobiliaria y a quienes el Estado
se niega a ofrecer la misma ayuda que brindan a los causantes de la crisis.
6-Tampoco
es ético el drama que sufren millones de jóvenes que no encuentran un
trabajo que les permita independizarse. Se ha roto la “tradición” de una
sociedad en la que los hijos siempre mejoraban las condiciones de vida que
habían disfrutado sus padres. Ahora impera la incertidumbre de quienes, en la
treintena, deben vivir a costa de sus progenitores que, a la sazón, temen
quedarse sin trabajo o llegar la jubilación sin que la generación que les
precede les garantice el cobro de una pensión por no estar cotizando.
¿Qué
debería hacerse de modo inmediato?
1-Sería
necesario introducir cambios en las pautas de consumo y asumir que no es
posible, ni necesario “tener de todo”. También que los recursos naturales son
finitos y deberían racionalizarse con nuevos y más responsables hábitos de uso.
2-
Hay que asumir que el trabajo será un bien cada vez más escaso y que la
población laboral deberá compartirlo con nuevas pautas de reparto de los
puestos de trabajo (por ejemplo, acortamiento de las jornadas individuales
para que sean asequibles a un mayor número de trabajadores).
3-
Debería olvidarse la manida frase de la frase de “haber vivido por encima de
nuestras posibilidades” y buscar soluciones en nuevas normas sociales que
produzcan cambios radicales en el sistema. Para ello es necesario que los
ciudadanos tomen las riendas, asuman su responsabilidad, abandonen la pasividad
y elijan unos gobernantes que actúen en beneficio de la mayoría y no de
ellos mismos y de una oligarquía predispuesta a enriquecerse aun más a costa de
una crisis que en nada les afecta.
4-
Se impone la puesta en marcha de unas medidas destinadas a erradicar la
incompetencia y la corrupción en el ámbito de la política.
5-
Tal vez fuera éticamente resolutivo que parte del dinero que el Estado destina
a rescatar a los bancos se les entregara, a modo de préstamo, a quienes
no pueden pagar sus hipotecas, pues, de todos modos, el dinero acabará
llegando a donde tiene que ir (a los bancos) con la diferencia de que, en el
camino, ayudaría a salir del agujero a los más necesitados. Luego, pasado el
tiempo, cuando las aguas volvieran a su cauce, el Estado podría recuperar esta inversión
ética a través de unas vías impositiva extraordinarias.
6-
Medidas como la anterior y otras muchas que deberían proponerse y/o revisarse
con la ayuda de economistas y sociólogos independientes, no tendrían que ser
responsabilidad de sólo un partido político, al menos en la situación de
especial emergencia económica que se vive.
Se
impondría un consenso pactado por todas las fuerzas parlamentarias -absolutamente
todas- así como una modificación coyuntural del tipo de mayoría
necesaria para que se tomaran las decisiones drásticas para combatir la crisis.
Colofón
Por
una vez se debería avanzar hacia un futuro de bienestar en el que el destino de
todos no dependa sólo de los intereses financieros de unos pocos.
Alberto Soler Montagud
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