Este
artículo surge porque, desde hace meses, me llegan desagradables amonestaciones
por parte de un intransigente grupo
de seguidores de un nuevo partido político (nacido hace poco más de dos años y
que no mencionaré para que nadie se sienta aludido más allá de lo obvio), cada
vez que me muestro crítico con la formación en cuestión. La susceptibilidad a
las opiniones adversas no la atribuyo a la totalidad de la militancia y simpatizantes
de ese partido —por la que siento un sincero respeto— sino solo a ese subgrupo
de intolerantes incapaces de ser dialogantes y educados, una minoría de
fanáticos con la capacidad de armar tanto ruido que le hacen un flaco favor a
su partido al convertirlo en un paradigma de la intransigencia y de la soberbia
(algo en lo que ya colaboran a veces sus líderes). Confío que nadie saque
falsas conclusiones ni universalice lo que sólo es discrepancia con una minoría
y no con la totalidad de la militancia, pues como dijo Alejandro Jodorowsky “generalizar
es un error de la mente para simplificar lo que es complejo y así poder
manejarlo”, y mi
tendencia no es a generalizar en modo alguno.
Lamentablemente,
hay fanáticos tan incondicionales de la ideología que abrazan que suelen
convertir tanto su pasión por la política como su izquierdismo en el leitmotiv
de sus vidas. Tanto es así que, en pleno siglo XXI, se aferran a posturas
obsoletas más propias de las movilizaciones de los años setenta —y hasta mucho
más pretéritas— repitiendo clichés, hoy anacrónicos, sin reconocer que los
problemas actuales de la sociedad son muy distintos a los de entonces y
distintas, por tanto, las reivindicaciones a plantear por mucho que ellos
insistan, con mórbida obsesión, que son las mismas y que «aquí nada ha cambiado
porque no hay democracia».
Desde
una perspectiva psicológica, la actuación de estos individuos es la propia de
quienes entran en regresión al sentirse decepcionados —por algo o
por alguien— y actuar con un venenoso resentimiento contra todos y contra todo
lo que antes defendían con uñas y dientes hasta que deja de encajar con lo que
ellos consideran necesario para salvar al mundo y, quien sabe, si para
solucionar unos problemas personales no resueltos.
Quienes así se
conducen manifiestan dos facetas completamente distintas. Una es la que
muestran cuando se departe con ellos de cualquier tema ajeno a la política, una
vertiente en la que pueden ser cordiales, exquisitos, amigables, empáticos,
educados y hasta encantadores. Sin embargo su otra faceta, que no admite
réplica, les inviste de un aura absolutista con la que desprecian las opciones
antagónicas hasta considerarse a si mismo y al partido que defienden como los
únicos valedores de la izquierda.
Estos salvadores de
la humanidad hacen lo imposible por parecer más concienciados que nadie con el
sufrimiento de los desfavorecidos, se apuntan a la ONG que más lustre aporte a
su bonhomía, defienden a Greenpeace y a lo que haga falta con tal de cubrir su
necesidad —tal vez sincera, no lo dudo— de estar socialmente comprometidos
tanto con el ser humano como con el ecosistema, sin embargo no es difícil
descubrir entre ellos a ciertos revolucionarios de pacotilla que viven
instalados en un confort consumista que nada tiene que ver con sus
reivindicaciones, una contradicción que ellos no llegan a percibir mientras se
creen en posesión de la verdad, no toleran que nadie censure a sus líderes y
difunden soflamas a diestro y siniestro en pos de una sociedad igualitaria y si
fisuras.
Ya para finalizar quiero matizar que este
artículo no pretende ser una crítica a una ideología o a un partido sino sólo a
unas posturas extremistas equivocadas. El fanatismo existe tanto en la
izquierda como en la derecha, de tal manera que quienes creen ciegamente en lo que sus líderes
promulgan, no respetan las ideologías antagónicas, no tienen ponderación en su
actuaciones, no toleran las críticas ni saben formularlas sin incurrir en
ofensas, son unos fanáticos en potencia.
Me despido con pensamiento de Ortega y Gasset, formulado en prólogo de La
rebelión de las masas en 1937.
"Ser de izquierda es, como ser de derecha,
una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil:
ambas, en efecto, son formas de hemiplejia moral. Además, la persistencia de
estos calificativos contribuye a falsificar más aún la realidad del presente,
como lo demuestra el hecho de que hoy las derechas prometen revoluciones y las
izquierdas proponen tiranías"
Alberto Soler Montagud
Médico y escritor
Médico y escritor
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