domingo, 17 de abril de 2011

¿Te gusta la música de Arnold Schoenberg?


ARNOLD SCHOENBERG

(Serie Retratos de Compositores)

Obra Gráfica de Alberto Soler


Hace ya mucho tiempo alguien me formuló la siguiente pregunta: ¿te gusta la música de Arnold Schoenberg?. Como la pregunta se repitió varias veces a lo largo de los años, decidí escribir un breve ensayo a modo de respuesta.


¿Te gusta la música de Schoenberg?

En primer lugar, sería de justicia reconocer que en algún momento de mi vida pertenecí (y tal vez siga perteneciendo en lo que respecta a ciertas obras o matices) a ese grupo de gente que es incapaz de enfrentarse a la música de Schoenberg (y por extensión a la música contemporánea menos accesible a oídos no adiestrados) sin mostrar afectación o predisposición a escuchar algo que de antemano se considera incomprensible o extraño.

Todo tiene un principio

Intuitivamente (y también como fruto de la educación musical recibida desde nuestra infancia, salvo muy raras excepciones), nuestros oídos no están educados para abarcar mas allá de los cuatro cánones que constituyen las cuatro paredes de las cuatro ideas musicales que cuatro bienintencionados maestros se empeñaron en embutirnos desde niños en lo mas recóndito de nuestras neuronas para ayudarnos a discernir lo que era normal de lo que no lo era.

Esa música tan rara que componía Schoenberg

Deberíamos partir de la base de que Arnold Schoenberg fue uno de uno de los primeros compositores que se atrevieron a adentrarse en la provocación de la composición atonal y aceptaron el reto de crear algo tan anormal (léase fuera de las normas) como la técnica de composición basada en series de doce notas (dodecafonismo) que mas adelante evolucionaría a formas aún mas raras como el seralismo.

Para las mentes y los oídos educados que han sido educados en conceptos tradicionales, tanto en lo cultural como en lo humanístico y hasta en lo filosófico, difícilmente la música de Schoenberg se podrá considerar como algo mas allá de un conjunto de “sonidos raros y difíciles de digerir” y, lo que es peor, como un paradigma antitético de la verdadera música solo admisible como un experimento pero nunca como un arte serio.

Todo es cuestión de lenguaje

En cierto modo, esto se puede llegar a entender al admitir que el lenguaje que utiliza esta música nos resulta tan antinatural y nos suena tan raro como rara les parecerá una integral a aquellos individuos cuyos conocimientos matemáticos no vayan mas allá de las ecuaciones de segundo grado. Sin embargo, es un hecho que ante una integral matemática a nadie se le ocurrirá calificarla de “cosa rara o pintoresca” ni mucho menos descalificarla como portadora de una serie de valores intrínsecos (en este caso matemáticos) tan solo por no llegar a entenderla ni saber resolverla. Es muy probable que harto distinto fuera el juicio que estos mismos individuos emitieran tras enfrentarse a una música que estuviera regida por la atonalidad, el dodecafonismo o el serialismo integrado por poner algunos ejemplos.

La denostada música contemporánea

Sin embargo, antes de emitir juicios con ligereza debería tenerse en cuenta que músicas como las Schoenberg, Anton Webern o Alban Berg ,a principios del siglo XX, o Luigi Nono, Roland o Lawrence varios años después, se fueron consolidando como el germen de esa influyente música que es la música contemporánea (también conocida como música del siglo XX) de la que una inmensa mayoría de melómanos no sabe o no quiere saber nada, absolutamente nada.

Negar lo que no se comprende (o no se quiere entender)

Ignorar este tipo de música equivale a negar la existencia de algo tan solo porque que resulte difícil e incluso inaccesible. Al hecho de no entender el dodecafonismo deberíamos concederle el mismo valor que no saber física cuántica, no dominar las esencias teóricas en las que se fundamenta el psicoanálisis, ser incapaces de ver nada mas que brochazos policromáticos e inconexos en un cuadro abstracto..., y tantos etcétera como cada cual se capaz de añadir para rellenar el hueco que deja la ignorancia cuando intenta camuflarse de un oposicionismo falsamente erudito.

Respondiendo a una pregunta

Antes de revelar si me gusta o no la música de Arnold Schoenberg como respuesta a la cuestión que encabeza este artículo, quisiera matizar dos detalles: el primero es que en este preciso momento estoy escuchando “Noche Transfigurada” en la versión de Karajan, Filarmónica de Berlin, 1974, y el segundo es que ayer, durante un concierto en el Palau de la Música de Valencia en el que se interpretaba la Quinta Sinfonía de Gustav Mahler, al llegar el momento del Adagietto, sin saber por qué y sin que mediara ningún parecido melódico entre ambas piezas musicales mas que el hecho de estar interpretadas por una orquesta de cuerdas, me vino a la mente la obra de Schoenberg que ahora estoy escuchando.

Si bien es cierto que me es fue mas fácil asimilar las obras correspondientes a los años tonales de Schoenberg (1894-1907) tales como la mencionada “Noche Transfigurada”, y que los composiciones de la etapa expresionista (1808-1920) como la “Seis Pequeñas Piezas de Piano Op.19” o el “Cuarteto de Cuerdas No.2 Op.10” llegué a tolerarlas antes que cualquiera de las obras de si etapa dodecafónica correspondiente a los años que siguieron a 1920, hoy por hoy Arnold Schoenberg es uno de los compositores que, sin llegar a ser “mi favorito” consigue transportarme a ese mundo mágico donde la belleza y la armonía fluyen como un regalo que empapa cada uno de los sentidos.

Alberto Soler Montagud


APÉNDICE

FRAGMENTO DE UN ENSAYO FIRMADO POR ARNOLD SCHOENBERG

El corazón y el cerebro en la música

No es el corazón por sí solo el que crea todo lo que sea bello, emocional, patético, o encantador; ni tampoco es el cerebro solo capaz de producir la perfecta construcción, la organización sonora, lo que sea lógico o lo complicado. En primer lugar, en todo lo que en el arte de valor supremo se debe mostrar el corazón tanto como el cerebro. En según lugar, el verdadero genio creador no encuentra dificultad para dominar mentalmente sus sentimientos; ni el cerebro ha de producir tan solo lo árido y lo inexpresivo al concentrarse en la corrección y en la lógica.

Pero podemos llegar a sospechar de la sinceridad de las obras en las que de manera incesante se exhibe el corazón, en las que se llama a nuestra compasión; en las que se nos invita a soñar con vaga e indefinida belleza y con emociones inconsistentes y faltas de fundamento; en las que hay exageración por falta de medidas formales; cuya sencillez es carencia, debilidad y aridez; cuya dulzura es artificial, y cuya expresión alcanza solamente la capa de lo más superficial. Tales obras solo demuestran una completa ausencia de cerebro e indican que este sentimentalismo tiene su origen en un corazón muy pobre.

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