LA PSICODELIA EN LA PRODUCCIÓN DE LOS BRINCOS A TRAVÉS DE LA CANCIÓN “LA FUENTE”
"La
Fuente", una canción a reconsiderar
En la producción de
todos los grupos y compositores hay siempre alguna o varias canciones, que, por
cualquier motivo, pasan desapercibidas, bien por ser la cara B de un éxito
importante, bien por quedar encubiertas y agazapadas entre la variedad de temas
que configuran un disco de larga duración o bien por falta de una producción
adecuada que en su momento propiciara su presencia en los programas
radiofónicos musicales.
Un ejemplo de ello
lo encontramos en un excelente tema de grupo Los Brincos que hoy he escuchado
después de llevar muchos años sin hacerlo, redescubriendo sorpresiva y
agradablemente una serie de matices que en su día me pasaron desapercibidos o
bien fui incapaz de percibir como ahora lo he hecho. La canción en cuestión
llevaba —lleva, pues está más viva que nunca– por título La fuente y fue
compuesta por Miguel Morales con la colaboración en la letra de Manolo
González. La compañía discográfica la ubicó en la cara B del exitoso ¡Oh,
mamá!, último número uno del grupo antes de su disolución y que sin duda
eclipsó a la canción objeto de esta pequeña crónica.
La letra
Ya de por si, la
letra de La Fuente (escrita por el brinco Manolo González,
bajista del grupo), nos aproxima a una escena onírica —y en cierto modo naif—
donde la realidad parece distorsionada e iluminada por un arco iris de
infinitos colores que la modificara hasta dejarla tal cual la percibiría un
niño que desde su ingenuidad y «huyendo de la gente» —¿o tal vez del
sufrimiento, del dolor, de la enfermedad?— comienza a jugar al lado de una
fuente hasta que las mágicas notas procedentes del interior de un violín le
hacen caer en un profundo sueño —¿quizás la muerte o el tránsito a otro plano
existencial?— facilitando así su acceso a un mundo donde, como en un cuento,
entabla contacto con seres fantásticos como Wendy, El Capitán Garfio o La Bella
Durmiente, con quienes juega durante tanto tiempo que transcurren muchos, muchísimos
años —¿tal vez una Eternidad?— , de tal modo que el niño que accede a ese mundo
tal ideal, ya nunca más regresa a la realidad («no vuelve de la fuente, no vuelve
de la fuente…» como dice el final de la canción).
Una mañana,
Huyendo de la gente,
Un niño juega
Al lado de una
fuente.
Algo le llama,
Es un violín que
suena.
Cuando lo encuentra
Queda dormido y
sueña.
Todo es como un
cuento
Al oír
Lo que suena dentro
Del violín.
Wendy sonríe
Y del niño se
esconde
Y Garfio sale
De no se sabe dónde.
Todo es como un
cuento
Al oír
Lo que suena dentro
Del violín.
Pasan los años,
No vuelve de la
fuente.
Está soñando
Con la Bella
Durmiente.
No vuelve de la
fuente.
No vuelve de la
fuente.
No vuelve de la
fuente.
La música
La letra de La
Fuente, de temática metafórica y reminiscencias mitológicas, se presta a
tantas interpretaciones como sea capaz de elaborar la sensibilidad y la
imaginación de quienes accedan a ella y penetren en su misterio. Pero nada de
ello habría sido posible sin la preciosa música compuesta por el artífice de
esta obra sublime del pop psicodélico español, el entonces jovencísimo Miguel
Morales —la compuso en 1969, con sólo diecinueve años— quien tal vez sin darse
cuenta, estaba aportando a la historia de la música contemporánea una pieza
sublime que hoy, casi cincuenta años después, sigue propiciando en quien la
escucha la proyección del mundo interior de su psique, con el efecto de
distorsionar la percepción de la realidad (como le sucede al niño protagonista)
y permitir que se manifieste «lo que revela la mente» o «lo que manifiesta el
alma», tal y como lo expresaba en 1957 el psiquiatra
británico Humphry Osmond al introducir el término psicodelia y
asentarlo más allá de su connivencia con los efectos de ciertas sustancias alucinógenas.
Desde finales de los
cincuenta, y sobre todo en la década de los sesenta, la psicodelia se
convirtió en en un fenómeno contracultural o underground que pretendía
reproducir las alteraciones de la sensibilidad producidas por las drogas
alucinógenas con la finalidad de quebrantar los límites impuestos por la
realidad y la consciencia de la misma tal cual es vivida y experienciada. El
objetivo perseguido por la psicodelia era que el individuo consiguiera alcanzar
ciertos aspectos o niveles perceptivos de la mente hasta entonces
desconocidos, alterando y conduciendo la conciencia hacia sensaciones similares
al sueño, así como también al éxtasis religiosos e incluso a la psicosis.
Aunque los arreglos
musicales de La Fuente puedan parecer ampulosos o tal vez ambiciosos en
una primera escucha, al adentrarse en la obra se desvanece esta sensación por lo
necesarios que resultan para acompañar a la sensual melodía en el sinuoso e
hipnotizante cauce con el que consigue crear un aura onírica equiparable al sueño
que experimenta el niño de la historia tras ser atrapado por el mágico mundo de
La Fuente.
Desde una
perspectiva estilística, no es difícil encontrar en la música de La Fuente
—siempre desde la subjetividad y el criterio de quien escribe este artículo– ciertos
puntos de conexión con la tendencia musical impresionista que surgió en
Francia a finales del siglo XIX, un estilo que tanto en lo musical como en lo
pictórico, se puso de manifiesto con la idea de expresar la inspiración del
artista de un modo insinuado en el que, por ejemplo, se perciben sólo manchas
al contemplar de cerca un cuadro y conforme se aleja el observador van tomando forma
las figuras. Recordemos que Claude Debussy es el compositor impresionista por
excelencia, creador de una de las músicas más poderosas y originales de la
historia, melodías y ambientes seductores y sugestionantes que nos transportan
a espacios más propios de la mitología o de los sueños, tan cual sucede en La
Fuente o en Lucy in the sky with diamonds, por poner dos ejemplos de
la psicodelia de los años sesenta que tanto se emparenta con el impresionismo.
Que nadie vea un
velado intento por mi parte de equiparar La Fuente, de Miguel Morales,
con obras de músicos impresionistas como Debussy, Ravel o Satie. Sería absurdo,
entre otras muchas razones por tratarse de épocas, estilos, contexto
sociocultural y técnicas musicales completamente distintas. El único objetivo de
este artículo es dejar constancias de la calidad musical de una obra que en su
día me pasó desapercibida en muchos aspectos y que hoy he redescubierto.
También ha sido mi intención ensalzar, una vez más, la calidad de la música pop
y rock que se hizo en España en la década de los años sesenta, con unos
resultados que, en el caso de Los Brincos, nos permite equiparar al grupo en
muchas de sus producciones con los más grandes que entonces triunfaban allende
nuestras fronteras, mérito que hoy, recién cumplido el cincuentenario de su
fundación, es de justicia ensalzar.
Alberto Soler Montagud
Médico y escritor
Médico y escritor
No hay comentarios:
Publicar un comentario