Prefiero al Mariano Rajoy dubitativo
y pródigo en silencios, el huidizo que se esconde para ocultar sus mal
disimulados miedos, el calmoso cachazudo proclive a la ineptitud que no el
nuevo y presuntamente "duro" Mariano que “da la cara” (a la fuerza) y
alardea de “presionar” a los líderes europeos mientras la prensa internacional le
critica por vender el rescate de la banca española como una victoria y no como
la confirmación de una situación de suma emergencia que se la ha ido de las
manos.
El nuevo
Mariano
Por mas que lo intento, no me
acostumbro a este nuevo Rajoy a quien la mayoría absoluta le impele a ser
descarado, altanero, incumplidor de promesas y alérgico a la verdad. El Rajoy
que se comporta (a veces) como un chulo fingido y que aparenta fortaleza cuando
atesora una inseguridad inherente a la mediocridad y la mansedumbre que aun
lleva dentro.
¿Porqué, señor Rajoy, siendo como es un político
gris y de talante desbravado, presume usted ahora de una fuerza que no posee? ¿A
qué juega cuando dice (con muecas delatoras de que no cree en sus palabras): "A mi nadie me ha presionado, el que he presionado he sido yo”, si el señor
Barroso, presidente
de la Comisión Europea, certifica que fue él quien le convenció, a través de
una llamada telefónica, para que usted pidiera ayuda?
Llamar a
las cosas por su nombre
Me dio lástima la expresión de
desconcierto de nuestro presidente de Gobierno cuando, en la última sesión de
control del Congreso, la pizpireta diputada y portavoz de UPyD, Rosa Díez, le instó a que
llamara a las cosas por su nombre y, como si fuera una maestra amonestando a un
alumno torpón, le dijo: "A ver señor Rajoy, llame al rescate, rescate.
Dígalo conmigo, res-ca-te". Luego, Díez le recordó a Rajoy cuando, no hace
mucho, todos en el Congreso (ella y él incluidos) le exigían a Zapatero que
llamara a "las cosas por su nombre" y se atreviera a pronunciar la
palabra "crisis". Fue entonces cuando supe que Rosa Díez y yo
coincidíamos, posiblemente por vez primera.
Dislexia
presidencial
Habida cuenta de la singular dislexia
que he detectado en los dos últimos presidentes de Gobierno, me satisfizo que
la señora Díez coincidiera conmigo en la apreciación de tan evidente síntoma
fonológico.
La “dislexia presidencial”, como yo
la llamo, es un proceso inexistente en los tratados de medicina que podríamos
definir como la dificultad para
pronunciar ciertas palabras cuando un presidente de Gobierno se enfrenta a un
problema que le angustia. Como bien dijo Rosa Díez, es un fenómeno que ya
afectó al presidente Zapatero cuando le era imposible (durante mucho tiempo,
por desgracia para todos) pronunciar la palabra “crisis”.
Mas tarde, como si de un mal
contagioso se tratara, el síntoma ha reaparecido en su actual sucesor, Mariano Rajoy,
y se manifiesta cada vez que le surge la necesidad de pronunciar el fonema “rescate”,
una palabra que, al parecer, no existe para él.
Dos
procesos distintos
Todo apunta a que el “síntoma crisis” y el “síntoma rescate” estén englobados en un
mismo síndrome aunque sean dos manifestaciones distintas. Así, en la negación de la crisis del señor Zapatero
se habría producido una infantil refutación de la realidad, típica de
personalidades ilusas e idealistas proclives a desbordarse en situaciones
límite, mientras que, el caso del señor Rajoy, la imposibilidad para decir que España ha sido rescatada pondría de
manifiesto la cabezonería de ciertas personalidades desmañadas y especialmente
propensas a la obcecación cuando carecen de argumentos y luces para defender
sus tesis.
Sin talla de presidente
Ya como cierre de este observacional artículo quisiera resaltar que cualquier político que llega a una presidencia de gobierno (tanto en España como en cualquier otro país) experimenta por lo general una metamorfosis. Es así como a estrategas como Obama, Sarkozy,
Kennedy, Adolfo Suárez, Felipe González y tantos otros, mas
tarde o mas pronto se les puso “cara de presidentes”. Hasta los más tontos de remate como George W.
Bush consiguieron adquirir rasgos fisonómicos
que les confirieron carisma institucional y presidencial.
Tal vez muchos se estarán preguntando por qué hago esta reflexión
cuando voy por el penúltimo párrafo de este escrito. Les aclararé que no quiero concluirlo sin antes manifestar mi preocupación porque Mariano Rajoy, tras llevar más de medio año en la Moncloa, aun no haya transmitido (al menos yo no se la he encontrado) “imagen de presidente”. Cada vez que lo contemplo y lo escucho con sus
titubeos y divagaciones en las escasas comparecencias que se digna a ofrecernos,
solo veo a un hombre gris, un segundón, un miembro de la oposición mas
que a un presidente. Alguien que ocupa provisionalmente un puesto a la espera de un verdadero
líder. Y en la coyuntura actual, esto es algo que me preocupa.
En fin, con mis sinceros deseos de que lleguemos a superar esta estafa a la que hemos convenido en llamar crisis, les deseo a
todos lo mejor y, por encima de todo, muy buena suerte.
Alberto Soler Montagud
Magnifico articulo , Alberto, siempre fué un hombre gris, y lo peor no es que lo sea, es que la mayoría de los que votaron no se dieran cuenta de ello y de que el engaño , que nadie penso que llegase a tamañas dimensiones, estaba servido.
ResponderEliminarNo sé si otra persona habría podido hacer qiue no llegaramos al punto que estamos, lo que sí sé es que veo muy dificil que este señor nos saque.
Estoy de acuerdo. A mí no me ha engañado , sienpre pensé que era un personaje gris , sin criterio como estadista Su indecisión es tal que hasta se le nota al leer los discursos que le escriben . Le sucede como a Aznar,se crece en falso , por lo que no transmite credibilidad . En el fondo creo que tienen un gran complejo de inferioridad , que han de compensar con grandilocuencias , por eso , resultan ridículas. MAIMÓNIDES
EliminarCoincido plenamente con las apreciaciones de Pilar y Luz. Un saludo a ambas.
EliminarGran artículo. Solo un detalle. No deberías decir "una fuerza de la que adolece", sino "una fuerza de la que carece". Adolecer es tener o padecer algún defecto (Mariano tiene muchos, pero ese no es el sentido de la frase). Se podría decir que "adolece de falta de fuerza", pero no que "adolece de fuerza", en este caso.
ResponderEliminarLlevas toda la razón Edmundo y agradezco tu observación. En ocasiones, se nos cuelan al escribir gazapos que pasan desapercibidos, sobre todo si la "corrección" personal no pasa de ser una lectura superficial del artículo y ya no volvemos a leerlo. Así no hay modo de darse cuenta de los errores a no ser que alguien, como tú has hecho, nos lo haga ver.
EliminarPues sí, a veces pasa... Una muestra es mi "sienpre".
ResponderEliminarMe acaban de enviar los 30 puntos resumidos del programa de Holande ¡¡ que envidia y que diferencia !!.
Nuestro presidente nos salvará con estos dos puntos:
1º.- Hacer lo que hay que hacer.
2º.- Hacerlo como Dios manda.