miércoles, 25 de junio de 2014

Engañosa bajada de impuestos del PP






Cuando Mariano Rajoy anunció una nueva reforma fiscal y formuló la sentencia “vamos a bajar los impuestos a los españoles [porque] es lo que siempre hemos querido hacer y no hemos podido”, tuve la sensación de que nos engañaba como lo haría un trilero. Entendí el pánico que la pérdida de votos del PP debe haber generado en la sede de Génova 13 siendo que las elecciones de 2015 están a la vuelta de la esquina y caí en la cuenta de por qué Cristóbal Montoro se ha mantenido en un segundo plano estas últimas semanas para reaparecer triunfal y diciendo que, como compensación por el esfuerzo de los españoles, ha llegado el momento de bajar los impuestos para todos. ¡Serán hipócritas!

Según el proyecto de reforma fiscal propuesto y ya aprobado por el Consejo de Ministros, a partir del 1 de enero de 2015 se reducirán a cinco los actuales tramos de IRPF, bajarán los porcentajes (que irán desde un mínimo del 20% a un máximo del 47%) y volverán a bajar en 2016 aunque en menor cuantía, siempre, claro está, que el PP gobierne de nuevo. Se ha anunciado que la reducción del IRPF se notará en todas las nóminas a partir de enero de 2015 y vendrá acompañada de nuevas deducciones al incrementarse las ayudas familiares por número de hijos y por cuidado de ascendientes.

Mi desconfianza en un partido proclive a la mentira y al incumplimiento de sus promesas, me ha hecho cuestionar el por qué de una reducción de impuestos cuando las arcas de nuestra economía nos sitúan exactamente donde estábamos al cierre de 2013 y hemos entrado en 2014 con 15.000 millones de ingresos públicos por debajo de lo previsto. La única respuesta que he encontrado a mi recelo se resume en dos palabras: mentiras preelectorales.

He revisado los nuevos tramos del IRPF y he calculado, a título de ejemplo, como repercutiría la nueva fiscalidad en alguien que gane 300.000 euros al año y que, por tanto, tributa en la actualidad al tope máximo del 52%. Como este tipo bajará con la reforma al 47% (y en 2016 al 45%), el contribuyente de los 300.000 euros se encontraría con un ahorrito de 21.000 euros.

Si disminuimos en cuantía los ingresos y analizamos el caso de un trabajador de clase media que declare entre 20.000 y 33.000 euros anuales y que tributa actualmente al 30%, al aplicarle la nueva tabla nos encontramos con la sorpresa de que subiría a un 31% para luego, a partir en 2016, volver al 30% de origen. ¿Dónde está la bajada de impuestos en este amplio sector poblacional que se cuenta por millones de contribuyentes? ¿Es esto lo que Montoro entiende por “bajar los impuestos para todos”?

Si a este engaño le añadimos que a las grandes empresas se les piensa bajar del 30 al 25% los impuestos y que las SICAV seguirán cotizando el 1%, llegamos a la conclusión de que esa reforma fiscal beneficiosa “para todos” es una tomadura de pelo que nada cambia para las clases medias y sí para empresas y grandes fortunas que serían las únicas beneficiarias de una falacia que nos impediría alcanzar el déficit previsto y obligaría a una nueva subida del IVA, nuevos recortes y generaría más recesión si el PP gobernara una segunda legislatura.


La mentira está servida. Que cada cual extraiga sus propias conclusiones.


Alberto Soler Montagud
Médico y escritor





lunes, 16 de junio de 2014

Desde mi republicanismo





Si hacemos caso a las encuestas, un referéndum que permitiera elegir entre monarquía o república daría como resultado un a la continuidad monárquica. O tal vez no, ambigüedad que fundamento en la poca fiabilidad que me merecen las encuestas y también porque nuestra obsoleta Constitución restringe cualquier expectativa de cambio. Para complicar aun más el asunto, un consenso tácito del bipartidismo considera inoportuno plantear un referéndum, y hasta el PSOE no oculta "su preferencia republicana" aunque la considera compatible con la monarquía. Se entiende que en este contexto, el oficialismo insista en que el Congreso sólo aprobó el pasado día 11 una ley que regula la abdicación del Rey pero sin entrar en debates sobre el modelo de Estado.

Sin embargo, y por mas que se maquille la realidad, cada vez es más patente que Juan Carlos I, además de caer en picado su aceptación popular, nunca ha contado con una legitimación moral que lo consolidara como rey más allá de haber sido impuesto por Franco y contar con el manido mérito de ser el artífice de la transición o el presunto héroe de la noche del 23-F de 1981.

Pero lo cierto y evidente es que somos muchos los partidarios de una consulta popular, entre ellos Henar Ortiz, la tía republicana de Letizia Ortiz quien acaba de reivindicar un referéndum monarquía-república través de twitter con la misma naturalidad que en su día cuestionara la capacidad de su sobrina para ser reina. Pero, anécdotas aparte, es de justicia reconocer que cuando en 1976 se votó la Ley para la Reforma Política y en 1978 la Constitución, en su fuero interno, el de los españoles no fue una aceptación del rey que les había impuesto Franco sino un no a cuarenta años de dictadura. Que nadie se llame a engaño. En aquellos años de transición, los españoles no se hicieron monárquicos de la noche a la mañana. Sólo querían escapar como fuera de cuarenta años de represión y hacerlo del modo más rápido posible.

Pero ahora, en pleno siglo XXI, cuando el actual Rey ha cubierto una etapa casi tan larga como lo fue el franquismo, hay veintidós millones de españoles con derecho a voto que no votaron la Reforma Política ni tampoco la Constitución, porque no habían nacido o no tenían edad para hacerlo, motivo que, tras la abdicación del Juan Carlos I, justificaría el referéndum y la modificación de la Constitución que tantos reivindican. Si el resultado de esa consulta fuera un a la República, se resarciría la injuria histórica del golpe militar que derrocó a la II República. Por el contrario, si las urnas fueran favorables a la monarquía, Felipe VI quedaría legitimado para reinar con la fuerza moral que desde siempre se le ha cuestionado a su padre.

Y quienes dicen que la sociedad padece un “sarampión republicano” y argumentan que en ciertas monarquías –como la inglesa, la holandesa o la sueca– sería impensable plantear un plebiscito para revalidarlas, deben considerar que éstas son monarquías muy consolidadas, que no fueron abolidas por las urnas como sucedió con la española en 1931 y que, además, no han atravesado un paréntesis de cuatro decenios impuesto por un dictador militar que unilateralmente designó quien sería el futuro rey.

Dejo constancia de todo esto desde mi republicanismo, mi respeto a la voluntad popular y la libertad de opinión y expresión que me confiere nuestro Estado de derecho.



Alberto Soler Montagud
Médico y escritor