domingo, 14 de agosto de 2016

LA PSICODELIA Y LOS BRINCOS





LA PSICODELIA EN LA PRODUCCIÓN DE LOS BRINCOS A TRAVÉS DE LA CANCIÓN “LA FUENTE”






"La Fuente", una canción a reconsiderar

En la producción de todos los grupos y compositores hay siempre alguna o varias canciones, que, por cualquier motivo, pasan desapercibidas, bien por ser la cara B de un éxito importante, bien por quedar encubiertas y agazapadas entre la variedad de temas que configuran un disco de larga duración o bien por falta de una producción adecuada que en su momento propiciara su presencia en los programas radiofónicos musicales.

Un ejemplo de ello lo encontramos en un excelente tema de grupo Los Brincos que hoy he escuchado después de llevar muchos años sin hacerlo, redescubriendo sorpresiva y agradablemente una serie de matices que en su día me pasaron desapercibidos o bien fui incapaz de percibir como ahora lo he hecho. La canción en cuestión llevaba —lleva, pues está más viva que nunca– por título La fuente y fue compuesta por Miguel Morales con la colaboración en la letra de Manolo González. La compañía discográfica la ubicó en la cara B del exitoso ¡Oh, mamá!, último número uno del grupo antes de su disolución y que sin duda eclipsó a la canción objeto de esta pequeña crónica.


La letra

Ya de por si, la letra de La Fuente (escrita por el brinco Manolo González, bajista del grupo), nos aproxima a una escena onírica —y en cierto modo naif— donde la realidad parece distorsionada e iluminada por un arco iris de infinitos colores que la modificara hasta dejarla tal cual la percibiría un niño que desde su ingenuidad y «huyendo de la gente» —¿o tal vez del sufrimiento, del dolor, de la enfermedad?— comienza a jugar al lado de una fuente hasta que las mágicas notas procedentes del interior de un violín le hacen caer en un profundo sueño —¿quizás la muerte o el tránsito a otro plano existencial?— facilitando así su acceso a un mundo donde, como en un cuento, entabla contacto con seres fantásticos como Wendy, El Capitán Garfio o La Bella Durmiente, con quienes juega durante tanto tiempo que transcurren muchos, muchísimos años —¿tal vez una Eternidad?— , de tal modo que el niño que accede a ese mundo tal ideal, ya nunca más regresa a la realidad («no vuelve de la fuente, no vuelve de la fuente…» como dice el final de la canción).



Una mañana,
Huyendo de la gente,
Un niño juega
Al lado de una fuente.

Algo le llama,
Es un violín que suena.
Cuando lo encuentra
Queda dormido y sueña.

Todo es como un cuento
Al oír
Lo que suena dentro
Del violín.

Wendy sonríe
Y del niño se esconde
Y Garfio sale
De no se sabe dónde.

Todo es como un cuento
Al oír
Lo que suena dentro
Del violín.

Pasan los años,
No vuelve de la fuente.
Está soñando
Con la Bella Durmiente.

No vuelve de la fuente.

No vuelve de la fuente.

No vuelve de la fuente.






La música

La letra de La Fuente, de temática metafórica y reminiscencias mitológicas, se presta a tantas interpretaciones como sea capaz de elaborar la sensibilidad y la imaginación de quienes accedan a ella y penetren en su misterio. Pero nada de ello habría sido posible sin la preciosa música compuesta por el artífice de esta obra sublime del pop psicodélico español, el entonces jovencísimo Miguel Morales —la compuso en 1969, con sólo diecinueve años— quien tal vez sin darse cuenta, estaba aportando a la historia de la música contemporánea una pieza sublime que hoy, casi cincuenta años después, sigue propiciando en quien la escucha la proyección del mundo interior de su psique, con el efecto de distorsionar la percepción de la realidad (como le sucede al niño protagonista) y permitir que se manifieste «lo que revela la mente» o «lo que manifiesta el alma», tal y como lo expresaba en 1957 el psiquiatra británico Humphry Osmond al introducir el término psicodelia y asentarlo más allá de su connivencia con los efectos de ciertas sustancias alucinógenas.

Desde finales de los cincuenta, y sobre todo en la década de los sesenta, la psicodelia se convirtió en en un fenómeno contracultural o underground que pretendía reproducir las alteraciones de la sensibilidad producidas por las drogas alucinógenas con la finalidad de quebrantar los límites impuestos por la realidad y la consciencia de la misma tal cual es vivida y experienciada. El objetivo perseguido por la psicodelia era que el individuo consiguiera alcanzar ciertos aspectos o niveles perceptivos de la mente hasta entonces desconocidos, alterando y conduciendo la conciencia hacia sensaciones similares al sueño, así como también al éxtasis religiosos e incluso a la psicosis. 

Aunque los arreglos musicales de La Fuente puedan parecer ampulosos o tal vez ambiciosos en una primera escucha, al adentrarse en la obra se desvanece esta sensación por lo necesarios que resultan para acompañar a la sensual melodía en el sinuoso e hipnotizante cauce con el que consigue crear un aura onírica equiparable al sueño que experimenta el niño de la historia tras ser atrapado por el mágico mundo de La Fuente.

Desde una perspectiva estilística, no es difícil encontrar en la música de La Fuente —siempre desde la subjetividad y el criterio de quien escribe este artículo– ciertos puntos de conexión con la tendencia musical impresionista que surgió en Francia a finales del siglo XIX, un estilo que tanto en lo musical como en lo pictórico, se puso de manifiesto con la idea de expresar la inspiración del artista de un modo insinuado en el que, por ejemplo, se perciben sólo manchas al contemplar de cerca un cuadro y conforme se aleja el observador van tomando forma las figuras. Recordemos que Claude Debussy es el compositor impresionista por excelencia, creador de una de las músicas más poderosas y originales de la historia, melodías y ambientes seductores y sugestionantes que nos transportan a espacios más propios de la mitología o de los sueños, tan cual sucede en La Fuente o en Lucy in the sky with diamonds, por poner dos ejemplos de la psicodelia de los años sesenta que tanto se emparenta con el impresionismo.

Que nadie vea un velado intento por mi parte de equiparar La Fuente, de Miguel Morales, con obras de músicos impresionistas como Debussy, Ravel o Satie. Sería absurdo, entre otras muchas razones por tratarse de épocas, estilos, contexto sociocultural y técnicas musicales completamente distintas. El único objetivo de este artículo es dejar constancias de la calidad musical de una obra que en su día me pasó desapercibida en muchos aspectos y que hoy he redescubierto. También ha sido mi intención ensalzar, una vez más, la calidad de la música pop y rock que se hizo en España en la década de los años sesenta, con unos resultados que, en el caso de Los Brincos, nos permite equiparar al grupo en muchas de sus producciones con los más grandes que entonces triunfaban allende nuestras fronteras, mérito que hoy, recién cumplido el cincuentenario de su fundación, es de justicia ensalzar.






Alberto Soler Montagud
Médico y escritor





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