A última hora de la tarde del pasado
miércoles 24 de julio, tras conocer la noticia de un trágico accidente
ferroviario en Galicia, sentí una gran conmoción e, involuntariamente, rememoré
el día 7 de julio de 2006 cuando un convoy de la línea uno del metro de
Valencia descarriló en la curva de un túnel con un saldo de más de cuarenta
muertos y otros tantos heridos graves. Dos hechos luctuosos (uno estaba
sucediendo, el otro aun me dolía)
se fundieron en mi mente conforme los medios de comunicación informaban desde
Galicia, y yo percibía la sensibles diferencias de cobertura y difusión
que los hacían parecer tan distintos.
¿Por qué el accidente de Valencia no
alcanzó siquiera la mitad de cobertura mediática de lo que contemplábamos en la
pantalla del televisor los teleespectadores de casi todo el mundo?,
emergió de mi subconsciente como una duda espontánea y cierta rabia por la discriminación a las víctimas de Valencia.
De pronto, tuve la sensación de
que la luz diurna que alumbraba la escena del accidente de Galicia, que todo sucediera al aire libre en una zona poblada y la inmediata colaboraciónn ciudadana desde el minuto cero, contribuyeron a que
todo fuera distinto (dentro de una macabra similitud) si se comparaba con el accidente de Valencia.
Aun no sé por qué, pensé en lo
improbable que sería que nadie tuviera momento la sangre fría de
escamotear pruebas o hacer desaparecer un libro de incidencias –por poner un
ejemplo– con la intención de maquillar los resultados de una ulterior investigación.
Me resultó chocante que, pese al drama que se representaba ante mis
ojos, todo lo percibiera de un modo tan claro y diáfano. Y pensé cuan distinto habría sido si el accidente se hubiera
producido en un corredor subterráneo, circunstancia que en Valencia, en 2006, dificultó que el acceso de ayuda al punto cero fuera tan rápido como se habría querido y propició que la oscuridad del túnel
se aliara, siempre presuntamente, con las siniestras intenciones de quienes
tenían prisa porque todo pasara y se olvidara cuanto antes.
Aunque no sea este el momento de
hacer comparaciones sino sólo de estar al lado de las víctimas de Galicia y de
sus familiares, no puedo evitar pensar que lo que ellos sufren ahora es un
dolor que en Valencia aun es lacerante porque la herida de nuestro
accidente no se ha cerrado por mucho que el carpetazo de un simulacro de
comisión de investigación diera por concluido el asunto.
Por mas que intento centrarme sólo en el drama de Galicia, me resulta difícil no ver las diferencias que saltan a la vista y preguntarme cuantos muertos hacen falta para que una tragedia se convierta en noticia internacional. O también, si esa
relevancia no está en función del cómputo de cadáveres sino del mezquino afán de
algunos por mantener oculta una verdad que les perjudique o incluso, que
eclipse el ambiente de júbilo que se espera en una ciudad que ha invertido
millones de euros para recibir al Papa.
Conclusiones finales
1-Independientemente
de que el maquinista del tren siniestrado en Galicia, Francisco José Garzón, llegara a reconocer su parte de culpa por una distracción inherente a la condición
falible del ser humano, debería considerarse que un accidente de esta magnitud
nunca obedece a una sola causa sino a una concatenación de muchas de ellas.
2-Es este un asunto demasiado serio como para emitir juicios gratuitos y permitir que
se nos vaya de las manos. Todo el mundo está opinando y ya hay medios que
apuntan que una baliza que cuesta 14.000 euros podría haber evitado el
descarrilamiento, lo cual, puede ser cierto, pero tal vez sea especular con lo que sólo una
investigación puede esclarecer.
3-
Sin ánimo de justificar a nadie ni faltar al inmenso respeto que merecen las
víctimas y sus familiares, es necesario un análisis exhaustivo que descubra las
causas sin criminalizar apriorísticamente a nadie; que contemple el carácter
multifactorial de este tipo de tragedias, que delimite todas las
responsabilidades y ya por último que sirva de lección aprendida y ejemplo a
seguir para la prevención de accidentes futuros.
4-
Por la empatía y la buena
disposición que percibo por parte de las autoridades autonómicas y estatales
(que es justo reconocer), presiento que en Galicia sabrán tratar y recordar con
respeto a sus víctimas, no se ocultará información ni se engañará a los
ciudadanos en lo referente a este accidente. Al menos, ese es mi deseo para
que, pasados unos años, no sean necesario promover manifestaciones para saber
que ocurrió el 24 de julio de 2013 ni tampoco exigir que se depuren
responsabilidades.
5- Quiero manifestar mi inmenso respeto,
condolencia y solidaridad con las víctimas del accidente ferroviario de
Santiago de Compostela y sus familiares.
Alberto Soler Montagud
Médico y escritor
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