Confieso mi rechazo al saludo fascista y a la
bandera que ondeó en la España franquista en contraste con mi tolerancia por el
gesto del puño cerrado. Puede que sólo sea una cuestión de sensibilidad,
estética y racionalidad, no obstante intentaré argumentar tal sentir habida
cuenta de los encendidos alegatos que pululan por los medios en defensa de los
jóvenes conservadores que hoy añoran unos tiempos imperiales que no conocieron.
Son tan apasionadas algunas soflamas que hoy me
ha desconcertado leer una artículo en Levante EMV criticando a Esteban González
Pons (se le tildaba de traidor) por haber considerado una «estupidez
fotografiarse o mofarse haciendo gestos nazis o fascistas» y que quienes así se
comportan «no merecen pertenecer al Partido Popular»
Los defensores de la bandera con el águila de San
Juan, argumentan que la heráldica de los Reyes Católicos incorporaba un águila ya
en el siglo XV (lo que es cierto) aunque silencian que el escudo y el águila de
Isabel y Fernando (diseñado por el Cardenal Cisneros) sólo sirvió de inspiración
a Dionisio Ridruejo aunque poco o nada se pareciera al que –por
encargo directo de Franco– recreó como emblema del régimen surgido del golpe de
estado contra la II República.
Igualmente, los presuntos historicistas, defensores
de rancias esencias, razonan que el saludo fascista no es tal (ni siquiera
nazi) sino sólo un ademán procedente de la Roma de Trajano, Augusto o Marco
Aurelio. Lo que tampoco es totalmente falso.
Pero es la esencia lo que traiciona a las formas
y son éstas quienes definen a quienes las ostentan.
Si bien es cierto que el puño
cerrado se levantó en momentos nefastos como fue la dictadura totalitaria del
estalinismo que tantos millones de muertos causó, también es de justicia
reconocer que no es este genocidio lo que ensalzan quienes hoy levantan el puño
cerrado al manifestarse en nuestro denostado país. Como tampoco era opresión, gulags o dictaduras del
proletariado lo que los atletas simpatizantes del Black Power, reivindicaron al levantar el puño en los históricos
juegos olímpicos de 1968.
Resulta curioso que en ningún momento histórico
que se haya gestado una reivindicación noble (como fue la defensa de los
derechos de los negros norteamericanos) se haya utilizado el saludo nazi o
fascista como símbolo de lucha social y sin embargo sí el puño cerrado.
A quienes comparan el saludo fascista con el del
puño cerrado (por considerarlos igualmente perniciosos), habría que recordarles
que el puño cerrado ha estado vinculado a momentos
trascendentes de la historia de la humanidad, a la reivindicación de los
derechos humanos, a lo que hoy consideramos el derecho a un estado de
bienestar, a los derechos de los trabajadores, a la abolición de la esclavitud
laboral, a los derechos de los niños, a la igualdad sin distinción de sexo,
condición, raza o credo, en el derecho a la educación o a
la sanidad. Y un larguísimo etcétera.
No debe considerarse baladí que el saludo
fascista, tal cual es hoy conocido, esté prohibido (desde el final de la
Segunda Guerra Mundial) en Italia, Alemania y Austria, países que sufrieron el
fascismo y el nazismo desde los extremos de la causa has los más crueles
efectos.
Es por ello que considero justificada mi
tolerancia ante quienes optan por manifestarse y levantan el brazo con el puño
cerrado, mientras me indigna la actitud de los jóvenes de las nuevas
generaciones de la derecha española que se fotografían saludando con el brazo
en alto y la palma extendida.
Como argumentación a mi postura, reto a quienes
defienden que el saludo fascista merece honor y respetabilidad para que
citen un solo logro pacífico de derechos humanos, equidad o justicia en la
historia de la humanidad que se haya conseguido saludando del mismo modo que saludaban
los nazis o los fascistas.
Alberto
Soler Montagud
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