Lejos quedan los tiempos cuando
se votaba como un deber y con alegría, algo que el 26-J brillará por su
ausencia por culpa de la cansina campaña electoral que los ciudadanos venimos
sufriendo desde diciembre y el desencanto que predispone a votar más “contra”
que “a favor”, siendo que la elección del voto estará muy condicionada por el
miedo que unos fomentan, el revanchismo que otros promueven o bien la rabia que
ha animado a muchos a migrar de partido.
De las
cuatro formaciones aspirantes a gobernar, es el PP quien menos incertidumbre
siente ante el futuro, por contar con un cupo de votos fijos independientemente
de la corrupción y sea quien sea quien designe el partido como cabeza de lista.
Al menos, eso reflejan las encuestas que confieren al PP la pírrica
satisfacción de ser el partido más votado, sin que la insufrible pasividad del
pasmado Mariano Rajoy repercuta en los
votos de los incondicionales.
Por su
parte, la socialdemocracia representada por el PSOE —la misma que Podemos quiere
usurpar en su fluctuante y engañosa indefinición ideológica— parte como la
formación más damnificada del pelotón de salida al haber obtenido en diciembre
sólo cinco millones y medio de votos que ponen la cosas muy difíciles para Pedro Sánchez y convierten en una
apetecible quimera los siete millones que en 2011 obtuvo Rubalcaba, y que entonces se contemplaron como un fracaso.
En lo
que respecta a Podemos, Pablo Iglesias
ha sido maquiavélico al afianzarse —siempre según las encuestas— como la
segunda fuerza política, a expensas de los votos prestados de Izquierda Unida y
los trasvasados desde el PSOE, más por los errores de los socialistas que por
méritos propios. Hay algo en Podemos que recuerda a lo que, en los albores de
la democracia, sucedió con el PSP de Tierno
Galván, aunque con ciertas diferencias. Así, el Partido Socialista Popular
y Podemos coincidirían en que ambos partieron de un proyecto teórico nacido en
la Universidad y sin antecedentes de un contacto con la realidad política al carecer
de experiencia de gobierno. Sin embargo, y como diferencias, destaca que el
partido de Tierno se definió como marxista desde
sus inicios, y también la
sensatez del viejo profesor que le impulsó a asociarse con el PSOE, mientras
que Pablo Iglesias —más codicioso— no sólo oculta su leninismo —sin negarlo—
sino que finge tender la mano a los socialistas para luego —presuntamente—
absorberlos como ha hecho con Izquierda Unida.
Y ya
por último queda Ciudadanos, un pulcro y ambiguo comodín que, llegado el momento,
podría apoyar tanto al PSOE como al PP, algo que Albert Rivera no se molesta en ocultar.
En esta
coyuntura, todo apunta a que serán los indecisos quienes decidan la
gobernabilidad el 26-J, pues según un informe publicado por El Electoral, el 9 de junio, más de 9 millones de personas aún no habían
decidido su voto, y entre ellos, el 33 % dudaba entre votar al PSOE o a otro partido, lo que
equivale a decir que el PSOE sería el partido con más votantes potenciales
entre los indecisos. Tras él, un 25,1 % de indecisos podrían votar a
Ciudadanos, un 21,9 % al PP y un 20 % a Unidos Podemos y las confluencias.
Es decir, nada estará decidido hasta
la madrugada de la noche electoral cuando, según Iñaki Gabilondo, Pedro Sánchez
se vea forzado a elegir entre suicidarse apoyando a Podemos o al PP, pronóstico
agorero que, de entrada, parece una declaración de intenciones.
Alberto Soler Montagud
Médico y escritor
Médico y escritor
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