El concepto de la libertad puede
ser tan abstracto que me resulta más fácil asimilar su esencia desde la negación
de la misma y el dolor surgido cuando ésta se nos arrebata, que del hipotético
placer –pasa tantas veces desapercibida– que sentimos al disfrutar de ella como
algo natural e inherente a la propia vida; craso error mientras para muchos, la
libertad sea una inalcanzable quimera.
Recuerdo que siendo niño, mi abuela materna, una mujer sabia, me decía
con frecuencia que “la libertad y la salud, son prendas de gran valía que sólo
se reconocen cuando se ven perdidas”. Yo asentía con gesto circunspecto
haciendo ver que entendía lo que tardaría muchos años en interiorizar como una
experiencia personal.
Viene esto a colación de un objeto que aparece en la fotografía que
ilustra estas reflexiones, concretamente un fragmento de piedra de color rojizo
que conservo desde un viaje que hice a Berlín, recién estrenado el siglo XXI. Una
tarde calurosa estival, acudí a una zona bastante alejada del centro de la
ciudad. Me habían informado que allí encontraría varios metros de muro con su
aspecto original y previo a la demolición de 1989. Hallé sin dificultad el
lugar, y mientras paseaba por una desvencijada calle, no pude resistir la tentación
de arrancar un trozo del muro que antaño dividía la ciudad, con mis propias
manos y gran riesgo de quedarme sin uñas.
Lo que aun quedaba del muro de Berlín en aquél barrio, pese a la
libertad que se respiraba en la ciudad tras su derribo, invitaba a rememorar
las miles de historias vividas por familias separadas, amigos forzosamente
distanciados, amores imposibles y muertes en desesperados intentos de fuga,
todo ello vinculado a la carencia de unas libertades que desaparecían conforme
el muro se iba construyendo, sin que la razón ni la verdad absoluta (cual quimérica
ficción) habitara en uno u otro lado de aquella barrera que muchos
llamaron “de la vergüenza”.
Como recuerdo, conservo en un lugar bien visible de mi hogar, muy
cerca de mi zona de trabajo y dentro de una cajita de metacrilato, el fragmento
que arranqué de aquél quilométrico paredón.
Todo los días me tropiezo visualmente con él, no porque lo busque explícitamente,
sino porque está allí y necesariamente su presencia y la mía confluyen. Y son
muchas las veces que, con una sonrisa apenas perceptible, doy muestras de la
satisfacción que me produce sentirme un hombre libre, que puede hace lo que
desea y que se expresa y actúa de acuerdo a sus principios, al menos en la
medida de sus posibilidades y siempre que las circunstancias se lo permitan.
Another brick in the wall (Pink Floyd)
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