No es mi intención entrar en
ideologías ni debatir sobre el independentismo catalán, sino sólo
dejar constancia del buen rollo que me transmite Miquel Iceta, un político del que nunca había oído hablar y que, de
pronto, a raíz de un arrebato bailongo difundido por todas las cadenas de
televisión, he tenido a bien incorporar en mi carpeta de simpáticos sin complejos.
Tengo claro que el bueno de Iceta
ni siquiera baila bien, pero le reconozco la capacidad de emocionarse como esos niños que cuando suena una música marchosa, saltan a la pista y, sin miedo ni
vergüenza, se emocionan y consiguen transmitir su emoción sin importarles si están haciendo o no el ridículo.
Siempre he creído que dejarse
llevar por un impulso es un buen modo de alcanzar metas que a otros les parecerían imposibles o improcedentes.
Soy consciente de que ser impulsivo
lleva implícito el riesgo de equivocarse con frecuencia y de dar pasos en falso
que luego habrá que rectificar, pero también se debería considerar que el éxito y
la felicidad nunca se alcanzan con pasividad ni tampoco con un exceso de
prudencia.
La vida es demasiado corta y quien no sea capaz de vivirla y de arriesgarse,
aunque frecuentemente se equivoque, difícilmente avanzará hacia la consecución
de sus metas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario