Estoy harto de que los adeptos a Podemos
toleren tan mal las críticas
Por ser objetivo y por decir las cosas como las
entiendo y no como algunos me las quieren hacer ver, sobre todo, desde que
escribo artículos de opinión, me he acostumbrado a recibir críticas de algunos militantes
y simpatizantes del PP, del PSOE, de Ciudadanos y de otras muchas formaciones,
reproches a veces exaltados pero sin nunca llegar a la furibunda intransigencia
de quienes dejan de estar de acuerdo conmigo tras descubrir que no soy de los
suyos (en realidad, nunca he sido de nadie), algo que sucede cuando manifiesto
mis discrepancias con Podemos y pongo en evidencia lo que muchos prosélitos del
partido morado también perciben, pero silencian por su fidelidad a unos postulados
que les hacen ser extremadamente sensibles a las reprobaciones e incapaces para
ejercer una sana autocrítica.
En un momento determinado, me di cuenta de que
escribía con libertad cuando expresaba mis opiniones sobre cualquier formación
política, pero andaba con sumo cuidado –casi al límite de la autocensura– al
opinar de Podemos. El motivo no era otro que el de no herir la sensibilidad de
ciertos amigos y conocidos. Fui entonces consciente de que estaba siendo
víctima de una situación absurda, máxime cuando he desarrollado una democrática
habilidad para escuchar las
opiniones ajenas con respeto, siempre que éstas no rebasen la línea que separa
a las ideologías del fanatismo o el derecho a la libre expresión del insulto.
¿Será capaz de hacer autocrítica algún
simpatizante de Podemos?
Esta
es la pregunta que, retóricamente, me autoformulé en unas reflexiones que
publiqué hace un par de días a colación del apoyo a la naviera Navantia por
parte de José María González 'Kichi', alcalde de Cádiz, para que se construya
en los astilleros gaditanos cinco corbetas de guerra destinadas al ejército de
Arabia Saudí.
Escribí
mis reflexiones tras leer unas declaraciones de Kichi que parecían justificar cualquier cosa con tal de
que se crearan puestos de trabajo para los gaditanos:
«Por si alguien tenía alguna duda, este equipo de Gobierno da
su apoyo a cualquier iniciativa que aumente la carga de trabajo en los
astilleros de la Bahía de Cádiz”».
Añadía
Kichi después, quien sabe si para acallar su conciencia:
«Sería conveniente, no obstante, que
España instase a Arabia Saudí a que respete los Derechos Humanos»
Encontré
contradictoria la postura del alcalde de Cádiz y
manifesté mi convicción de que Kichi habría estado en contra, si
la alcaldesa hubiera sido Teófila Martínez,
de que el ayuntamiento diera su visto bueno a una transacción comercial con un
país que, como sucede con Arabia Saudí, favorece el terrorismo, fomenta el
retraso social y, con toda seguridad, empleará las corbetas para
ejercer el control de una de las zonas más doloridas del orbe. Prueba de ello
es que durante la campaña de las últimas
elecciones municipales y autonómicas, siendo Kichi el candidato de Podemos,
criticó el sistema económico basado en la industria armamentística, y denunció
que el PP y el PSOE llevaran
años impulsándolo.
¿Qué tiene esto que ver con la poca predisposición de Podemos para la autocrítica?
Intentaré explicarlo. Aunque en primer lugar,
quiero dejar constancia de que muchos de los correligionarios de Kichi han
manifestado un gran desacuerdo con su apoyo a la construcción de las cinco
corbetas y su venta a un país que, según han denunciado varias ONGs, aplica un bloqueo naval a Yemen que ha provocado
una grave crisis humanitaria. De hecho, varios
colectivos antimilitaristas afines a Podemos, han manifestado sentirse “decepcionados”
e incluso hablan de “traición” y
reprochan a José María Gonzáles su doble vara de medir.
Sin embargo, cuando
anteayer denuncié personalmente estos hechos en el artículo mencionado más
arriba, me encontré con una reacción frenética —incluso iracunda— por parte de
algunos simpatizantes de Podemos que me dijeron de todo. Fue esperpéntico que
alguien, a quien tengo por una persona inteligente, justificara a Kichi
argumentando que «con un paro del 50%, cualquier
trabajo es bienvenido ya que la industria de guerra en el mundo forma parte del
65% de la producción industrial, y luchar contra esa injusticia no se hace
criticando a un alcalde progresista sino cambiando gobiernos corruptos». Estoy
convencido de quien vertió tan desafortunada argumentación habría encabezado un
revuelo de críticas si el alcalde reprobado hubiera sido
ajeno a Podemos.
¿Por
qué son tan sensibles los simpatizantes de Podemos a las opiniones adversas?
¿Por qué coronan las ilustres testas del partido de Pablo Iglesias con una imposible aureola de infalibilidad, sin ser capaces de asumir que la perfección no existe y aun menos en política?
Me consta que no soy el único que
se plantea estas cuestiones, pues son ya varias las voces que se han alzado
señalando —y denunciando— la hipersensibilidad a las críticas por parte de una
formación que, aunque curiosamente naciera criticando a los demás en los platós
de televisión, no soporta ser cuestionada, algo que queda mucho más de
manifiesto en los adeptos y simpatizantes pertenecientes a las bases que en los
políticos quienes, en muchas ocasiones, han demostrado tener cierta capacidad
de autocrítica.
Dejaré que sea el lector quien extraiga
sus propias conclusiones.
Alberto Soler Montagud
Médico y escritor
Médico y escritor
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