Soy consciente de que este artículo levantará ampollas, pero me siento en la obligación de manifestar la vergüenza que sentí el pasado domingo tras ver el programa Salvados dedicado al accidente del metro de Valencia acaecido el 3 de julio de 2006. Vergüenza porque hayan tenido que pasar casi siete años hasta que alguien, con la habilidad y valentía de Jordi Évole, haya abordado con contundencia un tema que aun angustia a las familias de las víctimas de aquél gravísimo siniestro.
Vergüenza y más vergüenza
Vergüenza de aquellos ciudadanos que pasan de largo y miran con indiferencia al puñado de manifestantes que, desde 2006, todos los días 3 de cada mes, se reúnen en la Plaza de la Virgen de Valencia, sin saber (o sin querer saber) que pertenecen a la ‘Asociación Víctimas Metro 3 de Julio’ y que solo piden que se les escuche, se les aclare lo sucedido y, en suma, que se haga justicia. Y me indigna que Francisco Camps, jamás se dignara a recibirlos en un gesto tan poco cristiano como inadecuado para el presidente de una comunidad autónoma.
Vergüenza
por el meninfotisme que caracteriza a
los valencianos (localismo que podríamos traducir por “me importa un bledo todo
lo que precise un esfuerzo, incluso pensar”) y nos ha convertido en una
sociedad que no es capaz siquiera de utilizar con naturalidad su propia lengua.
Vergüenza
de la idiosincrasia que ha hecho de los
valencianos un pueblo manipulable
que, en un gran porcentaje, ha interiorizado un impuesto rencor hacia los catalanes que en Catalunya no entienden ni sienten contra
nosotros.
Vergüenza
por la desidia que convierte a muchos valencianos en unos ignorantes de su
historia; que no se valoran ni respetan; que aun no tienen claro si son País, Antiguo Reino, Comunidad Autónoma o una provincia o región; que no les importa que nuestro himno comience con un “Para ofrendar nuevas glorias a España…” en lugar de
hacerlo con una declaración de principios de la propia identidad y no con
la habitual y servil sumisión de quienes se
sienten inferiores.
Vergüenza
de que, durante siete largos años, los políticos valencianos de la oposición se
hayan dado por vencidos ante la mayoría absoluta del PP y no hayan sido capaces
de conseguir lo que Jordi Évole (para muchos una antítesis del periodismo y un
paradigma del la noticia-denuncia espectáculo) logró en tan sólo una hora de programa.
Unas ventanas mal selladas
Nunca hasta esta edición de Salvados
había escuchado afirmar tan rotundamente que aquél siniestro pudo ser evitado. Me emocionaron los testimonios expuestos por quienes, hasta ahora, habían
callado por miedo. Este fue el caso de un maquinista de Ferrocarrils de la
Generalitat Valenciana (FGV) que denunció un
fallo en el sellado de las ventanas del convoy: "las ventanas saltaron y
el tren se convirtió en una trituradora de personas; de haber estado bien
selladas no habrían muerto tantos viajeros".
Una pantomima de comisión de investigación
Me indignó
conocer (de primera mano, que rumores ya había oído) la pantomima de comisión de investigación que en su día
liquidó en cuatro días el asunto del accidente (estas comisiones suelen ser exhaustivas y tardan meses en resolverse), impidiendo que comparecieran los
expertos y los testigos que propuso la oposición.
Fue
indignante –siempre según la investigación periodística dada a conocer en Salvados– que tanto los trabajadores de FGV
citados a declarar (amenazados y amedrentados según dijo uno de ellos) como los altos directivos de FGV, estuvieran
‘adoctrinados’ previamente por una empresa (pagada con dinero público)
especializada en preparar testimonios y consignas, fabricar respuestas estándares a preguntas probables, confeccionar los mantras que había que repetir (“fue un accidente fortuito; la culpa fue del maquinista”)
y enumerar una serie de palabra tabú que no podían utilizarse (‘deficiencia’, tragedia’; ‘baliza’).
Un
testimonio, en el programa, declaró que hubo varios y agotadores ensayos previos
(“el que contestaba mal se llevaba una bronca impresionante”) y que se estableció
un pacto para que nadie hablara de lo que allí dentro se trató.
Juan Cotino se
retrató a si mismo
Me ha dolido profundamente comprobar lo crueles que pueden ser ciertos
políticos por muy cristianos y de misa y comunión diaria que sean, cuando actúan cubiertos
de una máscara que les hace parecer empáticos siendo que, en realidad, son
insensibles al sufrimiento ajeno. Tal parece como si esos maestros del
engaño emocional disfrutaran con el dolor del prójimo, como sucede con los psicópatas.
Terrorífica
fue la imagen que una de las víctimas ofreció de Juan Cotino (supernumerario
del Opus Dei, entonces de consejero de Agricultura y también
organizador de la visita a Valencia de Benedicto XVI): "Cotino sabía que mi hijo había
terminado ADE y se ofreció para darle trabajo en lo público o en lo privado. Me
dio su número de móvil y luego me preguntó de qué modo pensaba actuar en la
instrucción". Un testimonios que ponía en evidencia unas tácticas tan mafiosas como coercitivas.
De prisa, de prisa,
que viene el Papa
Son muchos los que
afirman que Juan Cotino quería que el accidente se olvidara antes de que
llegara a Valencia el Santo Padre, y que se habrían llevado a
cabo presuntas actuaciones ilegítimas para ocultar pruebas (el libro de
averías del tren “desapareció” de la máquina, precintada por orden judicial)
así como manipulaciones en la investigación del accidente.
Jordi Évole, abordó a
Cotino en la calle y le hizo varias preguntas comprometidas que el actual
presidente de las Cortes Valencianas se negó a contestar, exhibiendo una
hipócrita sonrisa y repitiendo un falso e insolente “muchas gracias” cada vez
que el periodista le mencionaba las ofertas de trabajo e indemnizaciones
‘inusualmente rápidas’ que al parecer se ofrecieron a los familiares de las
víctimas a cambio de su silencio.
Mil preguntas sin
respuestas
Cuando aun estoy
indignado por el cínico silencio y la ortopédica y beatifica sonrisa de un Juan
Cotino, relajado por la impunidad de quien se sabe intocable, me duele que casi
nadie en España recordara (hasta la emisión de Salvados) el
trágico accidente del metro de Valencia.
Me duele, igualmente,
el triste contraste de que una tragedia como la de Madrid Arena –con cinco
jóvenes fallecidas– esté y estará grabada durante décadas en el subconsciente
colectivo de toda la ciudadanía mientras casi nadie recordaba que en 2006 hubo
un descarrilamiento en el metro de Valencia – probablemente evitable– que
fue el mas grave accidente ferroviario metropolitano de la historia en España,
el tercero en Europa y el cuarto en el mundo
¿Por qué antes de
emitirse Salvados casi nadie
recordaba que aquél nefasto 3 de julio de 2006 hubo 43 muertos, 47 heridos
graves y cero responsables?
¿Tal vez porque en
2006, los españoles flotábamos en una ficticia burbuja de opulencia?
¿Tal vez porque nadie
sospechaba que algún día estallaría la burbuja y, por una egoísta economía de
esfuerzos, nadie eras propenso a rebelarse contra las injusticias?
¿Tal vez porque los
gobernantes del PP valenciano querían transmitir una imagen en la que no
entraban desgracias, errores, negligencias ni partes de incidencias
ferroviarias y sólo importaban fiestas, copas América, circuitos urbanos de
Fórmula Uno, eventos como visitas papales, megaproyectos faraónicos o cualquier
acontecimiento que generara beneficios a los amigos del alma de una trama
Gürtel que ya estaba en su pleno apogeo?
¿Es posible que la
actual sensibilización de la ciudadanía por las altas tasas de paro, las
consecuencias de la crisis, el desencanto, la corrupción y el desprestigio que
afecta a la clase política hayan conseguido que cinco muertos en el Madrid
Arena tuvieran en 2012 más peso mediático que cuarenta y tres fallecidos en el
metro de Valencia en 2006 cuando España iba tan bien?
Alberto Soler Montagud