martes, 30 de septiembre de 2014

Rajoy y Artur Mas no dan la talla como hombres de Estado





La Constitución que se aprobó cuando el franquismo daba sus últimos coletazos y los próceres de pelo engominado y bigotito recortado se disfrazaban de demócratas, esa misma Constitución que, reconozcámoslo, se votó con la sensación de haber sido redactada por quienes podían sentir el frío cañón de una metafórica pistola en la nuca bajo el riesgo de que la dictadura se mantuviera si el texto no quedaba a gusto de todos, esa Carta Magna tan caduca como la Monarquía, es la que ha decidido suspender, por unanimidad del Tribunal Constitucional, la consulta soberanista catalana. 
Que gran diferencia la de Cataluña con Escocia.

Que gran diferencia con Quebec.

España y Cataluña tienen un serio, grave y difícil problema que resolver.
Un problema cuya única solución pasa porque las leyes estén al servicio del pueblo y no el pueblo al servicio de las leyes. 

Ni Artur Mas ni Mariano Rajoy dan la talla que se espera de dos hombres de Estado que se precien de serlo, pues no aciertan –no saben, no quieren– afrontar un conflicto que no ha hecho mas que comenzar y cuyas consecuencias podrían ser ser imprevisibles.


Como, acertadamente, dice mi buena amiga María Dolores Amorós en un reciente comentario de opinión, en ningún lugar decente del planeta se podría concebir que el presidente de un Tribunal Constitucional fuera miembro del partido del Gobierno. ¿Qué Constitución soporta tal burla a la ciudadanía? En este caso y para nuestra vergüenza, la española, motivo por el cual no solo habría que echar al Gobierno sino también reformar la Constitución de arriba abajo. Sabemos cuánto cuesta de más arreglar un traje que no es de nuestras medida, y cuan preferible resulta en ocasiones adquirir uno nuevo. 

A quien quiera entender, que entienda. 

Es tarea de todos y cada uno de nosotros actuar. Sin miedos, sin medias tintas, de cara, con la frente bien alta y preparados para lo que venga porque, desde el poder intentarán abofetear una y mil veces las mejillas de nuestra dignidad.



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