La brutal agresión a varios migrantes sirios por
parte de la camarógrafa húngara Petra Laszlo abre de nuevo el debate sobre la existencia de la maldad como una
tendencia natural inherente a ciertos individuos cuya
ausencia de moral, bondad, caridad o afecto natural por su entorno y los seres
humanos en general, se plasma en deleznables actos voluntarios sin que haya un
trastorno psicológico que los justifique como algunos pretenden argumentar.
Aun no
repuestos del impacto de las dramáticas imágenes del cuerpo sin vida del niño Aylán Kurdi
yaciendo boca abajo en una playa turca en su intento de huir con su familia
del infierno bélico que dejaban atrás en Siria, los informativos nos
sorprendieron la semana pasada con el acto de violencia de una reportera al poner la zancadilla a un migrante sirio, que corría con su hijo en brazos, para hacerle caer al suelo, luego dar patadas a una niña y lanzar a su vez certeros golpes contra una multitud de sirios que intentaban atravesar la frontera entre Serbia y Hungría.
Apenas supe de la noticia, escribí un comentario en una red social censurando la
nefasta actuación de la periodista húngara (operadora de cámara al servicio de una cadena de televisión vinculada a la extrema derecha) y me llamó la atención
que una mujer me respondiera en el acto, indignada y justificando que Petra
Laszlo actuaba «desde su libertad y condicionada por un miedo personal mal
gestionado», curiosamente los mismos argumentos que días después utilizaría la
agresora tras unas jornadas de silencio en las que debió ser asesorada sobre como excusarse de su
violenta actuación.
«Lamento lo sucedido. La cámara estaba rodando, cientos de inmigrantes
rompieron el cordón policial, uno de ellos corrió hacia mí y me asusté».
«Ocurrió algo dentro de mí. Simplemente pensé que
me estaban atacando y que tenía que protegerme. Tuve un ataque de pánico y es
difícil acertar con las decisiones cuando la gente es presa del pánico».
«No
soy una cámara racista sin corazón que patea niños. Y no merezco esta caza de
brujas contra mí, ni la difamación ni las amenazas de muerte. Soy una madre
soltera en paro con hijos pequeños que tomó una decisión errónea ».
«Siento
sinceramente lo ocurrido (...) prácticamente estoy en un estado de shock por lo que hice y por lo que
están haciendo conmigo»
Tras
una primera lectura de estas citas, y después de haber visionado detenidamente los
videos donde Petra Laszlo da rienda suelta a sus instintos mientras baila una
satánica danza al son del odio xenófobo que, presuntamente, bullía en sus
entrañas, resulta difícil creer que ésta mujer actuara por miedo cuando en ningún
momento se le ve realizar movimientos de defensa sino más bien propinar
certeras patadas de ataque muy bien coordinadas, al tiempo que manejaba su aparatosa cámara.
Las
excusas de Laszlo me recordaron a los alegatos esgrimidos durante los juicios de Nuremberg
cuando los inculpados por el genocidio nazi y sus defensores pretendieron convencer al jurado de que
ninguno de los acusados había actuado con maldad («no era consciente de lo que hacía», «no ejercía control mental sobre
mis actos» «sólo obedecía órdenes» «estoy conmocionado, en estado de shock»…)
a fin de obtener un veredicto de no culpa que finalmente no consiguieron ya que los tribunales desestimaron muchas de estas alegaciones reconociendo, tácitamente, la existencia de maldad intrínseca en
los acusados.
Petra Laszlo y quienes a partir de ahora la
defiendan desde posturas ideológicas xenófobas y extremistas, intentarán
convencernos de que su salvaje exhibición de patadas y zancadillas no fue más
que una muestra de miedo y una reacción de supervivencia por parte de una mujer que atravesaba
una situación límite y que al sentirse en peligro decidió defenderse.
Es frecuente escuchar, cuando alguien comete un
acto violento de gran repercusión, que el ejecutor del mismo estaba fuera
de sí –enajenada, loco– tal vez como un intento exculpatorio de la condición humana a
quien se quiere dejar al margen de la comisión de actos delictivos voluntarios,
sin tener en cuenta que al igual que existe el bien (inclinación natural a ejecutar
buenas acciones, a ser comprensivo
con el entorno y con los demás) y nadie recurre a ningún
trastorno mental justificarlo o explicarlo, también existe el mal como una realidad per
se que no tiene por qué ser la consecuencia de una patología psiquiátrica.
Sin embargo, es frecuente que ante
una exhibición de maldad, se tienda a disculpar a quien la comete argumentando,
por ejemplo, que quien perpetró un asesinato múltiple lo hizo porque estaba enfermo mentalmente; es un error
muy frecuente no tener en cuenta que un criminal puede actuar
sabiendo lo que hace, y hacerlo sólo en base a su maldad y no porque padezca un trastorno
psíquico.
Según se desprende de su lenguaje
corporal, es altamente probable que al agredir a los migrantes sirios, Petra
Laszlo actuara desde su libertad, con voluntariedad y no condicionada por una enajenación mental transitoria, ni
tampoco como consecuencia de un brote psicótico (su contacto con la
realidad parecía intacto y coherente)
o como respuesta a una crisis de pánico ya que en estos casos lo
habitual es la inhibición de quien la sufre y la adopción de conductas de huida
más que de ataque. Resulta muy significativo que la agresora solo manifestara su
conducta violenta contra el grupo de migrantes y no sobre el resto de
personas presentes en la región fronteriza; dicho de otro modo, todo apunta a
que esta mujer era consciente de lo que hacía y plenamente responsable de sus
actos. Tal vez lo único cierto de sus declaraciones al justificarse, sea que tras su manifestación de agresividad se encontraba en estado de
shock, algo comprensible por la repercusión internacional mediática que ha
tenido su arrebato de violencia; pero consideremos que estar en shock
cuando alguien es señalado por el dedo acusador de todo el mundo puede ser una
consecuencia, pero nunca una causa de lo que previamente se ha hecho.
En cualquier caso, la última
palabra sobre la culpabilidad o la inocencia de Petra Laszlo dependerá de lo
que en su momento dictamine el tribunal que la juzgue (si es
que progresan las acciones legales que la oposición húngara ha anunciado
que presentará contra ella) por
haber
actuado con tanto odio y belicosidad en contra de un grupo de personas
desvalidas que no la atacaron y sólo huían de una guerra y una muerte casi segura en pos
de su ansiada libertad.
Alberto
Soler Montagud
Médico y escritor
Médico y escritor
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