Esta mañana, mientras desayunaba he leído en la
prensa como a través de ciertos pinchazos telefónicos se ha relacionado con la
trama de la Operación Púnica a nuevos
y conocidos personajes de la farándula política (Aznar, Ana Botella, Eduardo Zaplana, Luis de Guindos, un primo de Mariano
Rajoy y María Dolores de Cospedal),
siempre presuntamente, claro está. A punto estaba de escribir una crónica
analizando estas hipotéticas implicaciones cuando he decidido que prefería
profundizar en el fenómeno por el que los medios de comunicación recurren al
término «presunción» y fomentan la presuntomanía
que repercute en un amplio sector de la clase política.
Invito al lector a que medite acerca de cuántas
veces se dice presunto, presunta o
presuntamente en un telediario y que a partir de ahí reflexione sobre el
arte de algunos para pasar de puntillas sobre la culpa del delito y hacerlo con
impunidad o al menos retrasando al máximo una sentencia condenatoria.
Presunto, del latín praesumptus: “Dícese de todo
aquel a quien se le considera posible autor de un delito antes de ser juzgado”. Es decir, ser presunto colige
una culpabilidad que aun no ha sido refrendada y a partir de ahí vivir como un
rey –es un decir, claro está– y zambullirse en el mar desde la cubierta de un
yate como sano ejercicio de un carpe diem
muy personal, hasta que alguien sea capaz de demostrar algo en contra propia.
Una simplista clasificación nos permite catalogar a los presuntos en dos grandes grupos: aquellos que no eran populares ni
conocidos antes de ser sospechoso y en segundo lugar quienes antes de ser
hipotéticos delincuentes ya eran hasta cierto punto famosos y desempeñaban
incluso cargos importantes en el ámbito político, empresarial o financiero
Llama la atención que los presuntos pertenecientes al primer grupo
son personajes que con frecuencia han conseguido cierta familla por frecuentar
tertulias televisivas –muchas veces cobrando– donde defienden su inocencia y
hasta dan lecciones de ética. En el segundo grupo nos encontramos con políticos
ya famosos que soportan abucheos e improperios («¡chorizo!» «¡devuelve lo que has robado!»), unas veces sonriendo
desafiantes y otras cabizbajos y cubriéndose el rostro con ensayados gestos de
inocencia cuando acuden a los juzgados trajeados y con rostros bronceados para
rendir cuentas de los presuntos delitos que siempre niegan haber cometido.
Como anécdota reseñaré que también en
el léxico de ciertos personajillos de baja estofa encontramos indicios de presuntomanía a través de un curioso
fenómeno por el que el término «presunto» se convierte en una patente de
corso que permite agredir verbalmente y difamar sin miedo a que el receptor de
los vituperios responda emprendiendo acciones legales. A título de ejemplo, reseñaré
que hace varias semanas, en un programa de la cadena televisiva Telecinco, pude ver a la ilustrada Belén Esteban
profiriendo una perorata de casi cinco minutos de duración en contra de otro
casposo famosillo de la farándula, tosco alegato en el que llegó a utilizar
casi dos docenas de veces la palabra «presuntamente» para evitar problemas ulteriores.
Bienvenidos sean todos a la presuntomanía. Bienvenidos gürtelianos,
púnicos y gentes de similar ralea a ese paraíso de impunidad formal en que se
ha convertido el panorama sociopolítico, un lugar donde cada vez son más los presuntos que campan a sus anchas mientras, presuntamente, hacen caja
incluso desde la cárcel.
Alberto Soler Montagud
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