miércoles, 8 de octubre de 2014

El virus Ébola, el tren Alvia y el metro de Valencia






Teresa Romero, la auxiliar de enfermería infectada con el virus Ébola, me recuerda al maquinista superviviente del accidente del Alvia descarrilado en 2013 en Santiago de Compostela, y también al que resultó muerto en el accidente de metro de la Línea 1 de Valencia en 2006. El motivo es obvio, pues presiento que la tendencia institucional será de nuevo atribuir la culpa de los hechos a la negligencia de un trabajador en pleno desarrollo de sus funciones. Sin embargo, recordemos que en ambos accidentes ferroviarios, hubo advertencias previas de riesgo de siniestro y denuncias de incidencias subsanables que fueron desoídas. Del mismo modo, el personal sanitario de Madrid que atendió a los sacerdotes infectados por Ébola, ha censurado que sólo se les diera un rápido cursillo de cuarenta minutos con instrucciones para el uso del vestuario de protección.

Dije entonces (me remito al siniestro del Alvia de 2013) que, independientemente de un error humano y de que el maquinista reconociera su parte de culpa por una distracción, inherente a la condición falible del ser humano, un accidente de tal magnitud nunca obedece a una sola causa sino a una concatenación de muchas de ellas. Sin embargo, a las autoridades responsables les resultó beneficioso que el maquinista, en estado de shock, se autoinculpara como consecuencia de su estado conmocional, e hicieron lo imposible por descargar responsabilidades –indirecta aunque sibilinamente– sobre él (como sucediera con el que conducía el convoy de Metrovalencia en 2006, en aquél caso fallecido, lo que sirvió, valga la expresión, para que fuera fácil cargarle al muerto las culpas) cuando en realidad, tal atribución causal  debe ir siempre precedida de un análisis exhaustivo sin criminalizarciones apriorísticas.

Cualquier acontecimiento trágico como los tres aquí reseñados (dos ferroviarios y uno de salud pública) coinciden en su carácter multifactorial y en que la primera reacción institucional suele ser disfrazar de palabrería vacua la incompetencia de las autoridades y atribuir toda la responsabilidad a quienes  protagonizan –más por obligación más que por devoción– un guión que no han escrito.

En el caso de la mujer la infectada por el  virus Ébola, una auxiliar clínica que apenas si recibió información de como actuar ante un paciente contaminado, a las autoridades sanitarias les ha venido de perillas que, estando tan aturdida como lo estaba el maquinista del Alvia, Teresa Romero haya declarado que “tal vez se tocara el rostro con los guantes mientras se quitaba el traje”, unas declaraciones que nunca debería haber hecho a la prensa (¿por qué se le ha permitido hablar en su estado por radio y televisión? ¿acaso se le ha instigado a hacerlo?), una asunción de culpa que en ningún modo debería eclipsar una responsabilidad que sólo es inherente a las autoridades sanitarias, mas todavía cuando, presuntamente, ha habido irregularidades en un asunto cuya idoneidad de actuación quedó cuestionada con el polémico traslado del padre Pajares en el mes de agosto pasado. 

En este sentido, no obstante, resulta tranquilizador que la Fiscalía de Madrid haya abierto diligencias con la intención de depurar responsabilidades según citan fuentes fiscales.

No quisiera finalizar sin lamentar la nefasta gestión de esta crisis por parte del Ministerio de Sanidad, así como la vergonzosa comparecencia en rueda de prensa de la ministra Ana Mato que pasará a los anales de la incompetencia por mostrarse como una inepta que no se enteraba de nada, limitándose a tirar balones fuera y a eludir responsabilidades que sólo a ella le competían.




Alberto Soler Montagud
Médico y escritor



No hay comentarios:

Publicar un comentario