martes, 26 de noviembre de 2013

LAS MENTIRAS DEL NEOFRANQUISMO POPULAR



Haga el lector un pequeño ejercicio, elija al azar a cualquiera de los ministros de Rajoy y comprobará cuan fácil le es imaginarlo en un gabinete de la dictadura de Franco sin desentonar lo mas mínimo. ¿A que sí?

A base de mentiras, el Partido Popular accedió al poder en un momento histórico en el que nadie sensato habría deseado gobernar dada la penosa situación que España (como Grecia, Portugal o Italia) atravesaba en noviembre de 2011, a no ser por sus ansias de enriquecerse desmantelando lo público como botín de una nación llevada a la forzosa quiebra, a golpe de externalizaciones, de concesiones multimillonarias a empresarios afines, y como premio final, rescatando a la banca que contemplaba la debacle sin dejar de percibir beneficios mientras a los españoles se les desvanecía su estado de bienestar.
Rajoy es hoy presidente por obra y gracia de Dios y de un puñado de mentiras que sus valedores se empeñan en justificar como contradicciones (“la herencia socialista recibida fue mucho peor de lo que se esperaba”). Pero no han sido contradicciones lo que ha motivado que los populares apliquen salvajes recortes y privatizaciones selectivas. Todo parece obedecer a un plan oculto y paralelo a las falsas promesas electorales (ese sería el verdadero programa electoral que nunca dieron a conocer) que les han otorgado cuatro años para actuar a sus anchas al mas puro estilo de las cortes franquistas. Haga el lector un pequeño ejercicio, elija al azar a cualquiera de los ministros de Rajoy y comprobará cuan fácil le es imaginarlo en un gabinete de la dictadura de Franco sin desentonar lo mas mínimo. ¿A que sí?
Utilizando mil y una mentiras como lenguaje vehicular, el Partido Popular ha conducido a la inopia a una legión de proletarios que, incomprensiblemente, les votan aunque la corrupción impere en sus filas y aunque centenares de empresarios y amigos del alma se hayan enriquecido a costa de restar prestaciones sociales a una ciudadanía que es tratada como chusma y a una clase media peligrosa e incómoda que sufre los efectos de una solución final destinada a hacerla desaparecer.
Hay una cuestión que no consigue resolver ningún análisis; consiste en averiguar el motivo por el que los españoles no le pasan factura a los políticos que les mienten descaradamente (la pasada semana Rajoy aseguró que crearía un millón de puestos de trabajo antes de dos años) mientras se ríen de ellos y desmantelan el estado de bienestar que tanto les costó conseguir. ¿Por qué los mismos ciudadanos que en un restaurante no toleran que se les sirva un solomillo cuando han pedido lubina, agachan la cabeza y repagan en centros de salud, hospitales y farmacias unos servicios que ya financiaron con sus impuestos? La cabizbaja sumisión  de decenas de millones de ciudadanos ante quienes gobiernan a golpe de decretos (como ocurre en las dictaduras), se convierte de pronto en un asunto digno de ser tratado en un diván psicoanalítico colectivo. 
Cada vez parece mas obvio que la derecha neoliberal actúa según un plan de desmantelamiento (y consecuentes privatizaciones) de todos los organismos públicos que se les pongan a tiro. Todo ello sin atender a las protestas de la ciudadanía y aplicando una nueva regulación que han previsto ya para el derecho a la huelga y las manifestaciones callejeras, no vaya a ser que los tontainas currantes que votan a la derecha despierten de su letargo por no haber recibido a tiempo una buena ración de porra y calabozo.  
Hago una llamada de atención (incluso de socorro) a los verdaderos demócratas y a los militantes decentes (que los hay y muchos) del Partido Popular y sobre todo a quienes ocupan cargos de relevancia en el gobierno, para que se rebelen contra quienes muestran ansias de retroceder a una España en blanco y negro.

Es terrorífico pensar que a muchos políticos de peineta, luto procesionario y nostalgias franquistas varias, les quedan dos largos años de impunidad al tiempo que cada vez ocultan menos sus ansias por desmantelar la democracia y su ambición por controlar los poderes del Estado al amparo de un “estamos legitimados por las urnas para actuar”, cuando sólo lo están para llevar a cabo lo que prometieron y no lo que, con letra chica y escrita a mano, anotaron en los papeles de su contabilidad B ideológica, esa que nunca vocearon en los mítines.

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